Donald Trump, más que líder político, funciona como el líder de una secta que lo sigue ciegamente, sin importar si todo alrededor se cae a pedazos, sin importar sus acciones, sin importar sus delitos.

El Partido Republicano se ha convertido en el patiño de Trump, incapaz de criticar cualquiera de sus acciones, tapándose los oídos cuando algo no les parece, conscientes de que hoy sólo existe Trump a los ojos de millones de estadounidenses.

Luego de que apenas un tribunal de Nueva York declaró culpable al magnate de 34 cargos (todos aquellos de los que se le acusaba) por falsificación de registros financieros; por haber hecho pasar por gastos de campaña sus pagos para “comprar” silencios en las elecciones de 2016, donaron en masa a su campaña, los republicanos salieron a decir que fueron cargos fabricados, que la justicia estadounidense se ha convertido en una vergüenza, en un arma del gobierno de Joe Biden para sacar del camino a Trump.

Olvidaron mencionar que el jurado no lo compone el Partido Demócrata, o el gabinete de Biden, sino ciudadanos estadounidenses que pasaron una serie de pruebas antes de ser elegidos y entre los cuales no hubo uno solo que considerara que Trump podía ser no culpable siquiera de alguno de los cargos en su contra.

Aquellos republicanos que se desmarcaron de Trump tras el asalto al Capitolio, cuando también legisladores de su partido estuvieron en peligro por la multitud fúrica que, alentada por el entonces presidente estadounidense, han optado por guardar silencio frente a la candidatura del hombre al que no le importó poner la democracia estadounidense en peligro, frente a sus evocaciones sobre Hitler y sobre lo que desea hacer en un eventual segundo mandato.

Trump es hoy un delincuente, señalado así por la justicia. Pero a millones de estadounidenses no les importa, ni creen que lo sea.

Tampoco creen que Trump sea un riesgo, pese a sus confesiones a grito abierto de que usará un segundo término para vengarse de todos aquellos que se le han enfrentado, que lo han criticado: Biden, el Poder Judicial, fiscales, etc.

Sus seguidores no ven más allá de Trump y lo seguirán a donde los lleve. Incluso si, en un nuevo hito, se convirtiera en el primer presidente preso en la historia de Estados Unidos.

No todos los republicanos son trumpistas, pero guardan silencio porque saben que hoy sin Trump estarían perdidos y que si la gente tuviera que escoger, se irían con él sin dudar.

El fanatismo por Trump sólo se ve agravado por la decepción que existe respecto del Partido Demócrata, que no sólo no logra despertar entusiasmo, sino que perdió cuatro años en los que podía impulsar opciones que permitieran a Biden cumplir su promesa de ser una especie de presidente de transición que diera paso a una nueva generación de líderes. No hay tales cuadros. Sólo un presidente de 81 años con el que está claro que millones no conectan, que no logra atraer a los jóvenes, a pesar de si tiene resultados positivos a nivel macro, a pesar de que marcó una diferencia de 360 grados en el manejo de la pandemia…

Encuestas revelan un desencanto generalizado con la política estadounidense. Los estadounidenses no querían una reedición de las elecciones 2020, y es justo lo que tendrán. Pero frente a ese escenario, a decir de las encuestas, prefieren a Trump. Para mal o para peor.

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