Bruselas.— En el complejo mundo del consumo problemático de sustancias ilícitas, las mujeres sufren doble discriminación por el hecho de ser usuarias de drogas y por pertenecer al sexo femenino.
Esta situación, agravada por un sistema de tratamiento y atención basado en un enfoque meramente varonil, tiene a miles de mujeres en Europa viviendo en el silencio y enfrentando condiciones de riesgo en las que para muchas el suicidio resulta ser la única salida.
“Se requiere con urgencia ver la situación desde una perspectiva de género, adoptar un enfoque diferenciado, porque la problemática es distinta entre hombres y mujeres, así como las necesidades”, dice a EL UNIVERSAL Linda Montanari, investigadora principal en la Unidad de Salud Pública y coordinadora del grupo de género de la Agencia de la Unión Europea sobre Drogas (EUDA), con sede en Lisboa, Portugal.
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“La información que disponemos nos dice que se han repetido los mismos patrones que vemos en la sociedad, es decir, estamos abordando la situación relacionada con las drogas desde un enfoque cultural que no es feminista”.
De acuerdo con el brazo de la Unión Europea (UE) especializado en la materia, alrededor de 37 millones de mujeres europeas han consumido alguna droga ilícita al menos una vez en su vida, por debajo de los 55 millones de hombres.
Si se toma en consideración la media europea, la sustancia más utilizada por las mujeres es cannabis, al igual que los hombres, 21 millones y 32 millones, respectivamente. A la hierba le sigue la cocaína, después el éxtasis y las anfetaminas, tendencia que se repite en el género opuesto. A diferencia del hombre, conforme avanza la edad, el consumo por parte de la mujer disminuye de manera más acentuada. Un fenómeno que los expertos suelen asociar con situaciones sociales y propias de la mujer, como podría ser la maternidad.
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Sin embargo, las investigaciones de la agencia con sede en Lisboa advierten que la brecha de consumo se achica más y más entre los géneros, y de continuar la tendencia actual, es probable que en algún punto en el futuro se reduzca a niveles semejantes al alcohol en algunas sustancias.
Por ejemplo, en 2009 el porcentaje de consumidores de alcohol de riesgo en la población española de 15 a 64 años era de 9.1% y 5.1% entre hombres y mujeres, mientras que para 2019 la brecha se había reducido a 9.7% y 7%, respectivamente. Entre la población de entre 15 y 25 años se llegó a la paridad. En 2020, la tasa de consumo de alcohol en el último año entre los usuarios de riesgo se situó en 12.4% y 12.2%.
Entre otros factores, el aumento en el consumo responde principalmente a cambios sociales; por ejemplo, la relación de la mujer con el alcohol dejó de ser un tabú, explica Montanari.
En cuanto a los consumidores de riesgo, las mujeres representan aproximadamente una cuarta parte de todas las personas con problemas graves de drogadicción y alrededor de una quinta parte de los consumidores que inician un tratamiento por consumo de drogas en Europa.
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Se estima que alrededor de 100 mil mujeres se someten anualmente a tratamientos de drogas y unas 2 mil pierden la vida por sobredosis. Sin embargo, en los últimos años los expertos perciben cambios importantes; por ejemplo, Alemania cuenta con centros de apoyo a la adicción dirigidos exclusivamente a mujeres.
Irlanda está haciendo importantes contribuciones en materia de literatura, y Suecia ha incluido el tema de género en los planes de política de drogas, en el espectro europeo aún queda mucho por hacer para ofrecer intervenciones adaptadas a las necesidades de la mujer.
Los servicios de drogodependencia siguen estando orientados a los hombres y la atención a la mujer se ha centrado prácticamente en el ámbito clínico, es decir, cuando hay de por medio un tema de maternidad o embarazo, señala Montanari. Sobran las evidencias para sustentar la necesidad de un trato diferenciado en el ámbito de las drogas. Afirma que las mujeres enfrentan problemáticas específicas, como el ser más propensas a sufrir estigmatización y desventajas económicas.
Además, muchas de ellas proceden de familias con problemas de consumo, comparten el hogar con una pareja consumidora y tienen a su cargo el cuidado de hijos, lo que influye en la rehabilitación.
“El tener una pareja usuaria de drogas puede desempeñar un papel significativo en la iniciación de la mujer, la continuidad y la recaída”, indica.
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No hay un solo perfil de mujer, sino múltiples subgrupos, cada uno con necesidades particulares. Están las mujeres dedicadas al trabajo sexual, que sufren violencia y estigmatización; las migrantes y pertenecientes a minorías étnicas, rechazadas por sus propias familias, y las que han sido víctimas de trata o se encuentran privadas de su libertad.
En algunos países europeos se estima que entre 20% y hasta 50% de las mujeres que se inyectan drogas están involucradas en la industria sexual.
Los estudios científicos muestran que la mujer es más propensa a padecer trastornos mentales, estrés y depresión. Muchas han sufrido agresiones y abusos sexuales y físicos, incluso en los propios centros donde supuestamente deberían encontrar refugio.
“Los problemas complejos a los que se enfrentan muchas mujeres que consumen drogas requieren servicios coordinados e integrados”, reitera Montanari.
Asegura que los servicios sociales y de atención mental suelen estar separados en Europa, así que debería hacerse lo mismo en materia de drogas.
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“Adoptar un enfoque de los problemas de drogas que tenga en cuenta las cuestiones de género beneficiaría no sólo a las personas de ambos sexos, también a homosexuales, transexuales y personas no binarias”.
Advierte que de seguir por la misma vía, muchas mujeres seguirán corriendo riesgos innecesarios que pueden llevar a la pérdida de la vida.
El suicidio es mayor entre las mujeres con una prevalencia problemática, en comparación con la población general femenil y los hombres usuarios de sustancias ilícitas. Uno de cada cuatro casos de sobredosis entre mujeres están relacionados con un intento de suicidio, comparado con uno de cada 10 en el caso de los hombres. En los casos de adicción a opioides, como la heroína, el índice de muerte por suicidio en mujeres es 16 veces mayor en comparación con la población femenina en general.
“Las personas consumidoras de drogas, como cualquier otro individuo de la sociedad, enfrenta desafíos de género específicos que se traducen en necesidades sociales y de salud concretas, que deben ser atendidas de manera apropiada”.
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De ahí que insista: las necesidades de la mujer deben ser consideradas e incorporadas en todos los aspectos de los centros de tratamientos de drogas, los servicios de urgencia hospitalarios, los institutos de medicina y las unidades de tratamiento en instituciones penitenciarias.
Igual de importante es la recopilación de datos estadísticos haciendo un desglose por sexo, algo que a la fecha es la excepción, no la norma. La medida permitiría establecer tendencias de consumo, establecer factores sociodemográficos e identificar los problemas que enfrentan en una región determinada.
“Se trata de un paso crucial para desarrollar respuestas adecuadas”, precisa la investigadora.