Creció en una familia de clase media, común. Quería ser periodista, pero terminó siendo abogada, y como tal, protagonista de un hecho histórico para los Estados Unidos y el mundo. Y desde un lugar sin precedente: como la única mujer que integró el equipo de fiscales en el caso Watergate contra funcionarios del gobierno de Richard Nixon , que derivó en la renuncia del presidente, el 9 de agosto de 1974.
Casi cinco décadas después de ese acontecimiento que marcó su vida para siempre, Jill Wine-Banks, quien tiene ahora 79 años, contó su experiencia en un libro cuyo título habla por sí mismo, The Watergate girl, La chica del Watergate , porque así era conocida. La prensa de aquel entonces también la bautizó como “la abogada de la minifalda”, algo que ella siempre lamentó porque simboliza “el sexismo y los estereotipos” vigentes en aquella época, contra los cuales se rebeló. “Sin duda fueron los dos obstáculos más difíciles que debí enfrentar”, dijo a La Nación. “Me sentí sola por ser la única mujer. Ahora es diferente, tengo muchas pares con quienes compartir problemas y buscar soluciones”.
Nacida en Chicago, Jill se graduó en Comunicaciones en la Universidad de Illinois. Al buscar trabajo como periodista descubrió que solamente la destinarían a las llamadas “páginas de la mujer”, y ella quería escribir sobre “noticias duras”, juicios o temas internacionales.
“Esa es la razón por la cual estudié derecho, no para ser abogada. Pensé que eso me daría más posibilidades de escribir sobre lo que realmente me gustaba. Luego encontré que en el ambiente legal existía la misma discriminación, o peor”.
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Cuando cursó derecho, en la Universidad de Columbia, solo el 5% de los estudiantes eran mujeres, y al empezar a trabajar en la sección de Crimen Organizado del Departamento de Justicia de Estados Unidos (huelga decir que como la única mujer) no le daban casos para tratar en la Corte porque eso, le decían, la hacía más vulnerable que un hombre. Eran tiempos en los que los procesos en tribunales frecuentemente incluían el testimonio de miembros de la mafia. Llevaba cuatro años en ese trabajo cuando fue contratada por el fiscal especial de Watergate, Archibald Cox, que buscaba tres fiscales asistentes.
“Eso fue en mayo de 1973, justo cuando había cumplido 30 años, y significaba dejar el Departamento de Justicia, porque el equipo especial de la fiscalía para Watergate era independiente. Luego el fiscal Leon Jaworski reemplazó a Cox, despedido en la llamada “Masacre del sábado por la noche” de octubre de 1973. Estaba sumamente emocionada por unirme a ese equipo, y más aún al saber que era para trabajar en un caso de obstrucción de la justicia”.
Jill Wine-Banks integró el equipo de fiscales de la investigación contra Nixon; en un libro que pronto será llevado al cine, recuerda el doble desafío: enfrentarse al poder y a los prejuicios sexistas. Foto: La Nación/GDA
La Watergate Special Prosecution Force , recuerda, estaba conformada por varios equipos. En total, 37 abogados y otros 16 profesionales, más 32 personas del staff general. Los equipos seguían líneas diferentes de investigación, desde la irrupción en el edificio y el encubrimiento posterior, los llamados internamente “trucos sucios” (que investigaba entre otros a Donald Segretti, abogado y operador político que trabajaba con el comité de reelección del presidente), los “plomeros” (el grupo encargado de evitar las filtraciones de temas conflictivos para el gobierno), hasta las violaciones a las contribuciones a la Casa Blanca y el caso ITT (sobre aportes a la campaña republicana y el cuestionado juicio antimonopolio que involucraba a la International Telephone and Telegram Corporation). También había equipos de apoyo, uno de consejeros legales, encabezado por Phil Lacovara; de información, asuntos públicos, administrativos, etcétera.
“El nuestro estaba integrado por Richard Ben-Viniste, James F. Neal y yo, con el apoyo de otros abogados como George Frampton, Gerry Goldman, Larry Iason, Peter Rient, además de administrativos, paralegales y miembros del FBI”, apunta Wine-Banks, quien por aquel entonces era Wine Volner, porque llevaba aún el apellido de su primer marido.
El equipo que integraba la abogada entregó pruebas al comité judicial de la Cámara baja que sirvieron como hoja de ruta para el impeachment. También jugó un papel clave en la audiencia de las cintas de Watergate, interrogando a Rose Mary Woods, la leal secretaria del presidente Nixon, sobre la brecha de 18 minutos y medio en una grabación.
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“Le dije a Rick (Ben-Viniste) que él estaba interrogando a muchos testigos, que no iba a dar abasto, que del próximo me encargaba yo”. Y resultó ser Rose Mary Woods, que fue citada a declarar un par de veces, la segunda vez por ese bache en una de las cintas, que solamente ella podía explicar. “Recuerdo todos los detalles de ese día y de los días anteriores, los preparativos para el interrogatorio cruzado, y los días posteriores”, dice Wine-Banks. La secretaria de Nixon no pudo dar una explicación plausible, ni en la corte ni posteriormente en la propia Oficina Oval, sobre cómo pudo haber borrado accidentalmente esa cinta de la forma en que lo había descripto, poniendo un pie en un botón de control mientras trataba simultáneamente de responder un llamado telefónico. Esa incongruencia fue crucial, porque la foto de la declaración de Rose Mary Woods fue tapa en todos los diarios y las revistas semanales, y la gente comenzó a preguntarse si en realidad el presidente no había cometido un delito y no estaba efectivamente obstaculizando a la justicia.
Wine-Banks dice que Rose Mary Woods “era mucho más que una secretaria, una empleada que tomada dictados y escribía a máquina, sino una suerte de consejera, alguien a quien Nixon respetaba mucho”. A tal punto que cuando los republicanos le retiraron su apoyo al presidente en el Congreso y se le advirtió que si no renunciaba sería declarado culpable por tres cargos en el impeachment, Nixon se acercó a Rose Mary para pedirle que fuera ella la que le diera la noticia a su esposa y a sus hijas, porque él no podía hacerlo.
Wine-Banks también recuerda el papel de John Dean, consejero de la Casa Blanca. Cuando en mayo de 1973 comenzaron las audiencias televisadas del comité del Senado, Dean se convirtió en el testigo principal, y su testimonio vinculó a los cinco ladrones del complejo Watergate con importantes funcionarios del gobierno de Nixon. “Cuando escuché la primera cinta, fue devastador comprobar que lo que John Dean ya había testificado sobre el presidente de Estados Unidos era verdad. Fui criada, como la mayoría, con un sentido de respeto hacia el presidente y a todos los funcionarios públicos, y me desilusionó saber la verdad sobre esa corrupción”, dice Jill, que recuerda a Dean como alguien con una memoria fantástica, totalmente creíble, y que lamentaba los errores que había cometido, comprometiéndose a trabajar con los fiscales.
Si bien la abogada sostiene nunca haber sentido miedo durante su labor judicial, su casa fue vandalizada. Cuando la policía revisó la vivienda, notó un ruido extraño en el teléfono, señal de que muy probablemente había sido pinchado. De todas formas, ella nunca hablaba sobre el caso en su casa, solo utilizaba los teléfonos de la oficina. “Pero me sentí invadida y amenazada”, recuerda.
El libro La chica del Watergate fue publicado en febrero de 2020, y su gira promocional fue muy breve, interrumpida por la pandemia del Covid-19 . Ahora se prepara una película, producida y protagonizada por Katie Holmes. ¿Qué la hizo contar su experiencia tantos años después? Tres razones, según explica: la falta de tiempo, por su carrera profesional, el innegable paralelismo entre Nixon y Donald Trump y porque el sexismo aún está “vivito y coleando” en Estados Unidos.
“Mis amigos me alentaron durante mucho tiempo para que escribiera el libro, por haber sido parte de un caso histórico, épico, y porque podía ofrecer una perspectiva diferente, como la única mujer en aquel equipo. También incluí en él las dificultades que atravesaba en mi primer matrimonio. Ojalá que compartir mi historia sirva para que muchos otros –hombres y mujeres– se animen a enfrentar sus propios desafíos, y sepan que se pueden superar. “.
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En cuanto al paralelismo entre los casos de Nixon y Trump: “Eran tiempos diferentes, donde era posible llegar a compromisos o acuerdos políticos y existían tres cadenas de TV que informaban sobre los mismos hechos y realidades, porque los hechos eran sagrados. Esto ahora no sucede”. Jill sostiene que Fox News, Newsmax y OAN creen algo totalmente diferente y lo difunden, que las pruebas contra Trump sobre muchos de sus delitos son convincentes. “Por eso es tan importante ahora enseñar pensamiento crítico en las universidades”, afirma, y no duda en señalar que si en aquella época hubiera existido Fox News, Nixon no hubiera sido removido del cargo. No obstante, encuentra diferencias entre Nixon y Trump: “Cuando los republicanos le retiraron a Nixon su apoyo en el Congreso, conservó un sentido de la vergüenza, porque él sentía respeto por nuestra democracia; por eso antes de ser condenado prefirió renunciar. Trump no lo tiene, cuando es sorprendido diciendo una mentira, la repite”.
Jill Wine-Banks no solo ha sido pionera por su participación en el caso Watergate : también fue la primera mujer que ocupó el cargo de Consejera General del Ejército y la primera directora ejecutiva del Colegio de Abogados de Estados Unidos. “El sexismo y los estereotipos de la época fueron los obstáculos más difíciles. Además, me sentí sola por ser la única mujer. Ahora es diferente, tengo muchas pares con quienes compartir problemas y buscar soluciones. Mucha de mi inseguridad y falta de confianza venían de no tener un modelo a seguir, a nadie que cumpliera una función parecida, y de ser una outsider. Pero nunca me vi ante la eventualidad de un acoso sexual. Con lo cual mi mensaje como mujer es: vos podés, y debés atreverte. La recompensa vale la pena, y ahora las cifras han cambiado. Cuando me recibí el 4 por ciento de los que se graduaban en derecho eran mujeres, ahora es de casi el 50 por ciento”.
Wine-Banks se desempeña como analista y coconductora en el canal MSNBC, en Politicon con dos podcasts (SistersInLaw, iGenPolitics) e integra el directorio de la Asociación para un Mejor Gobierno (Better Government Association), una organización sin fines de lucro que trabaja en favor de una mayor transparencia en el gobierno.
El 9 de agosto de 1974, el día en que Nixon renunció a la presidencia, Jill tuvo sentimientos encontrados. “Sentí tristeza y alegría al mismo tiempo, alivio, y recuerdo haber pensado en cómo persuadir al fiscal Jaworski de que nos permitiera pedir al Grand Jury que acusara a Nixon ahora que era un ciudadano común, como cualquier otro, y no un presidente en funciones”. Lo mismo piensa ahora de Trump: que debería ser procesado como un ciudadano común por sus cuentas pendientes con la justicia, y que por tal razón no debería permitírsele postularse nuevamente a la Casa Blanca. “Podrá hacerlo a menos que sea acusado y condenado por un delito que lo impida
expresamente, como la insurrección”.
Jill Wine-Banks nunca se encontró con los periodistas Bob Woodward y Carl Bernstein durante su trabajo en el caso Watergate, pero ella y su equipo leían The Washington Post. “Sabíamos de la existencia de ‘Garganta profunda’, y tratábamos de averiguar quién podía ser, pero nunca lo logramos descifrar. Creíamos que era un código, un nombre genérico que usaban para englobar a todas las fuentes de información que ellos tenían, no una persona en especial”. La verdadera identidad de ‘Garganta profunda’ (el agente del FBI Mark Felt) fue revelada recién en 2005 por la revista Vanity Fair.
Aparte de Wine-Banks, hubo dos mujeres que también fueron, desde otro lugar, protagonistas del Watergate: Martha Mitchell, esposa del exfiscal general John Mitchell y director de la campaña por la reelección de Nixon, cuyos comentarios públicos sobre el caso Watergate hizo que fuera encerrada en su casa, espiada y desacreditada con el objeto de hacerla callar; y Katherine Graham, directora del Washington Post que soportó las embestidas del gobierno de Nixon por su decisión de publicar documentos secretos sobre la guerra de Vietnam y que respaldó con firmeza a sus periodistas investigadores durante el Watergate.
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