La Cumbre de las Américas, que se realizará entre el 6 y el 10 de junio, estaba pensada como el evento ideal para mostrar que el presidente Joe Biden no bromeaba cuando decía que su mandato marcaba el regreso de Estados Unidos a la escena mundial, después del alejamiento que se vivió en la era de Donald Trump.
Que la cumbre regresara a Estados Unidos por primera vez desde que se iniciaron estos eventos, en 1994, parecía el momento perfecto para que Biden se mostrara como líder global, a unos meses de unas elecciones legislativas que son cruciales y que podrían marcar el fin del dominio demócrata en el Congreso. Sin embargo, todo comenzó a desmoronarse cuando el equipo de Biden anunció que Venezuela, Nicaragua y Cuba no serían invitados por lo que se considera “falta de respeto a la democracia”.
Cada quien reza a su santo, y las cumbres no son la excepción. La administración estadounidense pensó que con ese gesto sumaría votos de los anticastristas, del exilio venezolano, de todos los sectores que, dada la impopularidad del gobierno, pueden ser clave y definir cómo será el resto de la presidencia del demócrata e impedir una catástrofe en noviembre. Pero al hacerlo mostró un gran desconocimiento de la situación latinoamericana, una región a la que, de otra suerte, tampoco se ha acercado demasiado ni ofrecido demasiado.
En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador salió particularmente en defensa de Cuba, y amenazó con no asistir a la cumbre si no se incluía a todos. Los países de la Comunidad del Caribe (Caricom) habían hecho la misma advertencia, y Bolivia se sumó a la amenaza. Argentina, Honduras, Chile reclamaron una cumbre “para todos”, pero sin llegar a decir que no irán al evento.
Faltaba la cereza del pastel y de esa se encargó el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, otra posible ausencia en la cumbre. No porque le importen Cuba, Nicaragua o Venezuela. Nada más lejos de sus intereses, sino porque su relación con Biden no podía ser más lejana. Después de todo, nunca fue “su gallo” y el haber apoyado abiertamente a Trump para la reelección le costó caro. Además, Bolsonaro tiene encima las elecciones presidenciales del 2 de octubre y no está en su interés ponerse “de pecho” a las críticas que seguramente surgirían a su gestión en la cumbre. Que México y Brasil no vayan, convertiría la de las Américas en una cumbre desinflada. Que Biden ceda a la presión no caerá bien a la oposición en EU. El misterio está por resolverse.
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