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Los regímenes autoritarios han ido in crescendo en los últimos 15 años.
El menoscabo de los derechos de las mujeres en dichos gobiernos es innegable; no obstante, la violencia y la desigualdad de género que azota distintas latitudes demanda cuestionar con la misma firmeza las promesas inacabadas de los sistemas democráticos. Si la igualdad en derechos y oportunidades mide la calidad de una democracia, ¿qué dice el panorama actual de las mujeres sobre ésta?
Ejemplos como los intentos por revertir la decisión del caso Roe vs. Wade en Estados Unidos , el asesinato de 21 candidatas en los pasados comicios en México, o la creciente violencia doméstica en Nueva Zelanda evidencian cómo el machismo y la misoginia no son síntomas exclusivos de los autoritarismos, sino también enfermedades inherentes a la vida democrática.
Muestran además cómo parte de la erosión que ha llevado a su crisis actual proviene de la cínica permisividad de un atropello estructural y normalizado de las libertades femeninas, sin aparente tregua y en contraposición con sus principios básicos. Por décadas, las voces feministas han vitoreado “sin mujeres no hay democracia”. Quizá esta consigna cobre hoy más sentido que nunca.
Raquel López-Portillo Maltos
Asociada Comexi