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Madrid.— A pesar de que llegó al trono de Inglaterra por una carambola del destino, Isabel II aprendió rápidamente las tareas propias de su cargo y convirtió la profesionalidad y la protección a ultranza de la Corona británica en las principales características de su reinado, el más longevo del mundo.
El padre de Isabel, quien reinaría bajo el nombre de Jorge VI, accedió accidentalmente al trono luego de que su hermano mayor, Eduardo, prefiriera abdicar en 1936 que separarse del amor de su vida, la estadounidense Wallis Simpson, con quien no podía contraer matrimonio por estar doblemente divorciada. Isabel se convirtió en la heredera a la Corona. Nacida en 1926, la futura reina de Inglaterra, llamada cariñosamente Lilibeth, tuvo una de sus primeras actuaciones destacadas durante la II Guerra Mundial, aleccionando a las tropas y sumándose activamente a las tareas de apoyo civil.
Isabel II se casó en 1947 con Felipe, duque de Edimburgo, suceso que puso a prueba su capacidad de disuasión, porque tuvo que lograr que el entonces joven oficial de Marina, fogoso y rebelde, aceptara un papel secundario y le guardara fuera de palacio la obediencia debida. Tuvieron cuatro hijos: Carlos, Ana, Andrés y Eduardo.
Su estricto sentido del deber la hizo parecer en público como una mujer distante, impasible. Apasionada del senderismo, las partidas de caza, los perros de compañía, la cría de caballos y de manejar los autos todoterreno, entre sus logros como soberana destaca su gira internacional en 1953, apenas coronada —en junio—, en la que contribuyó activamente a reforzar la imagen de su país en momentos en que se acentuaba el declive del imperio británico.
Bajo la guía del gobierno inglés, consciente de que en su papel de máxima representante de la monarquía no podía interferir en la política, Isabel II puso especial interés en preservar a través de la Commonwealth, un organismo por el que siempre sintió especial devoción, el espíritu comunitario y el ascendiente simbólico de la Corona sobre antiguas colonias.
Isabel II se convirtió en líder indiscutible del Reino Unido y la Iglesia anglicana, como prominente defensora de la fe, de la estabilidad y el orden.
También tuvo tropiezos sonados, como cuando apoyó explícitamente al gobierno de Londres que, en connivencia con Israel y Francia, lanzó en 1956 una frustrada ofensiva en Egipto para recuperar el control del estratégico Canal de Suez que había sido expropiado por el presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, uno de los líderes antiimperialistas más carismáticos del mundo árabe. La fallida operación militar supuso una humillación y tuvo serias repercusiones en la economía británica.
En 1992 sumaría otro gran error, cuando una de las alas del castillo de Windsor, su residencia favorita, fue pasto de las llamas, lo que atizó la polémica sobre quién debía sufragar los costos de su restauración. El siniestro sacó a relucir los privilegios fiscales de la familia real, sin que al final nadie rindiera cuentas.
La difunta reina, quien se distinguió en sus comparecencias por su sobriedad y recato, además de sus arraigadas convicciones religiosas, se midió con personajes de la talla de Winston Churchill, quien fuera primer ministro al comienzo de su reinado; también tuvo que lidiar con Margaret Thatcher, conocida como la Dama de Hierro y con quien tuvo serias diferencias cuando encabezó el gobierno británico bajo la bandera conservadora (1979-1990), para llevar a cabo una traumática reconversión industrial.
En los últimos tiempos, Isabel II debió afrontar la difícil salida del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit), formalizada a principios de 2021, y el estallido de la pandemia de Covid-19, que afectó especialmente a su país y sobre la que la reina sólo pudo expresar sus buenos deseos de vencerla “unidos y decididos”, aunque ella misma cayó enferma este año.
Una de las grandes sacudidas tuvo como protagonista a la desafortunada Lady Di, quien contrajo nupcias con Carlos, príncipe de Gales, en 1981. Con el tiempo, la pareja se mostraría incompatible. El heredero de la Corona británica seguía enganchado a su primera amante, Camilla Parker, con quien retomaría la relación a medida que se incrementaban sus problemas conyugales.
La muerte de Diana, La Princesa del Pueblo, en un accidente automovilístico en 1997, puso en un brete a Isabel II, quien se negaba a rendirle funeral de Estado y terminó cediendo a la presión de los británicos, que le recriminaron su frialdad.
Tampoco con Meghan Markle, la esposa de su nieto Enrique, hubo una buena relación. La pareja terminó saliendo de Londres para radicar en Estados Unidos.
Otro duro golpe fue el escándalo sexual de su hijo predilecto, Andrés, a quien tuvo que separar de sus deberes públicos.
El deterioro de Isabel II, que siempre se caracterizó por su salud de hierro, comenzó a ser más visible desde octubre de 2021, tras ser internada para “revisión”. La muerte, en abril de ese año, de su esposo, la impactó profundamente. Los británicos consideraban eterna a su monarca, la más longeva. Este jueves, la era de Isabel II llegó a su fin. Comienza la de Carlos III.
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