Madrid

La salida británica de la Unión Europea (UE) no sólo tiene consecuencias económicas para los países implicados y supone un revés para la consolidación del proyecto comunitario, también afectará en lo cotidiano a muchos ciudadanos europeos al tratarse de un divorcio en toda regla, aunque falta concretar todavía ciertos aspectos de la futura relación, sobre todo en el ámbito comercial.

Los británicos Rory Palframan y Graham Gurney residen desde hace años en España, donde trabajan en el sector de la docencia. Al igual que muchos de sus compatriotas fincados en el exterior, estos dos ingleses enfrentan una situación incierta tras la deserción del Reino Unido (RU).

Casados con españolas y con hijos nacidos en el país ibérico, Rory y Graham decidieron adoptar medidas drásticas a fin de neutralizar cualquier efecto del Brexit que pudiera perjudicarles: el primero optó por adquirir la nacionalidad irlandesa, mientras que el segundo ha solicitado la española. Ninguno de los dos imaginó que el británico, que ambos siguen conservando, pudiera llegar a ser una desventaja.

En entrevista con EL UNIVERSAL, Rory y Graham expresan sus inquietudes y preocupaciones ante una ruptura que mantiene fuertemente dividida a la población británica, mientras el resto de Europa observa expectante.

“Estoy más tranquilo porque mi madre nació en Irlanda y yo he podido sacarme el pasaporte irlandés, lo que en España me sigue garantizando los servicios como a cualquier otro ciudadano de la comunidad europea. Cuando le vi las orejas al lobo me puse a hacer los trámites y hace un par de meses me dieron la nacionalidad irlandesa”, señala Rory, originario de la localidad inglesa de Kingston upon Hull.

Con su decisión de buscar cobijo en Irlanda, país que es miembro de la UE, Rory quiso garantizarse sobre todo el acceso a la seguridad social española y solventar cualquier problema relacionado con su estabilidad laboral, pero hay otras consecuencias del Brexit que afectarán al desarrollo de su vida familiar y que no ha podido evitar.

“Tengo dos hijas nacidas en España y mi mujer, que es española, trabaja en una multinacional americana. Nos planteábamos irnos un par de años a vivir al Reino Unido para que nuestras hijas tuvieran vínculos más fuertes con una cultura que también les pertenece, más allá de las vacaciones que pasamos allá en verano y Navidades. Nos gustaba la idea y era algo factible para los dos en términos de trabajo, pero ya no creo que sea posible, porque el tema del traslado laboral se complica muchísimo con el Brexit”, reconoce con pesar.

“Lo peor del Brexit es la incertidumbre ante lo desconocido, porque nadie sabe con exactitud lo que va a pasar, ni siquiera los políticos. Pesa lo suficiente como para que yo tomara la decisión de solicitar la nacionalidad española, que hasta ahora no me había hecho falta porque como ciudadano comunitario tenía prácticamente los mismos derechos que un español”, relata Graham. A pesar de ser consciente de que vendrán tiempos revueltos, no siente temor por la situación que se avecina.

“El dinero es lo que manda en este mundo y al final habrá acuerdos de algún tipo, porque ni la Unión Europea ni Gran Bretaña pueden prescindir de sus respectivos mercados. El Brexit me preocupa por tanto relativamente, porque yo llegué a España en 1981, cuando este país no estaba integrado en la Unión Europea, y conseguí permiso de trabajo y de residencia”, agrega este inglés nacido en Londres.

“Lo que más me preocupa es que los británicos se aíslen otra vez; por su historia y el hecho de vivir en una isla siempre han sido muy suyos, tanto en sus costumbres como en su mentalidad, exhibiendo cierto sentimiento de superioridad en algunos momentos. Los británicos, con o sin el Brexit, no son desde luego los más queridos de Europa”, apunta con cierto desenfado.

“Es un gran paso atrás separarse, porque creo que la unión beneficiaba a la sociedad británica en su conjunto. Es muy triste porque las personas que tienen 45 años o menos sólo han conocido la comunidad europea y obviamente la gran mayoría de ellos optaron en el referéndum por continuar en el bloque, pero me sentiría más triste todavía si viviera en Gran Bretaña porque lo más duro, sobre todo para los que votaron en contra de la salida de Europa, será lidiar con el Brexit estando allá”, concluye Graham antes de añadir que serán probablemente los británicos que llevan poco tiempo residiendo en España, o los que lleguen al país ibérico en busca de trabajo, los que encuentren más obstáculos si se vuelve a la normativa precomunitaria.

El resurgimiento de las fronteras entre la isla y el resto de Europa supondrá mayores trabas no sólo para la circulación de mercancías, sino también para los británicos que visiten los países de la UE, porque como ciudadanos no comunitarios verán limitada su estadía en el exterior. Algo similar sucederá con los oriundos del bloque europeo que viajen a Gran Bretaña, entre ellos los españoles, que tendrán que someterse a mayores controles aduaneros. Su estancia en la isla se verá igualmente restringida.

Con la disolución de los acuerdos comunitarios se endurecerán los requisitos para obtener la residencia o el permiso de trabajo en el país receptor.

En los casos más extremos, muchos británicos y españoles corren el riesgo de perder el acceso a la sanidad pública del país de acogida, por lo que Londres y Madrid buscan renegociar los convenios bilaterales en este sector durante el periodo de transición que se extenderá como mínimo hasta finales de 2020.

Los gobiernos de España y RU mantienen conversaciones para amortiguar el impacto del Brexit en los colectivos nacionales establecidos en ambos países y que ascienden a varios cientos de miles, entre migrantes y jubilados; aunque las pérdidas para ambas colonias serán inevitables, tras una ruptura que está pasando ya factura a nivel emocional. En España residen más de 360 mil británicos, pensionistas en su gran mayoría.

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