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‘Los refugiados podemos triunfar’

Ramis Anis huyó de la guerra en Siria y en 2016 compitió en la gesta de Río

El nadador sirio Rami Anis, quien compitió en Río de Janeiro en el equipo de refugiados, asegura que haber participado en esos juegos le cambió la vida. (INDER BUGARIN. EL UNIVERSAL)
28/01/2018 |01:21Inder Bugarin / Corresponsal |
Inder Bugarin
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El paraíso de Rami Anis es un estanque de agua al tope de su capacidad. De preferencia de 50 metros de largo, dos metros de profundidad y con 10 carriles. Aquí llora, grita, ríe, es feliz.

“El agua es mi hogar, es donde encuentro paz y olvido el dolor de todo lo que he pasado en mi vida”, dice el exiliado sirio de 26 años, quien de ser un nadador frustrado pasó a convertirse en un ejemplo a seguir en el mundo del deporte olímpico.

“Es cuestión de perseverancia. De tener la oportunidad para desarrollar el talento”, explica Rami a EL UNIVERSAL.

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Rami hizo historia en Río 2016 al ser uno de los 10 atletas que integró el primer Equipo Olímpico de Refugiados. Desde entonces, vive un sueño del cual no quiere despertar.

No sólo ha tenido la oportunidad de conocer a personalidades internacionales, desde los medallistas Usain Bolt y Michael Phelps, hasta el rey Felipe de Bélgica y la princesa Charlene de Mónaco; también ha podido dar continuidad a un proyecto que inició a la edad de seis años y que se vio perturbado por la guerra y la persecución.

Acompañado por sus padres y dos hermanos, en 2011 abandonó su natal Aleppo para refugiarse en Estambul, Turquía, en donde permaneció hasta que un compañero le comentó que en Europa tendría mayores oportunidades para evolucionar como nadador.

En 2015 emprendió camino a Bélgica. El trayecto, a menudo a pie, de noche y sin alimentos, duró 10 días, una eternidad.

“Fue una pesadilla cruzar el Mediterráneo. Al bote todo le crujía. Había niños, mujeres, ancianos, tenía mucho miedo, incluso yo que sé nadar”, recuerda.

La suerte finalmente se apareció tras un inédito anuncio del Comité Olímpico Internacional, en el que ponía a disposición, entre un universo de 17.2 millones de refugiados en el planeta, 10 boletos para Río.

“El haber participado en el mayor evento deportivo del planeta cambió mi vida, me dio tranquilidad, lo necesario para prepararme y continuar lo que inicié de niño. Fue como arrancar de cero”, sostiene.

En entrevista frente al legendario campanario de la pequeña localidad flamenca de Eeklo, asegura que los equipos especiales olímpicos, como el conformado en su momento con el apoyo de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), es la fórmula a seguir, pues constituyen una valiosa alternativa para los atletas que escapan de los conflictos armados, la persecución étnica o la represión política.

“Un atleta normal puede entrenar perfectamente. Pero cuando pierdes a tu madre, tu familia, tu país, es prácticamente misión imposible”.

Señala que unos 10 atletas sirios siguen entrenando desde que estalló la guerra. “No es nuestra elección ser refugiado y nadie compite, por voluntad propia, con los colores que no son de tu país, por lo que es muy importante este tipo de ayuda”.

El joven, tres veces medallista de oro en el Campeonato de Natación Árabe, afirma que el deporte puede unir naciones.

“Tiene el poder de cambiar todo el mundo, porque acerca a las naciones y los individuos. El ejemplo más claro fue nuestro equipo en Río. A pesar de que no hablábamos la misma lengua, ni teníamos el mismo origen, competimos bajo la misma bandera”, asegura.

Igualmente está convencido de que puede contribuir a pacificar sociedades afectadas por la violencia sectaria, como es el caso de Egipto, o de delincuencia organizada, como en México.

“El deporte hace olvidar los malos pensamientos, porque representa metas, sueños que se quieren alcanzar. Cuando no hay un objetivo por alcanzar es cuando comienzan los problemas”, reflexiona.

El nadador estilo mariposa mira hacia el futuro. Con el patrocinio del COI, ACNUR y firmas como Visa y Speedo, busca no sólo clasificar a Tokio 2020. Junto con su entrenadora Carine Verbauwen, se ha fijado la meta de pelear por una medalla.

Para alcanzar la gloria, debe bajar su mejor tiempo en 2.5 segundos. “Es sumamente difícil, pero no imposible. Quiero demostrarle al mundo que a pesar de que somos refugiados podemos triunfar”.

Fuera de la alberca seguirá esforzándose por ayudar a los refugiados, dándole visibilidad a sus diversas problemáticas, así como su potencial para seguir adelante y superar las adversidades.

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