San José. – La crisis política de Venezuela ya arrojó dos resultados parciales en 2023.

De un lado, la pérdida o el desgaste del protagonismo del secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, en el interminable conflicto venezolano.

Del otro, la salida del cuestionado gobernante izquierdista de Venezuela, Nicolás Maduro, de más de cuatro años de aislamiento y su irreversible retorno—en alfombra roja en Brasilia y del brazo del presidente de Brasil, el izquierdista —al escenario internacional bajo el intento brasileño de colocarle una aureola o corona de santidad y despojarle de su fama de dictador.

Leer también:

“No existe tal cosa como una buena dictadura”, afirmó la politóloga, comunicóloga y académica brasileña Deysi Cioccari.

“Lula está cometiendo muchos errores cuando se trata de política internacional. Trata a Maduro como si fuera un demócrata y como si las represalias fueran el resultado de una consideración de ‘nuestros enemigos’. Lula comete un feo error”, dijo Cioccari a EL UNIVERSAL.

“Lula está dejando de lado lo que Brasil tiene de mayor potencial en política exterior, que es la Agenda Verde (ambientalista). (…). Lula está dejando a los países con miedo hacia Brasil”, agregó.

En víspera de una cumbre de gobernantes sudamericanos en la capital brasileña y en un hecho que impactó en la política continental, Lula recibió el 29 de mayo anterior en esa ciudad a Maduro, le rindió honores y, en defensa de su aliado de Caracas, alegó que sobre Venezuela “hay muchos prejuicios” e ignoró las denuncias de violaciones a los derechos humanos.

Con una declaración que molestó en Brasil, Venezuela, EU y otras naciones, Lula atribuyó la crisis venezolana, que se recrudeció en 2014, a “una narrativa que decía que (Maduro) era antidemocrático y autoritario”.

Al atizar la polémica, Lula instó a Maduro a construir “su propia narrativa” para que Venezuela “vuelva a ser un país soberano” y que el pueblo decida, en comicios libres, “quién debe gobernar. Y entonces nuestros adversarios tendrán que pedir disculpas por el estrago que han hecho”.

Lula refrendó así la decisión que adoptó al asumir su cargo en enero pasado: reconocer a Maduro como mandatario legítimo.

Electo en 2013 tras ese año de Hugo Chávez (1954—2013) en ejercicio de la presidencia, Maduro se reeligió en 2018 en unos comicios calificados como ilegítimos por más de 50 países que lo desconocieron como Jefe de Estado a partir de enero de 2019 para el sexenio a 2025.

Un eje de izquierda formado esencialmente por México, Cuba, El Salvador, San Vicente y las Granadinas, Bolivia y Nicaragua siguió fiel a Maduro, desconocido por 17 o 18 de los 35 países de América. Un bloque de las diminutas naciones caribeñas se distanció o acercó a Maduro por intereses de flujo petrolero.

El desconocimiento aisló a Maduro en la zona, provocó la irrupción en 2019, como presidente interino, del opositor Juan Guaidó y fortaleció la gestión de Almagro. El tándem Guaidó—Almagro defendió la promesa de terminar con la “usurpación” del poder por parte de Maduro, conducir un gobierno de transición y convocar a elecciones libres.

La figura de presidente interino feneció en diciembre de 2022, lo que fortaleció a Maduro y debilitó a Almagro, cuya labor desde la cúpula de la OEA desde 2015 apuntó a Venezuela como uno de sus focos prioritarios. El activismo o la controversia de Almagro en torno a Venezuela tampoco cesó, pero mermó sensiblemente al menos en 2022 y 2023.

Bajo pedido de anonimato, fuentes diplomáticas de Washington consultadas por este diario coincidieron en catalogar como “complejo”, “delicado”, “incierto” y “sensible” evaluar el paso de Almagro de un papel protagónico a uno “de reparto” en el entorno a Venezuela.

La maniobra de Brasilia, similar al reconocimiento que el izquierdista colombiano Gustavo Petro otorgó a Maduro en agosto de 2022 al asumir la presidencia de Colombia, golpeó a Almagro y se sumó a la prolongada división del bando opositor de centro y derecha de Venezuela.

Petro y Lula avanzaron sin importar que Maduro y su régimen son procesados en la Corte Penal Internacional (CPI), en Países Bajos, por presuntos crímenes de lesa humanidad al reprimir las protestas antigubernamentales de 2014 a 2017 en Venezuela.

“Los líderes de la región siguen usando el dolor y sufrimiento del pueblo venezolano como botín político, asumiendo posiciones nefastas que afectan la posibilidad de garantizar los derechos a la verdad, la justicia y la reparación de millones de víctimas”, lamentó la abogada mexicana Érika Guevara, directora para América de Amnistía Internacional (AI), foro mundial y no estatal de derechos humanos con sede en Londres.

“Invitar a Maduro, señalado como responsable de crímenes y atrocidades cometidas al pueblo venezolano, a cualquier espacio regional o internacional tendría que ser solo (para) hacerle rendir cuentas. Todo lo contrario se convierte en una complicidad y oportunismo que claramente da la espalda a las víctimas”, declaró Guevara a este periódico.

“El grave contexto de retrocesos en derechos humanos en América se debe, en gran parte, a la falta de liderazgos políticos regionales que tengan legitimidad para señalar, denunciar e impulsar el escrutinio internacional necesario para atender las crisis de derechos humanos en la región”, subrayó.

Venezuela tiene “miles de víctimas de graves y masivas violaciones a los derechos humanos”, planteó, al sentenciar: “Una crisis humanitaria compleja… realidad incuestionable”.

Leer también:

Suscríbete aquí para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, y muchas opciones más.


Comentarios