Pionera y poderosa, Sandra Day O’Connor, quien creció en un mundo de hombres, uno en el que rompió la barrera de ser la primera mujer en la Corte Suprema de Estados Unidos, falleció ayer. Padecía “demencia avanzada, probablemente Alzheimer, y una enfermedad respiratoria”.

Inquebrantable en su confianza en sí misma y su empuje la llevaron a votar en algunos de los temas más polémicos del país durante sus 25 años en el cargo, de 1981 hasta 2006, cuando se retiró para cuidar de su marido, que padecía Alzheimer.

Fue “tratada como un ‘otro’”, dijo el fallecido Walter Dellinger, exprocurador general en funciones de Estados Unidos, en un panel de discusión en la Facultad de Derecho de la Universidad de Duke en 2005.

“Y eso le dio una sensibilidad y comprensión sobre el papel de los forasteros”, dijo.

El entonces presidente, George W. Bush (2001-2009), nominó al juez Samuel Alito, quien permanece en el cargo, para ocupar su asiento.

Day O’Connor fue juramentada el 25 de septiembre de 1981, tras ser nombrada por el entonces presidente Ronald Reagan.

Conocida por ser conservadora moderada, “sintió el valor, pero también la responsabilidad y la carga de ser la primera”, declaró el abogado y jurista Viet Dinh, que trabajó para ella en 1994, recordó Time.

“Un anciano sabio y una anciana sabia llegarán a la misma conclusión”, decía la jueza.

Fue un icono en la conquista de los derechos de la mujer y la pionera en la Corte Suprema.

“A medida que las mujeres vean lo que las mujeres pueden hacer, habrá más mujeres haciendo cosas, y todos estaremos mejor por ello”, dijo Sandra Day O’Connor en un discurso en 1990. La jueza luchó desde pequeña. En sus memorias de 2002, Lazy B: Growing Up on a Cattle Ranch in the American Southwest, describió una juventud diferente a la de cualquiera de sus jueces contemporáneos de la Corte Suprema: ataba terneros y reparaba camiones además de hacer la tarea en un vasto rancho del suroeste.

“Asistió a la facultad de derecho en un mundo de hombres en la Universidad de Stanford, donde terminó entre los mejores de su clase, pero no pudo conseguir un trabajo en una de las principales firmas de abogados. Había sentido el aguijón de la ambición frustrada, la discriminación de género y, al final de su mandato, en 1988, el dolor del cáncer de mama”, describió el The Washington Post.

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Entre los casos más relevantes en los que decidió están rechazar la idea de eliminar el derecho al aborto, en parte porque “una generación entera ha alcanzado la mayoría de edad” dependiendo de él, argumentó. “Algunos de nosotros, como individuos, consideramos que el aborto es ofensivo para nuestros principios o moralidad más básicos, pero eso no puede controlar nuestra decisión”, indicó O’Connor.

“Nuestra obligación es definir la libertad de todos, no imponer nuestro propio código moral”.

Además, coescribió la opinión principal en Planned Parenthood of Southeastern Pennsylvania vs. Casey (1992), estableciendo un nuevo estándar para juzgar los casos de aborto pero reafirmando la posición central de Roe vs. Wade, que legalizó el aborto en 1973. Apoyó, en su mayor parte, las fronteras tradicionales entre la Iglesia y el Estado.

Y aunque generalmente era respetuosa con las prerrogativas de los estados, O’Connor tenía poca tolerancia hacia las leyes estatales que pisoteaban la igualdad, de acuerdo con el Post. A lo largo de su carrera, participó en numerosos casos de federalismo, y su pasado como legis- ladora estatal se hizo evidente en sus decisiones, que consistentemente inclinaron la balanza del poder del gobierno federal hacia los estados. También tuvo un papel central en las resoluciones sobre las acciones afirmativas, que son políticas públicas cuyo objetivo es compensar las condiciones que discriminan a ciertos grupos sociales del ejercicio de sus derechos.

Se convirtió en embajadora del Estado de derecho, particularmente en los años posteriores a la caída del Muro de Berlín, como miembro de la Junta Directiva de la Iniciativa Legal de Europa Central y Oriental, durante más de 15 años, ayudando a las democracias emergentes a redactar nuevos sistemas legales, con la ayuda de abogados voluntarios de Estados Unidos, recordó su hijo Scott O’Connor en Mi mamá era la mujer más poderosa del gobierno de Estados Unidos. Esto es lo que ella me enseñó, en USA Today.

Tras dejar el cargo, fundó iCivics en 2009, un programa de educación cívica que utiliza juegos interactivos para interactuar con los alumnos y que llega a más de 7.5 millones de estudiantes en los 50 estados.

“Sandra Day O’Connor era como la peregrina del poema que a veces citaba: abrió un nuevo camino y construyó un puente detrás de ella para que todas las mujeres jóvenes pudieran seguirla”, expresó el expresidente Barack Obama en redes. Hablando de su carrera en 2003, O’Connor dijo: “Está bien ser la primera, pero no quieres ser la última”. Las juezas Sotomayor, Ruth Bader Ginsburg, Elena Kagan y Amy Coney Barrett siguieron su camino.

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