Después de 5 interminables años de guerra, la ciudad de Bamenda, en Camerún, está casi muerta.
El enfrentamiento entre los secesionistas de habla inglesa y el gobierno principalmente de habla francesa ha dejado solo un comercio en auge: el de los ataúdes.
Los cuerpos se arrojan por toda la ciudad: en las morgues, en las calles y en los ríos.
Los trabajadores de la ciudad los recogen y les dan un entierro sencillo.
"Ser enterrado es una bendición", dice un trabajador del cementerio cuando viene a recoger 10 ataúdes baratos a una funeraria.
La demanda de los ataúdes de diseño elaborado que alguna vez fueron populares ha disminuido.
Solían hacerse con forma de biblias, automóviles o botellas de cerveza para reflejar el estilo de vida, los intereses o los últimos deseos de los muertos.
"Ya nadie encarga los ataúdes que solían venderse por alrededor de US$1.500 porque nadie puede pagarlos", dice un asistente a una funeraria local.
Los habituales funerales para hombres jóvenes y niños son un brutal recordatorio del conflicto en las regiones de habla inglesa del noroeste y suroeste de Camerún.
En solo cinco años, ese conflicto se ha cobrado decenas de miles de vidas, al tiempo que ha obligado a más de un millón a huir a zonas de habla francesa y a otros 80.000 a refugiarse en la vecina Nigeria.
La guerra tiene sus raíces en agravios que se remontan a finales del colonialismo, cuando el territorio controlado por los británicos se unificó con las áreas francesas para crear lo que ahora es Camerún.
Muchos cameruneses de habla inglesa se han sentido marginados desde entonces.
Y se han opuesto a lo que ven como intentos del gobierno - dominado por la mayoría de habla francesa - de obligarlos a renunciar a su forma de vida, incluido su idioma, historia y sus sistemas de educación y legal.
Las tensiones estallaron en 2016 cuando decenas de miles de personas en Bamenda y otras áreas de habla inglesa se embarcaron en una serie de protestas contra el uso del francés en sus escuelas y tribunales, así como por la falta de publicación de documentos gubernamentales en inglés, a pesar de que es un idioma oficial.
Entonces el gobierno ordenó a las fuerzas de seguridad reprimir las protestas en lugar de entablar conversaciones para resolver los agravios.
Así que los jóvenes se levantaron en armas al año siguiente para exigir el estado independiente de Ambazonia, como llaman a las dos regiones de habla inglesa.
Ahora, los vehículos militares, incluidos aquellos con ametralladoras montadas, cruzan constantemente las calles de Bamenda.
Los residentes dicen que los soldados asaltan casas, hacen arrestos, queman mercados e incluso exhiben los cuerpos de sus víctimas, incluidos los comandantes de las milicias, en las principales intersecciones para advertir a los residentes que no se unan a los combatientes separatistas.
Las fuerzas gubernamentales también han sufrido grandes pérdidas en el conflicto.
Los cuerpos de los soldados caídos son retirados de la morgue militar en la capital, Yaundé, todos los jueves y viernes.
Las viudas lloran frente a las largas filas de ataúdes envueltos en la bandera de Camerún, antes de que los soldados sean enterrados en medio de la pompa y la ceremonia que marcan los funerales militares.
Los combatientes separatistas también han ganado notoriedad por las atrocidades cometidas contra civiles.
Incluidas las decapitaciones y torturas de mujeres a las que denuncian por "traicionar la lucha", llamándolas "piernas negras", un término que ahora se usa regularmente.
Hacen circular videos de estas atrocidades para advertir a la gente del castigo al que se enfrentan si son sospechosos de connivencia con las fuerzas de seguridad.
Los lunes, Bamenda se convierte en un "pueblo fantasma".
Las calles amanecen vacías y los mercados cerrados, como parte de una campaña de desobediencia económica civil que se remonta a antes de la lucha armada.
En estos días, los residentes que se atreven a ignorar la orden de cierre son asesinados a tiros o ven quemadas sus tiendas.
Los militares y policías también desaparecen de las calles, para que no se conviertan en blancos fáciles de los combatientes separatistas que tienen una fuerte presencia en la ciudad.
Los separatistas incluso ordenaron el cierre de todas las escuelas hace cuatro años como parte de su campaña. Algunas han permanecido valientemente abiertas, pero los niños no se atreven a usar uniformes.
El ejército impone un toque de queda prácticamente todas las noches en la ciudad, lo que hace que muchos de sus restaurantes, bares y clubes, que alguna vez tuvieron la reputación de ser los mejores de Camerún, cierren.
Tampoco ayuda el errático suministro de electricidad.
"El sonido interminable de los disparos ha ahuyentado a todo el mundo", dice una camarera.
Afirma que la armas también ha impedido que aquellos que viven en el extranjero regresen a casa.
Conocidos como "bushfallers", son las personas en la diáspora responsables del latido económico de Bamenda gracias al envío de dinero desde el extranjero.
Pero las autoridades los acusan de financiar la rebelión anglófona.
Camerún: todavía dividida por las líneas coloniales
Los visitantes repatriadon fueron arrestados y algunos están ahora en las prisiones de máxima seguridad de Yaundé o Douala, mientras que otros simplemente desaparecieron.
El dinero de los bushfallers se ha agotado y ninguno de ellos ahora visita el país.
Peter Shang, residente desde hace mucho tiempo, que una vez amó la vida en la ciudad, dice que la gente ahora vive al día: "La vida es una lotería. Hay demasiadas cosas que te recuerdan la muerte prematura. Hablas con alguien hoy y mañana se han ido".
Para Marie Clair Bisu, hay un resquicio de esperanza: ve más a su esposo porque llega a casa antes del toque de queda.
"Ahora ha descubierto a sus hijos. Este es un hombre que solía volver tarde a veces borracho y simplemente se iba a la cama. Ahora puede jugar con los niños y revisar sus libros. Este conflicto nos ha reunido", dice ella.
"El único problema es que los disparos siempre alteran nuestras noches".
Y después de una noche de tiroteos, los residentes tienen que hacer varias llamadas y escuchar el tráfico para verificar que la situación sea segura antes de aventurarse a salir.
Aun así, los disparos se han vuelto tan comunes en Bamenda durante el día que la gente ya no huye inmediatamente al escuchar el sonido.
"¿Qué comeremos si seguimos corriendo? Tengo niños que alimentar", dice un vendedor de verduras.
"Simplemente nos escondemos para cubrirnos y volvemos al trabajo cuando los disparos cesan".
Otra mujer dice que su hija se ha acostumbrado tanto al sonido de los disparos que sabe quién está disparando.
"Mi hija tiene siete años y ella puede decir si los sonidos son de ametralladoras del ejército o de los rifles AK-47 de 'The Boys'", dice en referencia a los combatientes separatistas.
Unas monjas con las que me encuentro en una calle del centro de la ciudad dicen que están esperando un taxi para ir al orfanato de Abangoh.
La guerra ha generado una explosión en los embarazos adolescentes no deseados, dicen.
Muchas niñas se han visto obligadas a huir de sus hogares convirtiéndose en víctimas de violencia sexual y explotación por parte de ambos bandos.
Una dice enojada: "La violación como arma de guerra es despreciable".
En cada esquina, hay evidencias de que el tejido mismo de esta ciudad que alguna vez fue deslumbrante, donde ahora caen montones de basura, ha sido impregnado por el hedor y la miseria de lo que muchos aquí consideran una guerra innecesaria.
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