Los europeos llevan tres décadas siendo líderes en temas de , ya que ahí se ubican los movimientos sociales y partidos políticos verdes más antiguos, vocales y exitosos del mundo. Años de trabajo conjunto han generado un enorme cuerpo de expertos, científicos, políticos, diplomáticos y activistas en estos temas, tanto a nivel interno y local, como internacional. Cuantiosos subsidios y regulaciones han contribuido al desarrollo de nuevas tecnologías y empresas cuyos objetivos se encuadran en este marco ecologista. Todo esto ha permeado en la opinión pública, que ha adoptado gran parte de la agenda verde y la exige a sus gobiernos. A nadie sorprende que Greta Thundberg sea sueca. La inminente inclusión del partido Verde en la próxima coalición de gobierno en Alemania probablemente reforzará estas inclinaciones en toda la UE.

Ursula von der Leyen, al convertirse en Presidenta de la Comisión Europea en 2019, estableció que el tema prioritario de la Unión Europea (UE) para los siguientes cinco años sería la lucha contra el cambio climático y lanzó un ambicioso plan, conocido como . Bajo un enfoque transversal, contiene numerosas propuestas concretas para reducir la producción de gases de efecto invernadero en todas las áreas de política pública, desde la red de transportes hasta la transición energética hacia fuentes renovables. Este plan se ha visto acompañado de recursos considerables, ya que el presupuesto de la UE aprobado en julio de 2020 y el Plan de Recuperación para la Europa post-pandemia , conocido como Next-Generation EU, buscan una “recuperación verde”. Condicionan el desembolso de los fondos europeos a que los Estados miembros presenten planes que incorporen políticas medioambientales ambiciosas, con énfasis en cambio climático. Así, la UE se encamina a transformar su modo de producción, distribución y consumo de una forma notable, para reducir su huella de carbono.

En el ámbito internacional, la UE ciertamente busca llegar a Glasgow posicionándose como líder. Presenta los compromisos más ambiciosos del mundo y los planes más detallados con la intención de predicar con el ejemplo. También ha trabajado con cada uno de sus socios de forma bilateral, para acercar posiciones, especialmente con los Estados Unidos de Biden. Sus fondos de cooperación para el desarrollo, los más cuantiosos del mundo, también vienen ahora empaquetados en políticas verdes.

En el mediano plazo, la UE se plantea utilizar el enorme atractivo de su mercado como instrumento para evitar una “fuga de carbono”, es decir, que los procesos más contaminantes simplemente se trasladen a otros países. Los nuevos acuerdos comerciales que la UE ha firmado con terceros, incluyendo México, incorporan capítulos medioambientales más robustos que en el pasado. El Pacto Verde propone introducir un impuesto al carbón y/o certificaciones medioambientales estrictas para los productos que ingresen al Mercado Único. Esto no será fácil.

A pesar de su gran empuje, la UE enfrenta retos formidables para llevar a la práctica el Pacto Verde Europeo, muchas de cuyas propuestas aún deben discutirse y aprobarse internamente. La transición hacia una economía verde no está exenta de sobresaltos, agudizados hoy por la extraña recuperación económica post-Covid. Los elevados precios del gas, las fallas en las cadenas de suministro de industrias estratégicas, y la dependencia de algunos países (como Polonia o Alemania) del carbón para generar gran parte de su electricidad, son los ejemplos más visibles. Como el resto del mundo, la UE se enfrenta a la cuestión central de cómo repartir los costos económicos, políticos y sociales de esta transformación indispensable. Pero, a diferencia de otros, lo hace con un plan ambicioso, respaldado además por una bolsa financiera considerable y el apoyo de una gran parte de la opinión pública.

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Profesora de la División de Estudios Internacionales del CIDE.