De todos los aspectos que tensan la agenda de la relación bilateral entre China y Estados Unidos -la guerra comercial y tecnológica; la situación de Hong Kong, la ciberseguridad, la escalada armamentista, y un largo etcétera- hay dos que en particular se presentan como los principales desafíos del momento: Taiwán y las disputas relacionadas al Mar Meridional de China. Ambos implican un riesgo sistémico a la estabilidad regional y global, y pueden derivar en escenarios de enfrentamiento mayor entre ambas potencias

1.

Por un lado, las relaciones entre Taiwán y la República Popular China se encuentran en su punto más bajo de los últimos años. Tras las elecciones generales de enero, el independentista Partido Progresista Democrático (PPD) por tercera ocasión consecutiva renovó su condición de partido gobernante, no obstante que el Partido del Kuomintang -defensor del mantenimiento del status quo y de relaciones fluidas con China continental- retuvo la mayoría en el parlamento local, y esto ha permitido moderar al menos por el momento el discurso separatista del grupo en el poder, que sabe que de radicalizarse provocaría una confrontación armada.

No sabemos aún si el nuevo gobierno de Taipéi mantendrá la mínima moderación o si apostará, con la venía de Washington, por incurrir en nuevos desplantes de provocación como ya ocurrió en años recientes, cuando en 2016 la Casa Blanca hizo pública la conversación telefónica entre Trump y Tsai Ing-wen, o bien con motivo de la visita a Taiwán de la congresista Nancy Pelosi en 2022.

Por el otro, Estados Unidos ha dado muestras de querer tensar la cuerda aún más, como fue el caso esta misma semana de la aprobación por parte del Congreso en Washington para vender armamento y tecnología de uso militar a Taiwán, así como la presencia cada vez más frecuentes de su fuerza naval en el estrecho que separa a Taiwán de China continental.

De la manera en que China reaccione a estas nuevas amenazas dependerá en mucho el futuro de la estabilidad regional y global, siendo previsible que apostará por la cautela diplomática y militar, para ganar tiempo y tender nuevos puentes de entendimiento con los chinos de Taiwán que se oponen a la independencia.

2.

Con una superficie de aproximadamente 3.5 millones de kilómetros cuadrados, el Mar del Sur de China delimita los litorales de Brunei, Filipinas, Indonesia, Malasia, Taiwán, Vietnam y China misma.

Más de la mitad del tráfico mundial mercante navega por sus aguas. El 80 por ciento de las importaciones de energía de China cruzan por ahí, de la misma manera que es la puerta marítima de la que dependen las importaciones energéticas de Corea y de Japón. No sólo tiene una actividad de buques petroleros seis veces mayor a la que se presenta en el canal de Suez, bajo sus aguas se estima que existen reservas petroleras y de gas natural similares a las que dispone Catar.

El conjunto de islotes del Mar del Sur de China, a pesar de ser en su mayoría desérticos e improductivos, tienen un valor estratégico por su capacidad para establecer con base en ellos las demarcaciones internacionales de los países de la zona, y de sus llamadas Zonas Económicas Exclusivas (ZEE), por lo que han sido motivo de controversia a lo largo del tiempo.

Frente a la complejidad de estas disputas y reclamos constantes, China basa su postura en un mapa de 1947 que ningún país cuestionó y a partir de tres elementos: 1) plantear el tema de su soberanía legítima tomando en consideración tanto el aspecto geográfico, como el histórico y el legal, en el marco del derecho marítimo internacional, 2) rechazar la internacionalización del problema, apostando por la negociación de acuerdos bilaterales; y 3) darle prioridad al desarrollo económico de la zona, por encima de los diferendos de la soberanía.

En ese sentido, la apuesta china por los acuerdos bilaterales múltiples se opone a la mediación internacional, como otros de los países en disputa lo han pretendido. Dichos acuerdos incluyen los derechos de explotación conjunta, así como las garantías de libertad de tráfico aéreo y marítimo, pero sin que ello represente en ningún caso la cesión de su soberanía.

Hay que tomar en cuenta que, desde el punto de vista militar y de seguridad, esta zona marítima estratégica le permite a China no quedar aislada en el caso de un bloqueo naval, ante un hipotético -y por supuesto indeseable- enfrentamiento con una posible alianza conformada por Japón, Estados Unidos y Filipinas.

Pero más allá de lo anterior es dable suponer que el ascenso creciente de China como potencia mundial solo podrá consolidarse cuando el país salga de sus dominios en territorio continental y extienda sus capacidades en el entorno marítimo que la circunda, como una manera de garantizar su desarrollo económico en el largo plazo.

El fortalecimiento del poder marítimo en el Mar del Sur de China y el Océano Índico es la vía imprescindible para la emergencia de China en el escenario global. Hay que tomar esto último muy en cuenta, y acudir a las herramientas del diálogo y la diplomacia, para imaginar una solución satisfactoria para todos los involucrados sin interferencias extraterritoriales, en el corto y mediano plazo.

*Sergio Ley es diplomático, Embajador de México en China 2001- 2007

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