Lo que se creó —o eso se dijo— como un factor de disuasión, hoy se ha convertido en la amenaza que usan regímenes autócratas para llamar la atención, para salirse con la suya. Lo peor es que les funciona, con el riesgo que ello conlleva.

Las armas nucleares fueron creadas para disuadir a los países de invadir, de iniciar guerras contra otros. Pero pasó como en la típica historia de kínder, en la que un niño le pregunta a otro: “¿Qué hace tu papá?”, y el otro responde: “¡Es policía!”, a lo que el primero revira: “¡Ah! ¿Sí? ¡Pues mi papá es bombero!”. La carrera nuclear no ha parado y tiene en el primer lugar a Rusia, seguida por Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido, India, Israel, Paquistán y Corea del Norte. Pero tanto Rusia como Norcorea decidieron dar un paso más hacia el precipicio, y usar su poder nuclear como la amenaza perfecta para lograr sus fines.

Cada vez es más frecuente escuchar al presidente ruso, Vladimir Putin, decir que si se siente agredido, su país agotará sus últimas opciones. En otras palabras, usará sus armas nucleares.

Norcorea, considerándose desatendida porque todas las miradas están hoy puestas en el conflicto ruso-ucraniano, decidió hacerse sentir. Y qué mejor con un misil sobrevolando Japón, desatando el pánico y recordando que también es un Estado nuclear. Kim Jong-un logra su cometido, atrayendo la atención a su país y forzando a Estados Unidos a ver de qué manera puede regresar a la mesa de negociaciones con el régimen.

Putin también lo logra. La comunidad internacional rechaza las anexiones de territorios, pero todos tienen temor de que, en efecto, el mandatario ruso apriete el botón rojo. Advertir al Krem- lin que no es el único con poder nuclear no basta. Entre más acorralado, más posibilidades de que lo haga. Así que surge entre el liderazgo político el consenso de que quizá sea mejor no reconocer las anexiones, lanzar regaños y... dejar pasar para evitar el Apocalipsis. Ocurrió una situación similar cuando Rusia se anexionó Crimea, en 2014. El problema es que resulta cada vez más incómodo permitir la avanzada rusa a cambio de apagar la amenaza nuclear. Y otros regímenes observan con atención cómo evoluciona el enfrentamiento con Rusia, esperando probablemente su oportunidad de hacer lo propio.

La posesión de armas nucleares cada vez funciona menos como factor de disuasión. Los países están cada vez más cerca de la línea de no retorno. Frente a esta terrible realidad, la organización creada para impedir un nuevo Hiroshima y Nagasaki parece manca. La ONU no pudo evitar la invasión de Ucrania ni ha podido parar la guerra. El poder de veto frena incluso cualquier resolución de condena “incómoda”.

Hoy, las naciones están huérfanas. La desnuclearización, más lejos que nunca. La humanidad, más amenazada que nunca. Y las manos, cada vez más cerca del botón rojo.

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