"Fue con un sentimiento de solidaridad", dijo Andrés Escobar para explicar las imágenes que dos días antes lo mostraron vestido de civil disparando del lado de la policía a los manifestantes del Paro Nacional en Colombia.
Su objetivo, añadió, era "defender la propiedad de la Comuna 22", una zona de clase alta en el sur de Cali, epicentro de las protestas que sacuden al país hace más de un mes.
"Hemos creado un grupo para el beneficio de toda la Comuna 22; no con el objetivo de causar daño, sino de que se retiren los vándalos", aseguró en una justificación frecuente entre las personas que se hacen llamar —y muchos los reprochan por eso— "gente de bien".
Las imágenes de Escobar y otros civiles disparando a manifestantes generaron indignación, suscitaron un llamado de atención de la ONU y recordaron el pasado traumático del paramilitarismo, los ejércitos ilegales contrainsurgentes que, con la complicidad del Estado y muchas veces en alianza con el narcotráfico, mataron más personas que cualquier otro grupo armado durante la guerra.
Escobar rechaza ser comparado con paramilitares.
"Esto no es una discusión sobre si es un arma traumática o no, o si se estaban defendiendo o no", dice Jahfrann, un reconocido periodista caleño que grabó las imágenes de Escobar, en las cuales sale usando una pistola de baja letalidad conocida como "traumática".
"La discusión —opina el fotógrafo con medio millón de seguidores en Instagram— es sobre la complicidad con la policía y sobre las víctimas, sobre dónde están las siete personas que desde ese día están desaparecidas".
Del episodio del viernes 28 de mayo las autoridades no han divulgado resultados de las indagaciones que dijeron haber iniciado. Cinco civiles y 10 uniformados son investigados por la justicia militar.
Temblores, la ONG que estudia los abusos policiales, ha confirmado dos presuntos asesinatos en esa tarde en Ciudad Jardín y 13 en el resto de la ciudad durante la jornada que marcaba un mes del inicio del paro.
Durante todo el estallido los colombianos han tenido que confrontar los videos de violencia que inundan las redes sociales con información contradictoria y descentralizada. La cifra de homicidios en protestas de la Fiscalía reporta 17 muertos, mientras que las organizaciones de derechos humanos elevan el número a 70.
El viernes no fue la primera vez que cámaras registraron civiles disparando en Cali con la complicidad de la policía durante esta ola de protestas.
El 9 de mayo, civiles vestidos de blanco en esta misma zona del sur de Cali conocida como Ciudad Jardín dispararon abiertamente a un grupo de indígenas que supuestamente se estaban metiendo a sus conjuntos.
La zona alberga urbanizaciones cerradas con casas de campo, frondosa naturaleza tropical y seguridad privada.
"Yo soy uno de los fundadores de este barrio", me dijo Máximo Tedesco, un ingeniero aeronáutico que se hizo famoso con un video criticando los derechos humanos y apoyando a los civiles de blanco.
"Acá hay un sentido de comunidad que se manifestó ese día", me explicó. "Porque nos costó mucho llegar a ser el barrio in (de moda, acomodado) y queremos que se mantenga así".
"No queremos hacerle daño nadie, pero también queremos que se respete lo nuestro; no puede ser que la protesta por los derechos de unos acabe con los derechos de otros", concluyó.
El auge de estos barrios en Cali se dio durante el apogeo del narcotráfico en los años 90, pero, según Tedesco, "la comunidad los ha ido sacando (a los narcos)".
Al otro lado de la ciudad, en un punto en el noroeste que conecta a Cali con la costa pacífica, se presentó un escenario similar.
Decenas de manifestantes bloquearon durante días las principales vías, saquearon algunos establecimientos y pintaron las paredes con insultos al presidente y a las instituciones. Y los vecinos, desde altos edificios con amplios balcones, respondieron a bala.
BBC Mundo tuvo acceso a chats de vecinos del oeste en los que se promocionaban y vendían las armas y las municiones.
Los residentes de una zona que limita con barrios de invasión quedaron, en palabras suyas, "secuestrados por los bloqueos". El desabastecimiento empezó a generar nerviosismo.
"Algunos compramos traumáticas, pero otros se armaron con armas largas de esas que tienen hasta un trípode", le dijo a BBC Mundo un vecino del oeste que pidió no revelar su nombre.
Este caleño es dueño de una red de locales comerciales en el oeste que, temió, iban a ser saqueados.
"Contratamos a dos tipos que hacían rondas en moto armados de un bolillo (porra) y pistolas para proteger los locales", aseguró.
El empresario justifica con "la incapacidad del Estado de poner orden" y una supuesta mano de las guerrillas en los desmanes la "necesidad" de armarse y disparar.
Los civiles que rechazan el Paro Nacional dicen estar ejerciendo el derecho a la defensa de su integridad física y de su propiedad, una línea de pensamiento que, para muchos, recuerda a dos fenómenos íntimamente relacionados: el narcotráfico y el paramilitarismo.
En Cali, además, estos fenómenos se conjugaron con elementos que explican la situación de caos actual: una informalidad económica que se amortiguó a través de economías ilegales y una diversidad demográfica producto del desplazamiento que se asentó en los barrios marginales de manera desorganizada y a espaldas del resto de la ciudad, donde están las clases medias y altas.
"En Cali se creyó que la estela del narcotráfico solo se quedó en los barrios populares, pero también sigue marcando de manera profunda a las clases altas", explica Lina Buchely, profesora del Instituto Colombiano de Estudios Superiores, en Cali.
"Esas prácticas tan ligadas al paramilitarismo, de permisión del uso de armas, de dignificación de la justicia a propia mano o de entender al otro y al pobre como segregado y sin derechos, son prácticas que se insertaron en la cultura de estos barrios como Ciudad Jardín a través del narcotráfico", dice la filósofa y abogada.
"Estas llamadas 'personas de bien' —continúa— no son la pura alcurnia caleña, sino una clase media emergente, que surgió rápidamente durante la fiebre marimbera y hace mucho más énfasis en su marca de clase".
"Por eso —concluye Buchely— las camionetas blancas, por eso se jactan de sus armas, por eso el talante, por eso el tono retador. Es como si dijeran: 'Yo te recuerdo con violencia y con un arma que tú no eres igual a mí, porque no tienes la plata que tengo yo, que soy gente de bien'".
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