Bucarest.- Sor Lucía Caram, monja argentina dominica famosa en España por sus proyectos en contra de la pobreza infantil y en favor de los migrantes, pero también porque es mediática, escribió varios libros, es fanática del Barcelona y amiga de Lionel Messi, volvió a salirse con una de las suyas.
De 55 años, inmensa energía y conmocionada por esta absurda guerra en Europa que ha desatado una de las crisis de refugiados más dramáticas desde la Segunda Guerra Mundial, viajó hasta la frontera norte de Rumania con Ucrania -nada menos que tres mil 300 kilómetros desde España-, para brindar ayuda concreta. Para aportar un granito de arena a para contrarrestar una tragedia inimaginable dos semanas atrás.
Mujer con agallas, sor Lucía llegó el sábado pasado y, más allá de las dificultades, trabas y horas de espera en medio de un frío terrible, logró hoy cumplir con su misión : rescatar del espanto de no saber a dónde ir y qué hacer a un primer grupo de seis personas que huían de los bombardeos rusos y que dejaron su casa, afectos, todo.
Se trata de Olena Rozhova, de 37 años, junto a su hijo Nikita (12); Irina Antonenko (39), junto a sus dos hijos Illia (13) y Alexandra (14) y otra mujer sola, Alessa (39 años).
La monja los buscó en un campo de refugiados de Satu Mare, donde recibieron ropa, comida y recuperaron fuerzas después del escape. Y todos ellos se subieron esta mañana a su camioneta para partir hacia una nueva vida.
Después de una tensa espera de cuatro horas en una cola interminable en la frontera entre Rumania y Hungría de la localidad de Petea, se encuentran ahora viajando rumbo a Manresa, localidad a 60 kilómetros de Barcelona donde sor Lucía reside y encabeza la Fundación del Convento de Santa Clara.
“No podemos mirar para otro lado porque la paz depende absolutamente de todos, porque todos estamos amenazados y porque los ucranianos son nuestros hermanos”, dice en diálogo telefónico con LA NACION sor Lucía Caram, tucumana de origen libanés que, mientras sigue viaje -otros tres mil 300 kilómetros- no oculta estar impactada por todo lo vivido en los últimos días.
“Aquí hemos visto lo mejor y lo peor de la persona humana, todos estamos con la locura del delirante de [Vladimir] Putin y los que lo acompañan, hemos visto mucha solidaridad en los campos de refugiados , pero me ha dolido muchísimo constatar que también hay mafias que cobran coimas en la frontera y que lucran con la desesperación de esta gente aterrada por los bombardeos, que lo ha dejado todo”, denunció.
Da más precisiones sobre esto, en diálogo telefónico con LA NACION, Marian (que prefiere no dar su apellido), rumano que vivió 18 años en España, donde trabajó de carpintero y que reside en Satu Mare, que fue “guía y ángel” de la religiosa argentina en su misión, que desde que se desató la guerra y el éxodo, trabaja como voluntario ayudando a los refugiados.
"Es lo que viene contando la gente a la que estamos ayudando, todo el mundo está hablando de esto: la policía fronteriza de Ucrania , pero también la de Hungría, están aprovechando de la hecatombe. Cobran a la gente normal, que sale a pie, de 50 a 100, 200 o 300 euros para dejarlos pasar y a los hombres de entre 19 y 60 años, que no pueden salir porque deben quedarse para luchar, entre ocho mil y 10 mil euros”, acusa. “Ponen los billetes en el pasaporte y ya”, agrega.
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“Los húngaros, que sólo dejan pasar a quienes tienen pasaporte biométrico , también cobran por lo bajo... aunque ya lo hacían antes de que estallara el éxodo. Cuando volvía de España, por ejemplo, abrían el maletero y buscaban cualquier excusa para pedirte 20, 10 euros de propina, porque te hacían problema con el coche o los neumáticos sucios y con tal de que no te enviaran de vuelta, uno pagaba... Y ahora es peor, claramente, porque hay miles de personas queriendo pasar y ocho kilómetros de colas”, afirma.
Más allá de las mafias que lucran con el dolor ajeno , sor Lucía, que también denuncia haber sufrido maltrato en la frontera con Hungría a la hora de pasar con “sus” ucranianos, suena satisfecha.
“Con el traductor, las mujeres que me llevo me decían que venían con mucho miedo, que estaban desoladas, que no sabían dónde ir y el hecho de subir al coche, que empezáramos a hacer bromas y a hablar y el saber que ya tenían otro hogar, les daba un respiro para poder reconstruirse”, cuenta la religiosa, que ya recibió hace cuatro años en Manresa a una familia ucraniana que escapaba de la guerra, por lo que ya conocía el conflicto.
“En el convento ya están Vladimir Lana, su hija Verónica con su hijo Nikita, de 11 años y anoche llegaron de Kiev, Olga, su marido Constantino y su hijo Iván.
En cuatro años pudimos transformar la vida de ellos y los ucranianos que recibimos es gente maravillosa, que en poco tiempo ha salido adelante y muy trabajadora con quien se creó un vínculo muy bueno”, apunta.
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¿Cómo decidió agarrar su camioneta y viajar a Rumania personalmente a buscar gente?
“Decidí venir la semana pasada cuando fui a la manifestación de los ucranianos en Manresa en el que se pedía la paz. Me llamó la atención la cantidad de gente que había, unas 400 personas y ahí me di cuenta que era una manifestación muy sentida porque todos tenían familia y estaban desesperados por poderlos traer, por poder saber de ellos”, cuenta.
“Me quedé con esta inquietud, hasta que el miércoles vino un amigo que venía de viaje, que es voluntario, que me dijo ‘Lucía, qué te parece si nos vamos’. Lo dijo como en broma, pero yo creo que fue lo que encendió la mecha porque llevaba noches sin dormir pensándolo, porque las conversaciones de la mesa con los ucranianos que ya habíamos recibido y la manifestación me hicieron pensar mucho... Y estaba como ausente y siguiendo tus crónicas y viviendo un poco el drama que estaban viviendo ellos”, agrega.
En verdad, el objetivo era buscar a los padres de unos ucranianos que conocía, que lamentablemente no pudieron llegar a la frontera por un problema de corazón, él, y de Parkinson, ella.
“Hoy sabemos que están intentando salir y que a mitad de semana podremos enviar alguien a buscarlos”, asegura sor Lucía, que destaca que esto es sólo el comienzo de una misión más ambiciosa.
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“No quiero que los ucranianos que nos estamos llevando vayan a un centro de refugiados, sino que sean recibidos y que lo más pronto posible puedan salir adelante y tener calor humano, calor de familia. Se han ofrecido muchísimas familias de Manresa, que los voluntarios de la Fundación esta semana estarán visitando y ya me han ofrecido algunos departamentos”, indica.
“Estoy gestionando con Oscar Camps, de Open Arms y Josep Santacreu de DKV , una empresa muy importante de Cataluña, fletar un avión y poder recibir unas 60 personas en las próximas semanas”, precisa.
Con una voz llena de entusiasmo, mientras sigue su largo viaje de regreso a Manresa con sus “ucranianos”, sor Lucía también admite, con ese acento atípico -mezcla de argentino y español-, que lo que ha vivido “es lo más duro que pude ver y sentir en mi vida”.
“Me impresionó sobre todo ver a un matrimonio que llegó de Kiev, él físico de 85 años, ella investigadora, de 82, que llegaron a la frontera con una maleta. Los dos estaban en shock”, relata. Este matrimonio recibió hospedaje en Rumania.
“Además -concluye-, jamás podré olvidar la mirada de esos hombres solos, que cruzaban la frontera no para escaparse, sino para ingresar a Ucrania, caminando, que iban con maleta o con un bolso, con lágrimas en los ojos y la cara desencajada, algunos con paso firme: eran los que iban a alistarse para la guerra”.
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