Migrar es más que trasladarse de un sitio a otro. Es dejar atrás lo que se conoce, es enfrentarse al cambio. Es, muchas veces, estar en ; sentir que te cortaron las raíces. Es adaptación, preocupación y calma, tristeza y alegría: incertidumbre.

Nosotros lo sabemos. Somos parte de las 5 millones 667 mil 835 personas que han salido de Venezuela para huir de la violencia, inseguridad, amenazas, la falta de alimentos, medicinas y servicios esenciales, de acuerdo con las cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR).

Hambre y violencia

Adriana Caldera supo que debía dejar Venezuela cuando murió su primer bebé, el mismo día de su nacimiento. Era octubre de 2016. Llegó en trabajo de parto al hospital, pero por falta de espacio le pidieron que esperara. La demora fue demasiada. El bebé tenía el cordón umbilical alrededor del cuello y cuando finalmente la atendieron el corazón de su hijo ya no latía. En ese momento comenzó a planificar su salida del país. En marzo de 2019, en medio del apagón nacional que oscureció a Venezuela por más de 140 horas, hizo su maleta, guiada con la linterna de su celular y partió a Colombia junto a su esposo.

Algunos días, la familia de AJ sólo comía los mangos que caían de los árboles. Pero a la pregunta de por qué partió, no antepone el hambre, sino la falta de arte.

Al ser clarinetista y ver cómo se extinguía la vida cultural de su país, ver su universidad hecha trizas, optó por irse.

A la deriva: la migración venezolana y la salud mental
A la deriva: la migración venezolana y la salud mental

Adaptación que cuesta

Huir es tan difícil como llegar a un nuevo destino: hay que aprender a [sobre]vivir de nuevo. Con un embarazo avanzado, Adriana Rivas, de 36 años, salió de Venezuela junto a su esposo.

El estrés del viaje propició un sangrado apenas al cruzar la frontera. Aunque le preocupaba la salud del bebé, su meta era clara. Siguió el trayecto vía terrestre. Primero por Colombia, luego Ecuador y Perú. Pudo recibir atención médica y a pesar de que la recomendación era guardar reposo, la pareja no cesó hasta llegar a su destino, Chile, donde finalmente el sangrado cesó.

Quienes deciden migrar se arriesgan durante su tránsito a sufrir de abusos como la exigencia de pagos, confiscación de pertenencias o destrucción de documentos; traslado por puntos no autorizados —conocidos como trochas—, riesgo de violencia y abuso sexual, robo o limitada disposición de recursos económicos, narra Ligia Bolívar, en su informe Salud mental de personas venezolanas en situación de movilidad.

Una encuesta pública que hicimos por redes sociales a migrantes de Venezuela, entre el 27 de abril y el 9 de mayo de 2021 revela que de las 183 que participaron, 90% (164) consideraron que han padecido ansiedad, tristeza o depresión durante su proceso migratorio.

Las emociones predominantes en las personas consultadas fueron tristeza (16%), ansiedad, angustia, incertidumbre (14%), calma (13.6%) y alegría (8.7%).

Este abanico de emociones se proyecta en la salud mental en un espectro que va desde la tranquilidad que sintió Adriana Caldera por poder parir a su segunda bebé en Colombia, lejos de la pesadilla de los hospitales venezolanos, a los ataques de pánico de Bryant, quien durante sus recorridos por Latinoamérica temía morir lejos de casa. AJ tuvo que ser internado en un siquiátrico luego de ideaciones suicidas.

Las estadísticas del Ministerio de Salud de Colombia, el país con la mayor recepción de migrantes de Venezuela —un millón 742 mil 927— son reflejo de esta situación. El número de migrantes de Venezuela que asistieron a los servicios de salud por diagnóstico principal de trastornos mentales y del comportamiento pasó de 302 personas en 2017 a 7 mil 452 en 2020, un aumento de 2,467.55% en cuatro años.

Una situación similar se vive en Perú, país receptor de un millón 49 mil 970 de migrantes hasta julio de 2021.

El dolor de partir

A la deriva: la migración venezolana y la salud mental
A la deriva: la migración venezolana y la salud mental

Explica que algunos síntomas físicos pueden ser un indicio de afectación. “El dolor de espalda, dolor de cabeza, dolor de cuello, dificultad para dormir son señales que han sido poco estudiadas porque la atención en salud se basa en el aspecto físico”, dice.

“Nuestra investigación indica que los síntomas están aumentando y no se presentan solamente durante el proceso migratorio, sino que se exacerban una vez llegan al país, por el rechazo, la discriminación, la xenofobia”, afirma Cubillos.

Por otra parte, considera que la falta de políticas adecuadas para intervenir a la población migrante les afecta mucho más. “Ni siquiera tenemos primeros auxilios en salud mental”.

Para Luz Ángela Rojas-Bernal, siquiatra y docente de la Facultad de Salud en Universidad Surcolombiana, “aunque hay estudios sobre la prevalencia de trastornos mentales en estas poblaciones [de migrantes], muchas se quedan en el papel, porque no hay suficiente apoyo político para convertirlas en políticas públicas. (...) La Ley de Salud Mental [en Colombia] dice cosas muy bonitas y que están muy bien escritas, pero que en la práctica no se dan”.

El presupuesto de salud mental en Colombia corrobora lo anterior: para 2017 se destinaba apenas 1.63% del presupuesto en salud para la atención en salud mental y convivencia social. Una cifra que en 2020 disminuyó a 0.30% del presupuesto.

En Perú, el segundo país con mayor recepción de migrantes venezolanos, la situación no es muy diferente. De acuerdo con el portal de Transparencia Económica, en 2020 se destinó para salud mental tan sólo 0.50% del presupuesto general.

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La llegada de lo impredecible: la pandemia

Mariela Inojosa, periodista, oriunda de las costas del estado Vargas emigró junto con su esposo a Uruguay en 2019, después de más de dos años de planificación. Previamente, su hermana junto con su cuñado y la madre de ambas habían emigrado a Perú. Pero con la huida a Uruguay, las hermanas se reencontraron en ese país y la madre se quedó sola en Perú.

Por Covid-19, Mariela perdió a su mamá en abril de 2021. No pudo despedirse. “Saber que no la voy a volver a ver ha sido lo más difícil de sortear desde que emigré. La migración en todo sentido es un duelo, y en medio de esta pandemia se nos junta con otras cosas. Yo siento que no sólo perdí a mi mamá, también perdí a mi país”, dice.

“Con la pandemia, los problemas de salud mental se han exacerbado. Yo he atendido personas que no tenían síntomas o que habían podido controlarlos y cuando llegó la pandemia se disparó la tendencia a sufrir trastornos de ansiedad, depresión y trastornos del sueño”, relata la siquiatra colombiana Luz Rojas.

Para Víctor Reinosa, el panorama por el Covid-19 fue complejo. Fue duro conseguir empleo en su área: “Yo había trabajado en radio, televisión, prensa y llegar acá y trabajar de cocinero, delivery, trabajé en un kiosco, fue bastante duro”. La situación eventualmente mejoró, aunque no por mucho tiempo. “Renuncié a un trabajo que tenía por una propuesta interesante que me gustó mucho. Pero me enfermé y perdí ese trabajo”. Desde ese momento, Víctor se sintió en un hueco: “No me quería parar de la cama”.

Luego, a través de un amigo, pudo encontrar un nuevo trabajo en su área y todo volvió a mejorar. “Es complicado estar solo en un país, no tienes a nadie que te dé apoyo; no es como en tu país que si no tienes trabajo un mes te vas a casa de tu mamá y te despreocupas del alquiler”, comenta.

La sicóloga Cristal Palacios explica que para las personas migrantes la pandemia generó un proceso regresivo: muchos de los logros que habían obtenido se esfumaron ante las dificultades económicas que generaron las medidas para contener el virus. Eso reaviva duelos migratorios y aumenta la vulnerabilidad.

“Es una pérdida de la cuota de libertad que habíamos ganado y a esa pérdida se le suma la pérdida de la salud y de seres queridos que fallecen a causa del coronavirus”, afirma Palacios.

* Periodistas migrantes venezolanos radicados en Argentina, Colombia y Perú.