San José.— Con una paciencia que demostró durante más de 11 meses desde su asilo y refugio en México y Argentina, el expresidente boliviano Evo Morales tejió la reconstrucción de su base partidista para el triunfo electoral de Luis Arce, su heredero, y logró el retorno de la izquierda al poder en Bolivia.

Morales ratificó un viejo principio que influiría en las fragmentadas organizaciones opositoras de Venezuela y Nicaragua: el principal aliado de cualquier fuerza política es un adversario dividido.

“Vamos a devolver la dignidad y la libertad al pueblo”, tuiteó Evo, tras asegurar que “la voluntad del pueblo se ha impuesto” y proclamar un factor crucial para la gobernabilidad a partir de que Arce asuma el próximo mes: “Tendrá la mayoría” en las Cámaras de Senadores y Diputados.

Acusado de fraude en los comicios de hace un año en su afán de reelegirse para un cuarto periodo consecutivo desde 2006, Evo dimitió el 10 de noviembre y el 12 viajó como asilado político a México, donde estuvo hasta que el 12 de diciembre se trasladó como refugiado a Argentina.

Morales negó que cometiera fraude y acusó que sufrió un golpe de Estado. La senadora opositora Jeanine Áñez asumió el 12 de noviembre como presidenta provisional.

En vez de consolidar la unidad anti-Evo, la oposición apostó por sus ambiciones personales. Áñez se lanzó a inicios de 2020 como aspirante y luego desistió. Luis Fernando Camacho, cabecilla del repudio a Morales, se postuló a la presidencia y llegó hasta el final. El expresidente Jorge Quiroga, mandatario de 2001 a 2002, presentó su candidatura, pero se retiró.

El expresidente Carlos Mesa, el más importante rival de Evo en las urnas en 2019 y gobernante (2003-2005), tampoco logró que partidos, coaliciones y alianzas anti-MAS se unieran en torno a su figura.

Un escenario similar existe en Venezuela y en Nicaragua, con los opositores a los presidentes Nicolás Maduro y Daniel Ortega, respectivamente, fraccionados y debilitados frente al núcleo duro, tradicional y fiel al oficialismo. Venezuela acudiría a comicios legislativos en diciembre próximo y Nicaragua a generales en 2021.

“La gente había rechazado la elección de Evo, no al partido [MAS]. La oposición lució incapaz de generar consenso entre sí misma”, alegó el opositor y exdiputado nicaragüense Eliseo Núñez.

“Ortega es visto como peligro físico más que político. La situación económica de Ortega es precaria y él es quien está en el poder. Paga el costo que, a diferencia de Bolivia, lo pagó la oposición en el gobierno transitorio”, afirmó a EL UNIVERSAL. “Tenemos [en Nicaragua] aún la oportunidad de construir esa alternativa al poder basados en consensos”, adujo.

El triunfo de Arce “castiga” a los opositores bolivianos “que coquetearon con el golpismo y se hundieron en su sectarismo y sus ambiciones”, tuiteó el periodista, analista político y exconstituyente venezolano, Vladimir Villegas. “En política no hay cheques en blanco, y menos de manera indefinida”, añadió.

“El uso arbitrario del poder no se le puede permitir ni a la izquierda ni a la derecha. Izquierda autoritaria o derecha autoritaria a la larga termina siendo lo mismo (…) la conculcación de la democracia”. De Bolivia surgieron “lecciones” para la oposición venezolana, como “las que se derivan de la división, de la prepotencia, del sectarismo [que] terminaron sirviendo la cama para el retorno del MAS al poder”, planteó.

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