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Toda la gente decente empezó en la inteligencia. Yo también lo hice. (Henry Kissinger , durante una conversación con Vladimir Putin en 1992)
A siete meses de cumplir 100 años de vida, la profunda huella de Henry Kissinger persiste en todo el mundo desde China, Rusia y Oriente Medio hasta América Latina y México, pues las estrategias diplomáticas que urdió son parte de la era de graves amenazas y conflictos que hoy vivimos.
La mayoría de los lectores recordará a Kissinger como el maquiavélico secretario de Estado que hizo mancuerna con el presidente Richard Nixon para culminar la guerra de Vietnam -una derrota histórica que le valió el Nobel de la Paz, ya entonces desprestigiado-, así como el cruel promotor de la doctrina de seguridad nacional que en plena Guerra Fría avaló los golpes militares en Chile y Argentina, seguidos por la criminal Operación Cóndor.
Otros destacarán que Heinz Alfred Kissinger, nacido en la Alemania de Weimar y refugiado en Estados Unidos a los 14 años por la persecución nazi, fue el artífice del crucial reacercamiento con China que allanó el ascenso del coloso asiático. Muchas de sus biografías enfatizan las complejas negociaciones que entabló con la Unión Soviética para la firma de los tratados de control de armas nucleares SALT, aunque hablan poco del papel que jugó en los siniestros capítulos del genocidio en Bangladesh y Timor Oriental; menos aún tocan su recomendación a Ucrania, basada en la más pura Realpolitik, de ceder Crimea y las regiones rusófonas del este a Moscú para terminar la guerra.
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En el caso de su relación con México, llena de influencia perdurable, documentos desclasificados en EU por la organización Archivos de Seguridad Nacional dan cuenta de una extraordinaria conversación sostenida en 1974 entre el diplomático y el presidente Luis Echeverría Álvarez en Los Pinos. De acuerdo con lo transcrito, que para los analistas estadounidenses exhibió las “inmensas ambiciones de liderazgo global” que Echeverría ya había mostrado al reunirse con Nixon dos años antes, Kissinger elogió el sistema del partido único mexicano, ya que se debe “capturar tanto terreno de la oposición como sea posible” y refirió que Nixon aplicó la misma política por el rechazo a la guerra de Vietnam en Estados Unidos.
No alineados
Echeverría estaba atento a la sucesión en el Movimiento de los No Alineados entre el dirigente yugoslavo Josip Broz Tito y el argelino Houari Boumédiene; afirmó que “por primera vez los subdesarrollados se sienten fuertes y con un arma” (en alusión al embargo petrolero árabe de 1973, detonado por la guerra del Yom Kippur que Kissinger ayudó a frenar), a lo que su interlocutor contestó que entre más elevados fueran los precios del crudo “más alternativas se desarrollarán”. Le habla del petróleo de esquisto (shale) y de que “para 1980 ya no serán necesarias las importaciones de crudo en EU y para 1985 seremos exportadores”.
Luego de discutir la situación de los refugiados palestinos en Líbano, Kissinger señala que “cada problema es más complicado que el anterior. Siria, Jerusalén, mi futuro político está en riesgo” y, una vez que el mandatario mexicano le ha comentado que en Europa también hay inquietud por la escasez de gasolina y la inflación, considera que se trata de un fenómeno contemporáneo. “Todos los países tienen problemas internos, excepto México ¡ja ja! Algún día tiene que decirme, en confianza, ¿cómo eligen a un presidente?”
Echeverría respondió: “Bueno, no es un secreto. Tenemos un partido. Sus líderes están en contacto con todas las fuerzas sociales del país”. Le asegura que como secretario de Gobernación se sobrepuso a la inestabilidad porque respaldó al presidente Gustavo Díaz Ordaz (su antecesor) y mantuvo el orden ante “brotes comunistas y estudiantiles”, pero al mismo tiempo expresa que México necesitaba “algo para capturar la imaginación de los jóvenes”, pues exigían “la liberalización del proceso político” y “eso es algo que no puede hacerse con bayonetas”.
En sus análisis de la época, el Departamento de Estado ignoró el distanciamiento del PRI con la sociedad mexicana, lo que contribuyó al surgimiento de guerrillas y la guerra sucia. Por lo general aprobó la reacción de Echeverría que fortaleció al Ejército y el aparato de seguridad, pese al creciente nivel de violencia y el inicio de políticas en Washington para condicionar la ayuda exterior al respeto de los derechos humanos.
Por esos años, Kissinger disfrutaba cada febrero vacaciones en Acapulco, donde frecuentaba al jet set internacional y cultivaba los privilegiados contactos que tanto explotaría en su faceta de consultor privado tras dejar el gobierno de Gerald Ford. Ya al mando de Kissinger Associates, que fundó en 1982 y le generó ganancias de ocho millones de dólares anuales, las trasnacionales se lo pelearían como asesor para entrar al cada vez más lucrativo mercado chino, lo que acarreó duras críticas en su contra al apoyar la represión en Tiananmen en 1989.
En el puerto de Guerrero, donde pasó la luna de miel con su segunda esposa Nancy Maginnes -asistente de Nelson Rockefeller- en 1974, Kissinger departía con personas tan pintorescas como el barón Enrico di Portanova, heredero de una fortuna petrolera o Loel Guinness, hijo de banqueros británicos, pero también con los magnates que consolidaron la globalización como Robert Day, director de Trust Company of the West (TCW), fondo de inversiones impulsor de las privatizaciones en México, Venezuela y Chile una década después.
En Kissinger. A biography (Simon & Schuster, 1992), Walter Isaacson detalla que como miembro del consejo de la misma TCW, el exespía del Ejército y asesor de Seguridad Nacional informaba periódicamente del clima político en México “junto a coloridas evaluaciones de sus líderes”. Day, quien administraba sus finanzas personales, le dio toda su confianza; “la privatización es la nueva tendencia más importante y Henry está perfectamente preparado para estar al frente. No hay nadie en el mundo que tenga contactos personales en tantos gobiernos y que pueda ayudar a resolver los acuerdos de privatización”, subrayó.
En 1990, la firma se unió a GTE Corporation -también cliente de Kissinger- y Telefónica de España para tratar de adquirir, sin éxito, la mayoría de las acciones de Telmex.
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Deuda externa
Sin embargo, el cabildeo de Kissinger logró un gran impacto en el tema de la deuda externa, cuando gigantes que integraban su portafolios, como American Express, Chase Manhattan Bank y TCW empezaron a temer una moratoria mexicana. Chase reportó pérdidas en 1989 después de aumentar las reservas para protegerse y David Rockefeller, su exdirector, urgió a Washington a tomar cartas en el asunto. Day viajó a México tres veces con Kissinger para “mantener buenas relaciones con quienquiera que estuviera en el poder” y en sus influyentes columnas periodísticas, el “diplomático de alquiler”, como le llama Isaacson, no vaciló en manifestar su simpatía por el gobierno de Carlos Salinas de Gortari.
De hecho, ya un año antes, después de la elección de Salinas de Gortari, alertó sobre la “amenaza comunista interna” que el nuevo mandatario enfrentaba en Los Angeles Times/The Washington Post y puntualizó que “EU puede jugar un papel primordial para alentar la democracia y la reforma económica” ayudando a solucionar el problema de la deuda. “La política económica liberal de Salinas sólo puede sostenerse con crecimiento. Pero la economía mexicana no puede crecer en tanto el servicio de la deuda consuma más de 6 por ciento del PIB”, escribió.
“Parte del peso de la ayuda debe ser asumido por los gobiernos acreedores, incluyendo EU”, concluyó Kissinger elogiando la “innovadora propuesta” formulada en ese sentido por “James Robinson de American Express”, sin mencionar que era su cliente y planeó la iniciativa con su apoyo.
En 1989 Kissinger destacó en su columna el plan latinoamericano de una cumbre para enfrentar los “crecientes e intratables problemas de la deuda” y sostuvo que era una oportunidad que no podía desperdiciar la entrante administración Bush. Fue una “fortuna”, recalcó, que Salinas de Gortari dirigiera el gobierno de México, país que merecía ser el primero en alcanzar una reestructuración. Insistió en que eran los gobiernos, y no los bancos, los que tenían que soportar la carga: “La mayoría [de los bancos] llegó al límite de lo que las organizaciones lucrativas pueden absorber. Generalmente han sido innovadoras en el diseño de esquemas de financiamiento”.
Según Isaacson, las opiniones de Kissinger eran “sinceras” y las había externado antes de que las adoptaran sus clientes de Wall Street. Incluso iban en contra de su parecer, pero “su análisis probablemente fue afectado por la fuerte opinión” de los banqueros. “Sus puntos de vista han influido en mis reflexiones -apuntó Robinson, quien pagaba a Kissinger Associates casi un millón de dólares por año- y me gusta pensar que los míos han tenido un modesto impacto en las suyas”.
Una clientela global
Clientes de Kissinger Associates desde principios de los años 80.
American Express
Anheuser-Busch
Banca Nazionale del Lavoro
The Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase)
The Coca-Cola Company
Daewoo
Ericsson
Fiat
Fluor
H.J. Heinz
Hunt Oil Co.
Lehman Brothers (quebró en 2008)
Merck and Co.
Rio Tinto Group
Revlon
TCW
Union Carbide
Volvo
S.G. Warburg