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Enrique Berruga Filloy
Internacionalista
A la Primera Guerra Mundial se le llamó “la guerra para terminar con todas las guerras”. En realidad fue la Segunda Guerra Mundial la que se acercó más a ese ideal. La devastación brutal, el exterminio de ciudades, de poblaciones enteras y, por supuesto, el uso de bombas atómicas, sacudió finalmente la conciencia humana sobre sus capacidades destructivas. Desde la creación de las Naciones Unidas y el sistema de Breton Woods, las armas fueron sustituidas paulatinamente por la diplomacia, los derechos humanos y la promoción del desarrollo económico y social. En el balance histórico, los últimos 80 años han sido el periodo de paz más prolongado. Las guerras internacionales -entre dos o más países- han desaparecido y hoy día los únicos conflictos bélicos que subsisten son guerras civiles o disputas sangrientas al interior de los Estados. En la actualidad, las principales amenazas a la paz provienen de movimientos terroristas, fanáticos religiosos, bandas criminales y extremistas raciales. Para fortuna de todos, la justificación para iniciar una guerra es un fantasma cada día más lejano y menos probable.
La gran mayoría de los seres humanos no tiene un recuerdo directo de este tipo de guerras. Por lo mismo, puede ocurrir que no valoremos la paz porque la damos por descontada. Este pudiera ser el germen de nuevos conflictos y el gran error de las generaciones actuales. Las rivalidades crecientes entre las tres grandes potencias del mundo, la ligereza con la que se toleran los discursos de odio y las actividades de actores no estatales como son los criminales y los extremistas, deben ser señales de alerta para todos en el mundo. La falta de acción colectiva frente a desafíos que a todos nos lastiman como el cambio climático, las migraciones descontroladas o la concentración del ingreso mundial, debe ponernos en guardia antes de que el avance de estos fenómenos sea irreversible.
Recordar y poner en contexto la gran epopeya que fue la Segunda Guerra Mundial es un acto, no tanto histórico, sino de conciencia. Debemos estar atentos a que eso no suceda nunca más porque, como bien decía Albert Einstein: “No sé cómo se va a pelear la tercera guerra mundial, pero les puedo asegurar que la cuarta va a ser a pedradas”.
Mauricio Meschoulam
Analista internacional
Tres lecciones, al menos, deberíamos aprender de la Segunda Guerra Mundial:
La primera, no es imposible que, dadas ciertas circunstancias, las mayores potencias del momento tomen la decisión de enfrascarse en un conflicto bélico de dimensiones nunca antes vistas hasta ese punto de la historia, a pesar del daño material y humano que saben que van a tener que sufrir. Asumir que un conflicto armado entre superpotencias es imposible debido a que evitarán padecer circunstancias nunca antes experimentadas o debido a que hasta ese punto nunca se ha vivido nada similar, es no aprender de esta lección.
La segunda, una vez activada la espiral de violencia, el ser humano puede mostrar una capacidad de destrucción y muerte que no es imaginable en tiempos de paz. La propia dinámica del conflicto armado puede llevarle a cometer atrocidades masivas que quizás, fuera de esa dinámica, nunca serían consideradas, con tal de doblegar a su enemigo.
Y eso nos lleva a una tercera lección: el ser humano también tiene la capacidad de tomar conciencia y diseñar o rediseñar los arreglos institucionales a nivel internacional para al menos intentar reducir las posibilidades de un conflicto armado de semejantes proporciones o coadyuvar en labores de paz donde sea posible. La fundación de la Organización de las Naciones Unidas es también un producto no sólo de aquel conflicto bélico, sino de la concientización de que debemos hacer más para evitar que las alianzas, las amenazas y otras dinámicas perversas nos arrastren a sacar lo peor de nosotros mismos.
Aprender estas lecciones supone adaptarlas a nuestro presente y tomar acción donde sea necesario para no tener que experimentar —nuevamente— en carne propia las consecuencias de dejar a los demonios sueltos. La lógica racional indica que nadie pulsará el botón rojo de una guerra nuclear porque eso, entre otras cosas, provocará la devastación propia; sería un acto suicida. Sin embargo, la Segunda guerra Mundial, sus espirales ascendentes de violencia y el tamaño de sus masacres, nos enseñan que no todo lo que decidimos se basa en la lógica racional. No asumamos que no tenemos demonios sueltos en este siglo XXI o que, debido a los avances tecnológicos y a la capacidad de destrucción con que hoy contamos, un enfrentamiento entre las mayores potencias debe ser completamente descartado.
Gabriel Guerra Castellanos
Analista político
La insana y asesina aventura hitleriana dejó decenas de millones de muertos, pueblos y naciones devastados y al mundo atónito ante sus niveles de crueldad genocida.
La expansión japonesa en Asia fue similarmente despiadada, aunque sin la maquinaria de exterminio operada por los nazis. Sus cicatrices aún no terminan de cerrar, véanse las fricciones entre Corea del Sur y Japón.
La Segunda Guerra concluyó con otro horror: el de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. El mundo se prometió no olvidar: había que impedir que algo así se repitiera.
Hoy me pregunto si no es que sufrimos de amnesia colectiva.
Solange Márquez
Analista Internacional
El legado más importante para la humanidad ha sido la creación de instituciones multilaterales que permitieran mantener la gobernanza y la seguridad internacional, particularmente la Organización de las Naciones Unidas. La guerra fue el detonante para la creación de toda una estructura de derecho internacional indispensable para la convivencia pacífica entre las naciones que incluso pudieran hacer frente a déspotas y dictadores.
Ulises Granados
Coordinador del Programa de Estudios Asia Pacífico del ITAM
La Segunda Guerra Mundial erradicó el militarismo de Japón en el Este de Asia y sentó las bases del sistema de alianzas de Estados Unidos en Asia Pacífico con Australia, Corea del Sur, Japón, Tailandia, y Singapur al inicio de la disputa bipolar entre Washington y Moscú. Además, sentó las bases populares de los movimientos nacionalistas y de autodeterminación que llevarían a la descolonización.
Armando García García
Internacionalista por la UNAM, profesor universitario
Desde un enfoque institucional-liberal, el surgimiento de la Organización de Naciones Unidas y el origen de que las instituciones multilaterales importan como forma de búsqueda de la cooperación. También, el establecimiento del orden internacional liberal (democracia y libre mercado), entendido como los objetivos, visiones y acciones para enfrentar “el problema de Hobbes” -la seguridad- y aprovechar “las oportunidades de Locke” -ganancias-. Finalmente, a pesar de la división en bloques ideológicos del continente, la materialización del ideal europeísta supranacional como forma de afrontar los autoritarismos demagógicos.
Fernando Neira Orjuela
CIALC-UNAM
Ochenta años después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo todavía recuerda sus estragos y la forma como lo cambió. En América Latina y el Caribe sus efectos no fueron menores pese a no participar de forma directa en las acciones bélicas.
Las circunstancias del conflicto tuvieron como una primera incidencia el que obligaron a la región a tomar partido, ya fuese hacia los fascistas o hacia los aliados, lo que afectó las relaciones con otros países, algunos de los cuales con quienes se empezaron a romper relaciones. Asimismo, se dio apoyo de manera ideológica a los primeros o aportando apoyo militar, fuerza laboral en las bases americanas, además de material estratégico y materias primas, a los segundos.
Institucionalmente, la guerra favoreció la creación de organismos internacionales de gran presencia política en la región en la actualidad como fue el caso de la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en 1948.
En el campo económico fueron fuertes los efectos, ya que obligó a que la actividad productiva tuviese dos caminos; producir para exportar, así como generar una dinámica de desarrollo de comercio al interior de los propios países. Con ello, se modificó toda la estructura de mercados tradicionales que prevalecía en la región.
Quizás una de las consecuencias que más afectos negativos ha tenido hasta nuestros días, es que nos convertimos en el campo de batalla de la lucha ideológica de la guerra fría. Ello nos deparó el surgimiento de regímenes totalitarios y dictaduras que retardaron los procesos democráticos, fomentaron pobreza, desigualdad social y problemas económicos, al igual que dejaron secuelas de violencia que a la fecha se mantienen, como es el caso de algunos países centroamericanos y Colombia. Si bien es cierto hoy en día pareciera que esa diferenciación ideológica se acabó con la disolución de la Unión Soviética, la caída del muro de Berlín y el surgimiento del neoliberalismo, la confrontación persiste ahora en la forma de partidos y gobiernos de derecha e izquierda en ocasiones con actitudes extremas, que han polarizado la región generando no pocos desequilibrios económicos, políticos y sociales.
Ochenta años después el mundo aún no se repone de los desastres y de los efectos de la Segunda Guerra Mundial y Latinoamérica es un claro ejemplo de ello. Pero quizás una de las más importantes enseñanzas que nos queda, es que sólo la preservación de la paz puede garantizar no tener que destruir el mundo por tercera y última vez.
Erasmo Zarazúa Juárez
Docente e Investigador del Departamento de Estudios internacionales IBERO
Lo grave para la humanidad fue el deceso de una masa poblacional impresionante, como nunca en la historia, el Holocausto, donde junto a judíos fueron llevados por la maquinaria nazi otros grupos étnicos e ideológicos, discapacitados, así como de preferencia sexual, más de 11 millones de muertos. En Asia los más de 80 millones de chinos y otras nacionalidades a manos del Imperio japonés, los soldados y civiles soviéticos que nos da una suma de 20 millones, sin olvidar los millones de soldados y civiles, de los países involucrados directamente en el conflicto, Francia, Reino Unido, Estados Unidos y los voluntarios de Argentina, México, España, etc. Es el clímax de la frase “es más peligroso ser civil que soldado”. La muerte es el símbolo de la década de los 30 y 40 del siglo XX.
Este gran conflicto atraería una organización, en serio, para la paz mundial, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), ahora tan de capa caída, pero que evitó la tercera guerra mundial y descolonizó casi en su totalidad el mundo. Con la SGM cayeron los imperios y nacieron las Repúblicas, liberales, democráticas, populares, etc. La necesidad es la madre de la inversión, y no hay mayor necesidad que en la guerra, y esta es la mayor que ha habido, dando como resultado los mayores avances científicos en tan corto tiempo: medicina, energía nuclear, ingeniería, computación, aeronáutica, cohetes, aleaciones, etc. No se puede entender el mundo actual sin los avances tecnológicos de ese periodo bélico y el posterior desarrollo durante la Guerra Fría.