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El exsindicalista Luiz Inácio Lula da Silva fue el presidente más popular de Brasil, con un enorme prestigio internacional, que se sobrepuso de manera inesperada a dramas personales y derrotas políticas y ahora se apresta a volver al ruedo después de pasar 19 meses preso por corrupción .
Lustrabotas en su infancia, el líder histórico de la izquierda, de 74 años, figura entre los casi 5.000 presos que podrían beneficiarse rápidamente de un fallo de la corte suprema, que prohibió el encarcelamiento de personas que no hayan agotado todos los recursos legales disponibles.
Detenido en la sede de la Policía Federal de Curitiba (sur) desde el 7 de abril de 2018, Lula fue condenado a 8 años y 10 meses de cárcel por corrupción pasiva y lavado de dinero.
En este tiempo de reclusión, aquel a quien Barack Obama calificaba como "el hombre" mantuvo su influencia en el Partido de los Trabajadores (PT), recibió el apoyo de Rosángela da Silva, la socióloga a quien conoció a fines de 2017 y con quien pretende casarse al salir de la cárcel, y se volcó a la lectura "más que en cualquier momento" para llenar las horas vacías en una sala de 15m2, según dijo en una entrevista con Brut.
"Me hace falta la gente", admitió el carismático líder, que se distrae con videos de debate y se mantiene informado "sin permitir que el odio y la rabia se apoderen de mi vida porque quiero salir bien y fuerte", afirmó.
En 2017, el entonces juez Sergio Moro lo condenó por haber recibido un apartamento de una constructora involucrada en un escándalo de sobornos en Petrobras, en el marco de la mega operación anticorrupción Lava Jato.
tiene otros seis procesos pendientes, pero se proclama inocente en todos y denuncia una persecución político-judicial para impedirle volver al poder.
Presentó una denuncia para que la corte suprema anule la sentencia por la cual está encarcelado, alegando parcialidad por parte de Moro, designado en enero ministro de Justicia del presidente de ultraderecha Jair Bolsonaro .
"Yo no robé. Quiero pelear con el Ministerio Público. Quiero defender mi honra. No voy a permitir que una banda de jóvenes me llame ladrón", lanzó antes de ser encarcelado, al referirse a los fiscales y jueces de la Operación Lava Jato .
Lula encadenó tragedias personales y reveses políticos y judiciales desde el fallecimiento de su esposa Marisa Leticia en febrero de 2017. Ya encarcelado, perdió a un hermano y a un nieto de 7 años y asistió a la derrota de su delfín Fernando Haddad en las elecciones de octubre pasado.
Llegó al poder en 2003, después de tres tentativas frustradas y logró la reelección después de haber superado el escándalo del 'mensalao', una millonaria contabilidad ilegal montada por el PT para comprar el apoyo de congresistas. Cuando dejó el cargo en 2010, tenía 87% de popularidad y consiguió la victoria electoral y luego la reelección de su heredera política, Dilma Rousseff.
Pero la rueda de la fortuna ya había dado un giro. El descontento de la población por la crisis económica y el escándalo Lava Jato erosionaron las alianzas del PT y Rousseff fue destituida en 2016 por el Congreso y reemplazada por su vicepresidente, el conservador Michel Temer.
Lula se fue convirtiendo desde entonces en sinónimo de corrupción para una parte de la población, sin perder su fuerte apoyo en el paupérrimo nordeste, su tierra de origen.
Bolsonaro explotó a fondo ese resentimiento y en un acto de campaña juró que haría todo lo posible para que Lula se "pudra en la cárcel".
De niño, Lula conoció lo más dramático de la pobreza del árido nordeste. Séptimo hijo de un matrimonio analfabeto, fue abandonado por su padre antes de que la familia emigrara a la industrial Sao Paulo, como millones de coterráneos.
Fue vendedor ambulante y lustrabotas. A los 15 años inició su formación de tornero, perdió un meñique en una máquina y al final de la década de 1970 lideró una histórica huelga que desafió a la dictadura militar (1964-85).
Brasilia, sin embargo, se hizo esperar y fue derrotado en tres ocasiones como candidato presidencial del PT, que cofundó en 1980.
Durante su gestión, empujada por el viento a favor de la economía mundial, unos 30 millones de brasileños salieron de la pobreza.
Y coronó su doble mandato consiguiendo la sede del Mundial de fútbol de 2014 y los Juegos de Río-2016.
Ahora queda por ver si los brasileños identifican aquel tiempo con los destellos o con las horas sombrías que siguieron.
asgs