Bruselas.— La tregua con la Unión Europea (UE) resultó efímera. El euroescéptico primer ministro británico, Boris Johnson, ha vuelto a revivir la estrategia del caos como táctica negociadora en la definición de las futuras relaciones con la Europa continental.
A semanas de expirar la fecha fijada para alcanzar un acuerdo con la UE, el 15 de octubre, en la atmósfera prevalecen las preguntas: ¿Será posible llegar a un punto en común de último minuto, como ocurrió hace un año, o las partes están dispuestas a aceptar el fracaso de un divorcio sin acuerdo? Lo que sí tienen claro los analistas es que la decisión está en la cancha de Johnson, quien ha vuelto a mezclar el teatro con la política en la definición de las relaciones comerciales con sus socios más cercanos.
“Nos encontramos en la recta final de las negociaciones para un tratado de libre comercio y lo que estamos presenciando es un show montado desde Londres (...) Boris Johnson y sus incondicionales más radicales han decidido retar a la UE”, dice a EL UNIVERSAL Camino Mortera, analista del Centre for European Reform (CER).
“A estas alturas del proceso, no sabemos si todo es por estrategia política o porque realmente creen que eso es lo se tiene que hacer, es decir, no obedecer el acuerdo de divorcio que ellos mismos negociaron y firmaron en octubre del año pasado”.
Jannike Wachowiak, analista del European Policy Centre (EPC), tampoco logra descifrar el plan verdadero de Johnson.
“Es difícil definir el objetivo que persigue Johnson, si es una medida para renunciar al acuerdo de retirada, un espectáculo dirigido a la audiencia nacional, una táctica de negociación para presionar a la UE o es un intento deliberado para torpedear las conversaciones”. Independientemente de lo que pretenda, dice, la intención de anular unilateralmente elementos del acuerdo socava la confianza y aumenta aún más el riesgo de un no acuerdo.
“Más allá del impacto en las conversaciones entre la UE y Reino Unido, la retórica y el comportamiento del gobierno británico tienen además repercusiones negativas para su reputación internacional como socio fiable y digno de confianza”.
No extraña a nadie que el ministro de Exteriores de Francia, Jean-Yves Le Drian, salga a decir que los británicos son “obstinados y poco realistas” o que el líder de la oposición laborista Keir Starmer califique de “erróneo” el comportamiento del gobierno británico. Desde siempre se supo que en la definición de las relaciones entre los socios de ambos lados del Canal de la Mancha emergería el dilema planteado por la salida del mercado común europeo. La retirada británica implica la aparición de algún tipo de frontera en la isla de Irlanda o entre Irlanda del Norte y el resto de Reino Unido. El pacto de retirada fija esa frontera en el mar.
“El problema de la frontera en el mar de Irlanda o en la isla de Irlanda es uno ineludible desde el punto de vista de las negociaciones”, sostiene Mortera. “Por ese motivo nos encontramos en esta situación, porque a Johnson no le entró en la cabeza que al aceptar en el acuerdo de divorcio Irlanda del Norte quedaría de alguna manera alineada con la UE. Al aceptar el acuerdo, aceptó la existencia de una frontera, y ese es el problema fundamental”.
Para la jurista, la situación actual es reflejo del limitado conocimiento que tienen los negociadores británicos de la propia Unión Europea y sus leyes.
Afirma que desde la administración de Theresa May se ha venido desmantelando el cuerpo diplomático británico de excelencia. Como resultado, Downing Street escucha lo que es de su interés, desestimando los consejos de los más experimentados.
“La delicada situación en Irlanda se logró salvar con un acuerdo muy equidistante en el pacto de divorcio. Pero ahora Boris Johnson se ha dado cuenta de que no era tan fácil como pensó cuando decidió concretar el Brexit por encima de cualquier otra consideración”. Además del tema irlandés, tras ocho rondas de negociaciones no ha habido progreso en otros asuntos claves, como pesca y ayudas estatales, dice Wachowiak. “El tiempo se acaba, lo ideal es llegar a un pacto antes de finales de octubre, o antes de mediados de noviembre como máximo, para dejar tiempo suficiente para su ratificación”, dice.
Ante el último capricho de Johnson, dos opciones tenía Michel Barnier, jefe negociador europeo. Una era dar el golpe sobre la mesa y retirarse; la otra, esperar a hasta que el rival mueva ficha.
Si algo distingue a las instituciones de la UE es su alta capacidad para guardar la calma en los momentos más adversos. Aunque la titular de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, fue precisa en su primer discurso sobre el Estado de la Unión el pasado 16 de septiembre, “nunca daremos marcha atrás”.
La firme posición del Ejecutivo comunitario tiene que ver con el hecho de que no puede concederle privilegios a Gran Bretaña que impliquen el rompimiento del mercado único, pues sin la existencia del mercado interior el proyecto europeo carecería de sentido. El punto en el que se encuentran las conversaciones proyecta dos escenarios posibles para las 23:00 horas del 31 de diciembre (tiempo de Bruselas); un acuerdo comercial que delimite los lazos bilaterales o la introducción de las reglas de la Organización Mundial del Comercio como resultado de un no acuerdo.
“Ahora mismo hay más posibilidades de que lleguen a un acuerdo, creo que la sustancia está ahí. El interés mayor de Boris Johnson ha sido desde siempre materializar el Brexit, pero internamente tiene un problema económico muy serio provocado por el coronavirus”, sostiene Mortera. “El no llegar a un acuerdo implicaría que continúe acarreando este problema por X número de años y la economía británica sufriría aún más”.
Wachowiak señala que el desenlace depende de Johnson, quien tendrá que decidir si es políticamente conveniente hacer las concesiones necesarias para un acuerdo. “Todavía es posible que Johnson se detracte, pero parece cada vez más improbable, por lo que un no acuerdo es el resultado más probable”, indica.