Shamima Begum asegura que se unió al autodenominado Estado Islámico (EI) en su búsqueda de la vida familiar perfecta.
Fue en Raqqa, poco después de su llegada a Siria hace cuatro años, que se casó con el yihadista holandés Yago Riedijk.
Ella tenía 15 años y él 23 en ese momento. Si estuvieran en Reino Unido, el país en el que nació Begun, él sería acusado de violación.
Riedijk se sienta frente a mí en una silla de plástico amarillo, hoy a sus 27 años, en una sala de entrevistas en un centro de detención kurdo. Sus guardias acaban de quitarle las esposas.
Me pide que si veo a Shamima, le diga que la quiere y que tenga "paciencia".
"Ojalá que pronto estemos juntos otra vez y las cosas salgan bien, ojalá", suspira, aunque parece improbable que eso suceda pronto.
Durante la siguiente hora, pinta una imagen contradictoria de una vida familiar aislada del exterior, y una vorágine de terror afuera.
Dice que él mantenía a las dos mitades separadas y que su esposa, a pesar de sus declaraciones públicas en sentido contrario, ignoraba los crímenes de Estado Islámico.
"La mantuve en una concha protectora. No le di ninguna información sobre lo que sucedía afuera. Los problemas que enfrentaba, los peligros", explica.
"Ella estaba sentada en la casa mientras yo trataba de salir adelante. Alimentándola, alimentándome a mí mismo. Intentando mantenernos fuera de problemas", continúa.
"Intentando que no fuéramos asesinados por los servicios secretos", añade.
Cuando conocí a Shamima Begum dijo que se había unido a Estado Islámico en busca de la vida familiar que se acercara a la perfección.
"Mi familia no me iba a ayudar a casarme en Reino Unido y la forma en que mostraban la vida familiar en Estado Islámico fue muy agradable", dice.
"La mostraban como la vida familiar perfecta, decían que te cuidarían y cuidarían de tu familia. Y eso era cierto. Al principio me cuidaron a mí y a mi familia, pero las cosas cambiaron después", explicó.
Su sueño de califato se deshizo rápidamente.
Para Riedijk, era un mundo de cadáveres decapitados, encarcelamiento y tortura.
Cuando le pregunté si sabía de los yazidíes, la secta religiosa cuyos miembros EI esclavizó y mató, me dijo: "Me enteré de que un holandés tenía un esclavo".
"Eso es lo más cerca que haya a un esclavo. Escuché que tenía unos 40 años", recuerda.
Begum dijo que había visto una cabeza humana en un contenedor; su esposo explicó que estaba en una bolsa encima de una pila de prisioneros muertos de EI que llevaban uniformes militares.
Y asistió a la lapidación de una mujer acusada de "fornicación".
"En realidad nunca fui testigo de una decapitación", rectifica.
"De hecho, he sido testigo de una lapidación solo una vez. Y vi cuerpos de personas que fueron ejecutadas, pero no la ejecución en sí".
"En realidad, ella no fue lapidada hasta morir", corrige. "Se paró y corrió, y después de eso ellos (sus líderes) le dijeron a los tipos que lanzaban piedras 'Dejen de lanzarlas'".
"No está permitido tirar piedras después de que alguien se levanta y huye. Así que dejamos de lanzarle piedras y ella escapó. Después de eso, la dejaron tranquila".
Begum afirmó que su esposo "no era realmente un combatiente", sino que fue a luchar por EI en Kobane y resultó herido.
Volvió a los combates en Alepo.
Él reflexiona sobre lo vivido: "Cometí un gran error. He tirado años de mi vida. No fue mi vida. Por suerte, no lastimé directamente a otras personas. Pero me uní y apoyé a un grupo así. Es algo que no es aceptable".
Aseguró que apenas había usado su arma.
Ahora dice que quiere regresar a Holanda con su esposa. El hijo de ambos, que Begum quería que creciera en Reino Unido, murió en el campamento sirio de internamiento de mujeres donde ella se encuentra, no muy lejos de su esposo encarcelado.
El pequeño, que no tenía ni un mes de vida, murió de una neumonía, según el certificado médico.
Los funcionarios kurdos dicen que no hay planes para que la pareja se reúna.
"Me encantaría volver a mi propio país, y ahora comprendo los privilegios con los que viví. El privilegio de vivir allí como ciudadano", piensa.
"Y, por supuesto, entiendo que muchas personas tienen un problema con lo que hice y lo entiendo totalmente", añade.
"Tengo que asumir la responsabilidad por lo que hice, cumplir mi sentencia. Pero espero poder volver a una vida normal y formar una familia", continúa.
Por ahora, Begum y Riedijk no tienen ni su pasaporte ni el control de su propio destino.
Renunciaron a ambos cuando se unieron a Estado Islámico y es poco probable que vean el regreso de alguno de ellos en el corto plazo.
A Begum, el gobierno británico le retiró su ciudadanía británica.
La misma medida la tomó contra otras dos mujeres de Londres que se unieron a la organización radical y que se encuentran con sus hijos en campamentos de refugiados en Siria, junto a miles de familias que huyeron de los territorios que estuvieron bajo control de los yihadistas, informó el periódico británico Sunday Times.
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