Washington. El 19 de noviembre, durante 85 minutos, Kamala Harris tuvo todos los poderes de la presidencia de Estados Unidos. Fue un periodo brevísimo limitado a la anestesia que se administró a Joe Biden durante una colonoscopia rutinaria, pero la puso otra vez en los libros de historia como la primera mujer (y primera negra y primera de descendencia asiática) en tener las riendas del país.
Harris volvía a romper un techo de cristal, aunque fuera minúsculo, y lo hacía como está acostumbrándose a vivir este trayecto como vicepresidenta de los EU : casi en el oscurantismo, sin destacar demasiado, y viviendo bajo las sospechas y rumores incesantes de tensiones en su entorno, falta de confianza en su figura y poca determinación y resultados en su cargo.
No es que el cargo de vicepresidente de EU sea un puesto llamativo o para brillar, al contrario. Por definición tiene que vivir a la sombra del Despacho Oval, pero a la vez estar lista y a punto para cualquier ocasión. Harris vive con un agravante añadido: las expectativas generadas alrededor de su figura y el escrutinio más elevado por ser una mujer negra.
Hay una sombra que planea sobre Washington sobre Harris, que la coloca más fuera de foco de lo que la vicepresidencia amerita. Su lejanía quedó demostrada literalmente hace unos días, cuando en plena vorágine de éxitos legislativos, Harris participó de una reunión de gabinete a través de una pantalla de televisión, conectada vía Zoom desde París donde estaba de visita oficial.
Además, la carga de trabajo que se le ha encomendado, desde la solución al fenómeno migratorio hasta asuntos de democratización del voto, son de gran alcance pero de difícil respuesta, al menos de forma efectiva y al corto plazo. Su falta de resultados por esos motivos y por la prioridad en otros aspectos, unido a su poca presencia mediática, la han hundido a un pírrico 28% de popularidad. Los ataques de los republicanos y la ultra derecha a su figura, bordeando el sexismo y el racismo, son constantes desde que fuera elegida para la candidatura a la vicepresidencia.
Tampoco ayudan las versiones y reportes permanentes sobre tensiones, mal ambiente, descontrol y desorden en su oficina. Los primeros indicios aparecieron en julio, y la Casa Blanca tuvo que salir rápido a parar el golpe y ponerse en modo control de daños. “La vicepresidenta es una socia increíblemente importante para el presidente de los Estados Unidos. Tiene un trabajo desafiante, un trabajo duro y un gran equipo de apoyo. gente a su alrededor. Pero aparte de eso, no voy a tener más comentarios sobre esos reportes”, dijo por entonces la portavoz Jen Psaki.
Recientemente, un reporte de la CNN ha vuelto a poner sobre la mesa la disfuncionalidad y mal ambiente: una historia llena de fuentes anónimas y versiones que, sin embargo, forman parte de este relato perenne dentro de la administración, que cada cierto tiempo ve como en algún gran medio sale un reporte sobre tensiones y frustraciones en el seno del equipo de Harris.
Según la información, su equipo falla con regularidad y la han dejado en ridículo, con numerosos problemas entre sus trabajadores -una tendencia que no es única de este cargo, sino que parece ser una constante en todos los equipos que ha liderado en su vida en cargos públicos-.
Tras el reporte de CNN, la Casa Blanca anunciaba la salida de Ashley Etienne , la directora de comunicación de la vicepresidenta.
A eso se añaden versiones sobre una supuesta desconfianza en Harris, ya sea por su inexperiencia en Washington o su poca consistencia y valor real que aporta en momentos necesarios, especialmente en la presión y convencimiento de congresistas en momentos clave de negociación, así como su crisis tras su visita a los países del Triángulo Norte, en la que tuvo que defender una política de “no vengan” muy dura con los migrantes.
En el círculo más cercano de la vicepresidenta existe en ese sentido la sensación que se la está dejando de lado a propósito, que no se la está preparando ni posicionando públicamente para dar el salto a la presidencia cuando sea su turno. Según la CNN ha confesado que se siente constreñida por la Casa Blanca y no puede hacer lo que quisiera políticamente, afectando sus ambiciones políticas. Tampoco puede salir del guión para no dar imagen de deslealtad al presidente y perder todavía más apoyos.
“Es normal que aquellos que la conocemos sepamos que puede ser de mucha más ayuda de lo que se le está pidiendo hacer”, decía Eleni Kounalakis, vicegobernadora de California y fiel aliada de Harris. “De ahí sale la frustración”, afirmó sin tapujos.
Una sensación que hace crecer las versiones sobre las dudas del partido respecto una posible candidatura de Harris en 2024 en caso de que Biden decidiera no optar a la reelección (aunque haya dicho recientemente que su intención es presentarse, no hay certeza de que vaya a ser así). Posibles rivales de Harris no están perdiendo el tiempo para preparar sus equipos y campañas, y la vicepresidenta no quiere llegar tarde a una plaza para la que está convencida que tiene ser suya, como heredera natural al ser número dos de la administración.
En la cara pública, la Casa Blanca está otra vez en fase de control de daños -definiéndola como una “aliada clave” de Biden-, y Harris mantiene la postura que todo el mundo espera de ella. “No”, respondió contundente en una entrevista reciente, a la pregunta de si se está usando de forma errónea su capital político y humano en la administración. “Estoy muy, muy emocionada por el trabajo que hemos logrado. Pero también tengo los ojos absolutamente claros de que hay mucho más por hacer y que vamos a lograrlo”, dijo.
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