A Liz Cheney le han llamado la salvadora de los valores tradicionales del Partido Republicano y hasta Obi-Wan Kenobi por su cruzada en contra de Donald Darth Vader Trump, pero la apabullante derrota que sufrió en las elecciones primarias de Wyoming cayó como un balde de agua helada para los enemigos del expresidente, a menos de tres meses de los comicios intermedios en Estados Unidos.

Hasta hace poco, nada parecía indicar que la hija mayor del exvicepresidente Dick Cheney, considerado por muchos el cerebro y el verdadero lado oscuro del gobierno de George W. Bush (2001-2009), rompería con Trump al grado de impulsar con ahínco su destrucción política en el Comité Selecto de la Cámara de Representantes que investiga el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Al contrario, Cheney llegó a discutir en público con el senador Rand Paul quien era más “trumpista” y es que ella votó en 93% de las ocasiones en línea con los designios del magnate inmobiliario.

Algo, sin embargo, cambió tras el inusitado ataque de una turba azuzada por Trump a la sede del Legislativo en Washington, mientras se alistaba la certificación de los votos del Colegio Electoral que sellaría la victoria de Joe Biden dos meses antes. Sin pruebas, Trump se atrevió a cuestionar el resultado, lo que ni siquiera Al Gore insinuó cuando la elección bananera de Florida metió a Bush en la Casa Blanca; para su antigua seguidora, eso equivalió a una traición inaceptable de los fundamentos del sistema político estadounidense.

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Con 10 de sus colegas del “Gran Viejo Partido” (GOP), Elizabeth Lynne Cheney apoyó el segundo proceso de destitución o impeachment de Trump. Nancy Pelosi, titular de la Cámara Baja, la recompensó con la subdirección del Comité Selecto, que no puede acusar formalmente a Trump y sus aliados, pero cuyas conclusiones serían determinantes para que el Departamento de Justicia actúe en su contra por conspiración para cometer fraude y obstrucción, al engañar a la gente sobre el resultado electoral e intentar revertirlo.

Amenazas de muerte

La venganza de Trump no tardó en desencadenarse. Primero, los miembros de la fracción Libertad de la bancada opositora trataron de quitarle el mando de la Conferencia Republicana, el tercer puesto en la jerarquía legislativa del partido, lo que consiguieron en mayo de 2021 con ayuda del líder de la minoría, Kevin McCarthy, y después de que Cheney gastó 58 mil dólares en escoltas por amenazas de muerte.

El objetivo principal se cumplió el 16 de agosto pasado, cuando la abogada Harriet Hageman, seleccionada por Trump pese a que se opuso a su candidatura presidencial, ganó las primarias de Wyoming con 113 mil votos por 49 mil de Cheney (66.3% del total). Dos años antes, la misma elección apenas sumó 108 mil sufragios, lo que confirma el entusiasmo que sigue generando Trump y su control del GOP, reforzado tras el cateo del FBI a su residencia en Mar-a-Lago, Florida, el 8 de agosto. Tan sólo en los dos días siguientes a la incursión de los federales en la mansión, donde al parecer hallaron archivos clasificados que Trump se llevó de la Casa Blanca, los donativos a su comité de acción política alcanzaron un millón de dólares.

De los otros nueve representantes republicanos que apoyaron el impeachment de Trump, tres también perdieron las primarias y sólo dos esperan mantener sus curules en 2023. Los cuatro restantes han declinado buscar la reelección, pero el “martirio” de Cheney no fue en vano, porque la afianzó como una figura que hoy coquetea con la candidatura a la presidencia y que además conservará hasta enero la proyección mediática que le da el Comité Selecto y los documentos que vaya haciendo públicos. En septiembre podría comparecer el exvicepresidente Mike Pence, quien según Cheney resistió las presiones de Trump para anular los comicios, lo que habría detonado “una crisis constitucional mucho peor”. Y por supuesto, existe la posibilidad de que Trump sea citado a declarar.

El día de su derrota en Wyoming, Cheney recibió una llamada del presidente Joe Biden. Hablaron “de la importancia de poner al país por delante del partidismo”, ya que como asentó en una entrevista con ABC News, “realmente este es un momento peligroso para ver al expresidente de EU y mis colegas avivar las llamas en lugar de decir ‘necesitamos conocer los hechos y las evidencias de lo que ocurrió’. Creo que el pueblo ve lo que es la hipocresía y es una hipocresía peligrosa”.

A sus 56 años, Cheney se ha convertido así en la republicana favorita de los demócratas y la prensa liberal. Prepara una organización que combatirá la eventual candidatura de Trump a la Casa Blanca en 2024 y las de sus incondicionales “negacionistas” del triunfo de Biden como Ted Cruz y Ron DeSantis. Los demócratas también observan con alivio que la insistencia de Trump en nominar aspirantes extremistas mejora sus perspectivas de retener la mayoría en el Senado, aunque los sondeos insisten en que perderán la Cámara de Representantes el 8 de noviembre.

De base en base

Lo que olvidan es que Cheney, a fin de cuentas hija de uno de los artífices de la invasión de Irak y quien todavía debe muchas explicaciones sobre episodios clave en la historia reciente, como el mando que asumió el 11-S mientras Dubya Bush huía en el avión presidencial de base en base, es una ultraderechista como Trump, pero “decente”. La propia Cheney lo subrayó en la entrevista citada: “Yo creo en las políticas del GOP. Creo en una defensa nacional fuerte, hoy más que nunca. Creo en los impuestos bajos, en el gobierno limitado y en que la familia debe ser el centro de nuestras vidas y comunidades. Y creo que eso es lo que necesitamos a futuro”.

Por su récord de votación en el Congreso desfilan el rechazo al aborto y la Ley contra la Violencia hacia las Mujeres, la defensa de las armas, de los combustibles fósiles, de la mano dura antiinmigrante y de restringir el sufragio de las minorías, igual que ha defendido la tortura por ahogamiento (waterboarding) de “sospechosos de terrorismo” promovida por su padre y la mentira de las “armas de exterminio masivo” en poder de Irak.

Desatado el futurismo, a Cheney le urge que los demócratas no pierdan la Cámara Baja, porque eso significaría el fin de las investigaciones del Comité Selecto sobre Trump e incluso que ella misma sea puesta en la picota por los republicanos. En The American Prospect, el editor liberal Robert Kuttner vaticina que Cheney será una abanderada independiente a la Casa Blanca que puede inclinar la balanza tanto a favor de su rival demócrata como del republicano.

También podría dar la sorpresa y ganar, apunta Kuttner, con lo que “rescataríamos la democracia sólo para estar de regreso al gobierno corporativo de derecha que en primer lugar dejó a la gente disgustada con la democracia”.

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