Lo llamaron “ el Monstruo de los Andes ”. Entre los años 1969 y 1980 mató, según él mismo confesó, a unas 350 niñas en Colombia , Perú y Ecuador. La mayoría de sus víctimas eran pequeñas de entre 9 y 12 años. Pero Pedro Alonso López, este atroz asesino serial atapado en 1980, salió hace más de 20 años de un centro psiquiátrico colombiano y ya nadie más supo nada de él.
Es decir, López es uno de los asesinos en serie vivos más prolíficos del mundo y, desde 1998, se desconoce por completo su paradero.
El modus operandi de López era seguir a las pequeñas que iban a los mercados con su madre. Esperaba el tiempo necesario a que las niñas quedaran solas, las atraía con alguna baratija para regalarles, y luego se las llevaba a un lugar desierto, las violaba y las estrangulaba. Finalmente, arrojaba los cuerpos en pozos poco profundos.
En su momento de mayor criminalidad, los investigadores calcularon que el hombre habría cometido un promedio de tres víctimas por semana.
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López nació en octubre de 1948 en la localidad de Ipiales, Colombia, y su niñez fue marcada por la violencia y los abusos. De acuerdo a lo que narra el medio catalán La Vanguardia , Benilda, la madre del pequeño Pedro, ejercía la prostitución en su propia casa. Él vivía junto a doce hermanos, todos nacidos de las relaciones de su mamá con diversos clientes.
Foto: AP
A los nueve años, Pedro fue descubierto por Benilda tratando de abusar de una de sus hermanas pequeñas, y entonces la mujer optó por echar a su hijo de la casa para siempre. Antes de expulsarlo, le quemó los pies con la lumbre de una vela.
Si la vida del muchacho en su casa era difícil, su existencia en las calles de Bogotá se convirtió en un infierno. De acuerdo al medio estadounidense 9News , Pedro fue levantado de la calle por un hombre que resultó ser un pedófilo, que lo abusó durante mucho tiempo.
Más adelante, cuando otra vez el joven estaba en las calles y vivía entre peleas y adicciones, fue rescatado por una pareja de estadounidenses que se hicieron cargo, por un tiempo, de su educación. Pero todo volvió a descarrilarse cuando fue expulsado de la escuela, a los 12 años, y volvió a quedarse sin hogar.
Convertido en ladrón de autos, López fue encarcelado a los 21 años y, según cuentan sus biógrafos, en prisión fue violado reiteradas veces por otros malhechores. De acuerdo con el citado medio catalán, los abusos concluyeron cuando el joven degolló a uno de sus agresores. Allí, habría descubierto el sádico placer que le producía matar.
Confluían en él, según los expertos que analizaron su personalidad, el odio a su madre, que le hizo “perder la inocencia”, una imagen cosificada de las mujeres -producto de su afición a la pornografía- y el deleite que experimentaba al asesinar.
Foto: El Tiempo
“López afirmaba que sus asesinatos fueron una venganza por el abuso en manada que sufrió en prisión y por el maltrato de su madre”, contó a 9News el doctor Dirk Gibson, especialista en conductas criminales de la Universidad de Nuevo México y autor del libro Serial Killers Around the World: The Global Dimensions of Serial Murder (Asesinos seriales alrededor del mundo; la dimensión global de un asesina serial).
Una vez en libertad, López se mudó al centro de Perú, y en la localidad de Ayacucho comenzó su periplo criminal con las niñas. Buscaba las menores “con los ojos más inocentes”, según él mismo le contó luego a la policía, “las atraía con regalos, abusaba de ellas y las estrangulaba”.
El detalle que le suma aún más horror a su criminalidad es que él mismo confesó que necesitaba ver los ojos de sus víctimas mientras “se iban apagando”, y que por eso era fundamental para él cometer sus homicidios “a la luz del día”. Admitió, en ese sentido, que por ello nunca había asesinado por la noche.
López llevó a la policía al lugar donde había enterrado a 53 niñas en Ecuador. Foto: El Tiempo
A continuación, el criminal enterraba a las niñas en lugares de poca profundidad.
Un grupo de vecinos de Ayacucho sospecharon de él y lo encontraron cuando se llevaba a una niña de 10 años. Los ciudadanos lo atraparon, lo enterraron vivo para dejarlo morir, pero una religiosa que pasaba por allí lo rescató y lo salvó.
La mujer, que era estadounidense, les prometió a los habitantes del lugar que entregaría a López a la policía, pero aparentemente no lo hizo. Así fue como “el monstruo de los Andes” escapó.
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Pocos años después, entre 1978 y 1980, hubo un aumento en desapariciones de niñas en Colombia y más tarde en Ecuador. La policía lo explicaba relacionando los hechos con cuestiones de trata de personas o señalando que las niñas habían huido de sus casas. Hasta que una inclemencia climática descubriría la verdad.
Fue en Ambato, Ecuador, cuando una inundación local hizo que se descubrieran -mientras se buscaban a las víctimas del anegamiento- los cadáveres de cuatro niñas que habían desparecido un tiempo antes.
El macabro descubrimiento hizo que la ciudad se pusiera en guardia y, tres días después, vieron a López llevándose de un supermercado a una pequeña de 12 años, que comenzó a gritar desesperada pidiendo ayuda. Allí, el hombre fue inmediatamente arrestado y no fue difícil relacionarlo con las otras cuatro pequeñas que había desenterrado la inundación.
Poco después, López le confesó sus crímenes a un detective encubierto que se hizo pasar por un sacerdote confesor, aprovechando la fe católica del criminal.
“Perdí mi inocencia a la edad de ocho años, así que decidí hacer lo mismo a tantas muchachas jóvenes como pudiera”, le dijo entonces López al falso cura, junto con su escalofriante confesión.
Más tarde, el asesino serial acordó llevar a la policía al lugar donde había realizado un entierro masivo, y allí encontraron los cadáveres de otras 53 víctimas, todos de niñas de entre 8 y 12 años.
Entre Colombia, Ecuador y Perú, el asesino confesó haber asesinado un total de 350 menores. Aunque los especialistas en psicología forenses señalan que los criminales de este tipo suelen inflar los números para darse mayor importancia, el número de niñas asesinadas, según ellos, puede ser menor, pero de todas formas estremecedor.
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Pero lo cierto es que entonces, en 1980, López fue sentenciado a cumplir la pena máxima que establecía la justicia ecuatoriana: 16 años. Una pena pequeña para la cantidad de asesinatos cometidos. Dos años antes de finalizar su condena, el criminal serial fue liberado de la prisión García Moreno donde estaba recluido y deportado a una entidad psiquiátrica colombiana. Esto ocurrió en 1994.
De acuerdo con los exámenes psicológicos, López era un “sociópata” que manifestaba un “trastorno de personalidad antisocial , sin conciencia ni empatía”. Además, el hombre contaba con una gran habilidad para manipular a las personas por su capacidad de disuadirlos mediante la palabra.
López en una entrevista a la televisión de Ecuador, poco antes de ser deportado a Colombia. Foto: Captura Gamavisi/El Tiempo
A pesar de todo, luego de pasar cuatro años en el centro de psiquiatría de Colombia, el hombre fue liberado luego de pagar una fianza de apenas 50 dólares y la obligación de seguir un tratamiento psicológico y presentarse a la justicia una vez por mes.
Pero esta presentación jamás ocurrió. En 1998, el “monstruo de los Andes” se esfumó para siempre.
De acuerdo con La Vanguardia, la última persona que vio a López fue su madre Benilda. El criminal la habría visitado, y le habría pedido: “Madrecita, arrodíllese que voy a echarle una bendición”. Luego, le habría sacado dinero y se habría ido de allí.
Recién en 2002 la Interpol emitió una orden de búsqueda y captura contra el criminal por las similitudes con el asesinato de una menor en El Espinal, Colombia y en 2012, por el crimen de otra niña en Tunja, también en territorio colombiano. En los dos homicidios, el autor habría utilizado la misma técnica para atraer y atacar a las víctimas que las que utilizaba “el monstruo de los Andes”, que hoy tendría 73 años.
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