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Londres.— La reina Isabel II salió ayer del Palacio de Buckingham por última vez. En un carruaje tirado por caballo, su ataúd fue tras- ladado al Salón Westminster del Parlamento británico.
Su hijo, el rey Carlos III, de 73 años, y sus hermanos Ana, Andrés y Eduardo, junto con los hijos del monarca, Guillermo y Enrique, caminaron detrás del ataúd, que tenía una ofrenda floral de rosas blancas y, sobre una almohada de terciopelo púrpura, la corona imperial británica, una de las piezas de orfebrería cubierta de piedras preciosas más famosas del mundo y símbolo del poder real. Ni Enrique, ni Andrés, pudieron lucir uniformes militares, al no tener tareas oficiales como integrantes de la Casa Real.
Cada minuto de los 40 que duró la procesión, que inició a las 14:22 en punto, se disparó una salva de cañón desde Hyde Park y sonó la imponente campana del Big Ben en homenaje a la soberana.
El cortejo caminó al ritmo de las marchas fúnebres de Beethoven, Mendelssohn y Chopin, interpretadas por bandas de la Guardia Escocesa y la Guardia de Granaderos.
La procesión militar desde el palacio fue diseñada para destacar las siete décadas de la reina como jefa de Estado, al tras- ladarse el luto nacional a las avenidas y sitios emblemáticos de Londres. Ocho portadores cargaron el ataúd al histórico salón y lo colocaron sobre una plataforma elevada.
Las calles por donde pasó la procesión estaban llenas de personas que no quisieron perderse el momento histórico.
El ataúd con el cuerpo de la reina permanecerá en el salón durante cuatro días hasta su funeral el lunes. Se tiene previsto que cientos de miles de personas pasen delante de él.
Poco después de las 17:00 horas locales de la tarde, el público comenzó a ingresar al amplio salón medieval. La gente fluía en dos filas en un silencioso río humano. Algunos se quitaban el sombrero, otros lloraban.
Vanessa Nathakumaran, la primera mujer en formarse, el lunes pasado, para despedir a la reina en Westminster, se arrodilló ante el féretro. “Fue una experiencia muy emotiva. Estaba luchando por contener las lágrimas. Quería hacer algo, así que recé oraciones por la reina, le agradecí por su gran servicio y le deseé paz y descanso”, dijo a The Guardian al salir del lugar.
Apenas unos segundos podía pasar cada persona frente al féretro cubierto con el estandarte y la corona. También se dispuso el ajuar real, incluyendo el globo y el cetro. La gente desfilaba a ambos lados del alto catafalco (plataforma elevada) púrpura, situado sobre un zócalo de cuatro peldaños y protegido por guardas en uniforme de gala, al que no podían acercarse.
“En el interior, todo era muy tranquilo y muy emotivo. Mucha gente lloraba, pero había un silencio total. Fue tan respetuoso...”, dijo a la AFP Sue Harvey, contable de 50 años que se tomó el día libre y viajó en tren desde el sur de Inglaterra, tras salir de la sala.
El salón donde se rinden honores de cuerpo presente es un edificio de más de 900 años, construido en 1097 y con techo de madera.
Por la noche, los asistentes vivieron algunos segundos de pánico, cuando uno de los guardias que cuidaba el cuerpo se desvaneció y tuvo que ser auxiliado. En ese momento se escuchó un grito, el único en toda una jornada de silencio.
Medios británicos calculan que hasta 750 mil personas intentarán entrar a la capilla ardiente, que permanecerá abierta hasta la madrugada del 19 de septiembre, día en que tendrá lugar el funeral de Estado en la Abadía de Westminster y el entierro en la capilla Jorge VI del Castillo de Windsor.
Más de 500 dignatarios extranjeros y otras personalidades asistirán el lunes al “funeral del siglo”. Entre ellos, el presidente estadounidense Joe Biden, el rey Felipe VI de España y su padre el rey emérito Juan Carlos I. También confirmaron ya su presencia el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, y representantes de varios países latinoamericanos, como el canciller mexicano, Marcelo Ebrard.
El entierro de la soberana que vio pasar a 15 primeros ministros —el primero, Winston Churchill, nacido en 1874 y la actual, Liz Truss, nacida en 1975— tendrá lugar el mismo día en Windsor en una ceremonia privada en el castillo de Windsor, confirmando el fin de una era.
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