Washington.— El estado de Missouri ocupa el lugar número 37 en los estados cuya vacunación con primera dosis está por encima de la mitad, con 60.1% de los adultos, y con esquema completo, en 51.3%.
La variante Delta está causando estragos: con los datos de las últimas tendencias, Missouri es el sexto con más contagios por 100 mil habitantes, el quinto con más hospitalizaciones y el tercero con más muertos por población.
A pesar de eso, la vacunación no avanza. Incluso se dan situaciones increíbles, como la que contó la médico Priscilla Frase en un video: en el hospital en el que trabaja hay “gente que viene a vacunarse y que ha intentado disfrazar su apariencia, e incluso nos han llegado a decir que por favor no le digamos a nadie que se pusieron la vacuna”. Aun con las cifras y proyecciones, el hospital de Frase tuvo que crear una sección privada en su centro para poder vacunar a escondidas a aquellos que quieren protegerse del Covid-19, pero que quieren mantener su negativa a recibir la vacuna ante la presión social.
La virulencia de Delta ha hecho cambiar la visión de algunos, quienes tras ser contagiados por una variante más agresiva han sufrido la enfermedad y, después del sufrimiento, es cuando ven la luz de su error al negarse a vacunar antes. Personas como Gumerocindo Vergara, que “no veía tan necesario” ponerse la vacuna hasta que se contagió tan fuerte que incluso pensó iba a morir. “Si yo pudiera regresar en el tiempo, y no haber agarrado el virus, sí me hubiera vacunado”, confesaba a una televisión de Los Ángeles.
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Los medios de comunicación se llenan de casos como este o el de Louie y Pattie Michael, precisamente de Missouri, que pasaron cinco días en el hospital tras evitar vacunarse con la idea de que primero verían la reacción en el resto de la población y después tomarían una decisión.
O Jonathan Weltsch, de California, que pensó que la vacuna hacía “más mal que bien”, hasta que él y toda su familia se contagiaron. “Estaba totalmente en contra de eso, hasta que me quedé sin aliento y deseé estar vacunado”, confesó. Aimee Matzen, de Louisiana, decía estar “enfadada consigo misma” por no haberse vacunado y tener que luchar ahora contra una “enfermedad extenuante”.
Los testimonios de arrepentimiento e iluminación no son suficientes, aunque en los últimos días ha remontado el ritmo de vacunación en los estados hasta ahora más reacios. Joe Biden y su Casa Blanca, en la impotencia de mejorar las cifras de vacunación en Estados Unidos, están intentando de todo. Hasta parece que se le han terminado las ideas, ya decidido a regalar dinero sin ataduras a aquellos que cambien de idea y se dejen inyectar la vacuna.
En lugar de hablar del problema de las infecciones su discurso hace días que se centra en la “pandemia de los no vacunados”, verdadero lastre que está empujando a Estados Unidos a un aumento de casos y contagios inimaginable para un país con unas reservas de dosis excesivamente superior a su población, hasta el punto que ha podido donar decenas de millones de dosis (para algunos, una donación que empezó demasiado tarde) e incluso a tener que desechar algunas por haber caducado.
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En la administración Biden y en gran parte del país, parece que no entienden qué está pasando ni qué hacer con los que siguen reticentes a la vacunación. “¡Han perdido la cabeza, son la estupidez definitiva. Y por culpa de lo que están diciendo y defendiendo, hay gente que está perdiendo su vida!”, gritó a un grupo de antivacunas, en un acto reciente, el gobernador demócrata de Nueva Jersey, Chris Murphy, al límite de perder los estribos.
Convencerlos parece realmente una odisea imposible. La más reciente encuesta de Kaiser Family Foundation, especializada en información del sector salud, detalló que la mayoría de los adultos que todavía no se ha vacunado cree que la vacuna es un riesgo superior para la salud que el virus. Todavía 14% de la población dice que “definitivamente no” va a vacunarse.
Uno de cada 10 encuestados todavía está en fase de “esperar y ver” cómo evoluciona la vacunación para tomar la decisión de si vacunarse o no, a pesar de que ya han pasado ocho meses desde que Sandra Lindsay, una enfermera en Nueva York, fuera la primera en Estados Unidos en recibir una dosis de la vacuna.
Las razones para no vacunarse son complejas y heterogéneas. Hay quienes desconfían porque creen que se atenta contra su libertad individual; otros opinan que es un entramado de las farmacéuticas para todavía enriquecerse más.
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En un momento de alta desconfianza en las instituciones y poca corroboración de la información, hay quienes creen que, tras haberlo sufrido anteriormente, el sistema inmunitario ya está preparado para que otra posible infección no sea preocupante. Otros piensan que las opciones de morir por Covid-19 son tan pequeñas —en su opinión— que no merece la pena. Otros tienen dudas de la rapidez con la que se ha desarrollado el fármaco. Algunos siguen creyendo en teorías de la conspiración que aseguran que se están inyectando chips electrónicos, o que te convierten en un ser magnético.
Pero, en su conjunto, todo tiene que ver con la desinformación, especialmente difundida a través de redes sociales (Biden incluso acusó a Facebook y otras de “matar a gente” al no moderar y eliminar información errónea sobre la pandemia) o de figuras preponderantes de cadenas de televisión conservadoras como Fox News. Las campañas de información oficiales se ven altamente superadas por el contagio de supuestas noticias a través de Whats-App y Facebook, que además penetran especialmente en aquellos más reacios a creer en el sistema: minorías y, en un país tan dividido, republicanos todavía leales a Donald Trump.
No es casualidad, con eso, que las mayores reticencias y más bajos niveles de vacunación se encuentren entre los republicanos de estados y condados más fervientes trumpistas. Algo que, para el exsecretario de Salud Alex Azar tenía una solución fácil:
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