No soplan buenos vientos en la política mundial. El desempeño del presidente estadounidense, Joe Biden, en el debate del 27 de junio, y el triunfo de la ultraderecha en la primera ronda de las legislativas en Francia dejan un amargo sabor de boca.
Ver a Biden ser abrazado por su esposa, al término de un encuentro desastroso, donde lució confundido, sin lograr encarar con firmeza al rival, sin poder hilar con coherencia por momentos, pareció más un acto de consuelo que de: “Bien hecho”.
A lo largo de 90 minutos, Trump no se cansó de mentir, de echar culpas por sus actos, y de mostrar un poco de quién será, si regresa a la Casa Blanca. A pesar de ello, ganó. Biden retó a Trump a debatir, con un objetivo en mente: mostrar que a sus 81 años es un líder capaz de dirigir las riendas de Estados Unidos otros cuatro años y de decirle en su cara a su rival que es un mentiroso, un criminal convicto que puso en riesgo la democracia estadounidense por su ambición de poder, su ego.
Biden dijo las palabras apropiadas, con tal debilidad, que no importó. Habló de las fortalezas de su gestión, desmintiendo la economía caótica y en declive que describió Trump. Desmintió haber heredado un paraíso de Estados Unidos, como hace creer el republicano a cualquiera que desee oírlo, y habló de cómo levantó a un país que, por su necedad, por no escuchar a la ciencia, perdió a más de medio millón de personas durante su gobierno. Pero al demócrata le faltó tal fuerza, sus palabras carecieron de sentido por tantos momentos, que de no haber asistido, no le habría ido peor.
Trump no lo hizo bien. De inicio a final mantuvo esa expresión de enojo que fue lo más honesto de su parte esa noche. El expresidente está enfurecido y quiere regresar a la Casa Blanca por la revancha. Mintió, acusando a los migrantes de ser la causa de todos los mañes estadounidenses; acusó a la expresidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, de ser la responsable del asalto al Capitolio en enero de 2021, cuando fue él quien arengó a la multitud que entró al recinto para evitar que se certificara el triunfo de Biden porque Trump insistía, sin prueba alguna, que hubo fraude. Ganó el debate porque, a diferencia de Biden, la gente no esperaba otra cosa de él. Su discurso es el mismo desde 2021. Ganó porque no hubo un rival. Ni siquiera tuvo que exaltar lo mal que lucía Biden. El demócrata lo hizo solo.
La desolación cunde no sólo entre los demócratas y los estadounidenses que no quieren otros cuatro años de Trump y que saben lo que les espera. También entre los europeos que ven desaparecer las esperanzas de tener a Estados Unidos como aliado otros cuatro años, en momentos de gran inestabilidad política.
En su búsqueda de culpables, los demócratas olvidan que cuando Biden aceptó contender contra Trump, en 2020, lo hizo señalando que sería presidente de un solo término, consciente de su edad. En estos años transcurridos, no dedicaron esfuerzo alguno a impulsar alguna figura que pudiera salir al quite y encarar de tú a tú a un rival que, a pesar de tener una serie de cuentas pendientes con la Justicia, es enormemente popular. Hoy algunos se inclinan por el cambio. ¿Demasiado tarde? ¿Quién de los nombres que suenan podría derrotar a Trump? ¿Gavin Newsom? ¿La gobernadora Gretchen Whitmer? ¿La vicepresidenta Kamala Harris?
No es la única preocupación de los europeos. En su propio continente, la ultraderecha avanza, y pronto, todo indica, se hará ya de un cargo de primer ministro, nada más y nada menos que en Francia. El escenario está puesto y la noche se avecina.