El diálogo comercial entre Estados Unidos y China concluyó esta semana con cierto optimismo, pero aún queda lejos un acuerdo.
La falta de detalles sobre el encuentro evidencia cuán difícil es para Washington y Pekín resolver los grandes escollos de su relación: propiedad intelectual, transferencia de tecnología y acceso al mercado, junto a las aspiraciones industriales de alta tecnología chinas.
Sin cambiar de manera fundamental la estructura de la economía china, ambos países no resolverán sus diferencias en estos aspectos.
Aquí explico por qué:
Estados Unidos acusa a China de robar propiedad intelectual de empresas estadounidenses, forzándolas a transferir tecnología a China.
Las empresas estadounidenses aseguran que el sistema judicial del país asiático está sesgado y casi siempre decide a favor de las compañías locales en este tipo de disputas. Pekín lo niega.
"No hay ninguna ley en China que diga que debes entregar tu propiedad intelectual a las empresas chinas", asegura Wang Huiyao, presidente del Centro para China y la Globalización, un think tank que asesora al gobierno chino.
"Pero el ejecutivo es consciente del sentimiento estadounidense y trata de penar este tipo de violaciones, si es que de verdad ocurren".
Para responder a la preocupación de Estados Unidos, Pekín estableció un tribunal de propiedad intelectual y trabaja en una ley que dificultará que funcionarios chinos soliciten a firmas extranjeras que transfieran su tecnología a las chinas.
No obstante, legisladores estadounidenses señalan que el sistema judicial chino está bajo el control del Partido Comunista y las decisiones legales se toman en función de lo que decide el partido, en especial cuando una empresa estatal está involucrada.
El éxito económico de China se ha construido a partir de una estrategia centralizada, diseñada para sus empresas de propiedad estatal. Totalmente opuesto a cómo las compañías estadounidenses funcionan.
EE.UU. sostiene que el país asiático concede subsidios a sus empresas estatales que son injustos, otorgándoles préstamos baratos y ayudándoles a competir en el extranjero en industrias como la aeroespacial, la fabricación de chips o vehículos; posicionándolas en competencia directa con las estadounidenses.
Incluso las empresas privadas chinas tienen ventajas, según EE.UU., porque las firmas foráneas que tratan de competir con éstas en el país asiático no tienen las conexiones o la escala necesaria en un mercado básicamente cerrado en el que necesitas un socio local para operar.
China ha prometido abrir más sectores de su economía a la competencia extranjera, pero sería un paso irrelevante si no permite que sus propias empresas operen de forma independiente.
La hoja de ruta industrial de China quizá es el mayor obstáculo entre los dos países.
Ya ha incomodado a Estados Unidos, que ve ese impulso chino como un desafío directo a la supremacía estadounidense en sectores claves como el aeroespacial, el de semiconductores o el 5G.
Recientemente, China ha minimizado su programa, pero no ha indicado que vaya a cancelarlo.
Las ambiciones de Pekín son el centro del problema existencial entre ambas partes.
"Lo que quiere Estados Unidos es básicamente cambiar la estructura de la economía de China", considera Christopher Balding, antiguo profesor en la prestigiosa Universidad de Peking.
"Quiere que China se convierta en un país 'normal' dominado por el mercado, como el resto de nosotros. China no quiere eso".
Ambos países están sintiendo los efectos de la guerra comercial y las previsiones de crecimiento global también se están viendo afectadas.
Así que es de interés común que estos dos rivales lleguen a un acuerdo con "el que puedan vivir", tal y como dijo Wilbur Ross.
Pero no se confundan: incluso si hay acuerdo, la competencia estratégica entre los dos países está aquí para quedarse.
Ahora puedes recibir notificaciones de BBC News Mundo. Descarga la nueva versión de nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.