Una de las peores cosas que le pudo pasar a Estados Unidos se llama Donald Trump. El candidato improbable que se convirtió en presidente, que dejó la Casa Blanca y el Capitolio en llamas y que hoy pretende seguir incendiando al país.
Algunos se burlaban de un magnate que aspiraba a ser el líder de la principal potencia mundial; ni siquiera apostaban a que ganara las primarias republicanas. Pero Trump y su equipo vieron lo que otros no: el hartazgo de los estadounidenses con la política tradicional; el deseo de cambio, de no ver a los de siempre en el poder; de que llegara a la Casa Blanca alguien que se atreviera a decir lo que millones decían: fuera los migrantes; arriba el muro y las armas; Estados Unidos debe ser primero que todo, y todos deben recordar quién manda.
Todas las frases de Trump que causaron polémica, incluso indignación, en el mundo, eran las mismas que muchos en Estados Unidos pensaban y no se atrevían a decir. Eso lo impulsó a la presidencia. Con un Partido Republicano totalmente debilitado, sin líderes destacables, Trump se convirtió en “el” partido y, hasta hoy, sigue siendo la figura más relevante, al grado de que hasta los republicanos moderados mantienen el cierre de filas con él, a pesar del terremoto que fue su presidencia, y su salida de ella.
Después del asalto al Capitolio, el 6 de enero de 2021, y del rol que jugó Trump, la lógica indicaba que Estados Unidos podía respirar de nuevo. Que la tormenta había pasado.
Pero los daños eran inconmensurables. Algo se rompió en Estados Unidos, que hoy se mantienen como los Estados Des-Unidos de América. Frente a las investigaciones en su contra, el exmandatario está siguiendo el mismo manual que frente a las elecciones: mostrarse como una víctima, como un perseguido político de los demócratas. No importa que incluso parte de su equipo le señalara que no había tal fraude. No importa cuántas veces se le advirtiera del poder de sus palabras. Siguió atizando el fuego hasta que una multitud, convencida de las palabras de su líder, irrumpió al Congreso, dispuesta a todo —incluso matar—, para evitar la certificación de Biden.
La intentona no tuvo éxito y sin embargo, marcó un antes y un después para Estados Unidos. Trump dejó la presidencia, pero el país se mantiene fracturado. Y lejos de calmar los ánimos, el empresario está decidido a hacer lo que sea con tal de volver a la Casa Blanca. No importa a quién se lleve en el camino.
De nueva cuenta, tras el allanamiento del FBI en su residencia de Mar-a-Lago, alega que no ha hecho algo malo. De nueva cuenta, siembra la duda con sus insinuaciones de que le “sembraron” pruebas. Medios han revelado el mal manejo que hizo de la información durante su presidencia. También se sabe que, a sabiendas de que era ilegal, sacó documentos de la Casa Blanca y se los llevó, en vez de entregarlos.
A lo largo de su presidencia, Trump se negó a revelar sus impuestos; existen acusaciones de malos manejos financieros que investiga la fiscalía de Nueva York. Pero él alega que todo es parte de un complot que no sólo lo pone en peligro a él, sino a los estadounidenses.
En un mensaje que ha llegado a sus seguidores tras la irrupción del FBI, Trump advierte: “Recuerda, nunca fueron tras el presidente Trump. Siempre han ido tras de ti, amigo”. Es un mensaje muy peligroso. Las nubes negras se mantienen sobre el cielo de Estados Unidos.