Rusia no sólo está en guerra con Ucrania, sino con la verdad. No sólo utiliza tanques o misiles contra los ucranianos, sino que tiene un arma muy poderosa por la cual, los rusos viven en una realidad alternativa: la desinformación.

Para la mayoría de los rusos, lo que comenzó en Ucrania no es una invasión, ni siquiera una guerra —está prohibido usar esas palabras—, sino una “operación militar especial” para defender a los ucranianos del gobierno de Volodimir Zelensky; la operación va viento en popa, con los soldados rusos cuidando y protegiendo a los civiles, que los reciben como liberadores. Las masacres, afirman los medios rusos, son perpetradas por los propios ucranianos contra su pueblo.

Cierto que en toda guerra, en todo conflicto, no sólo siempre hay dos versiones, sino también propaganda de cada bando. Baste mencionar el caso del famoso “fantasma de Kiev”, el piloto que según los ucranianos aparecía para derribar quizá decenas de aviones rusos y que el gobierno ucraniano reconoció que no era sino una leyenda para “representar” la valentía de los pilotos del país.

Pero, a diferencia de Rusia, en el caso de Ucrania, como sucede en muchas naciones, los ciudadanos tienen medios a través de los cuales se pueden informar de “las otras versiones”, de la contraparte de la historia oficial.

En el caso de Rusia, los medios críticos, como Novaya Gazeta, cuyo editor en jefe, Dmitri Muratov, recibió el Nobel de la Paz 2021, no han tenido más remedio que suspender servicios, incluso cerrar definitivamente, para evitar ser sancionados por las leyes aprobadas por el presidente Vladimir Putin para castigar, con multas y hasta 15 años de prisión, a quienes difundan “desinformación” sobre la operación o el ejército ruso.

A nivel internacional, países europeos han optado por bloquear medios como RT o Sputnik, acusándolos de difundir propaganda rusa. Facebook ha desmantelado cientos de perfiles rusos señalados por difundir desinformación. Y siempre habrá medios serios, expertos, funcionarios a los cuales recurrir para verificar qué tan cierta es una información. Más allá del debate por el papel de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y su expansión, o del discurso del presidente Joe Biden acusando a Putin de genocida, o criminal de guerra, o diciendo que “no puede permanecer en el poder”, que también han generado críticas, el problema en Rusia es la falta de opciones para que los ciudadanos sepan qué es lo que está ocurriendo realmente.

Mientras los periodistas que se arriesgan a hablar de las acusaciones contra soldados rusos por masacres o violaciones pueden terminar presos, otros difunden libremente en televisión simulaciones de ataques nucleares en Europa, o hablan de “reeducar” o deportar a la población rusa inconforme con la intervención rusa. Es otra guerra, la de las palabras, tan importante como la que se libra en el terreno, porque ahí el Kremlin se juega la credibilidad, la confianza de su propio pueblo, que en todo esto es el gran perdedor.