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Montreal, Canadá.— Justin Trudeau aprobó el examen pero quedó muy lejos del sobresaliente, salvando los muebles en una elección que al final fue más plácida de lo previsto, pero que lo abocó de cualquier modo a perder la mayoría que ha vivido en los últimos cuatro años y encarar un nuevo mandato en minoría.
Canadá repetirá el gobierno liberal del actual primer ministro, pero Trudeau tendrá que buscar alianzas para poder mantenerse en el poder. No debería tener problemas para pactar con otros partidos, particularmente con el Nuevo Partido Democrático (NDP), con el que comparte cierta simpatía programática, llegando a acuerdos puntuales podrá sacar adelante su agenda y hacer gobernable el país.
Al cierre de esta edición, los liberales habían conseguido 157 diputados, una pérdida de más de una veintena de representantes con respecto a los resultados de 2015, cuando sorprendieron con una victoria apoteósica e inapelable.
El Partido Conservador de Andrew Scheer no logró arrebatar el poder a los liberales de Trudeau. A pesar de su avance (a pocos minutos de la medianoche canadiense sumaban más de 120 diputados, unos 25 más que en 2015), Scheer, quien ganó sin problemas su sexta elección consecutiva en su distrito, quedó muy lejos de dar un zarpazo histórico.
Cuando las televisoras canadienses proyectaron la victoria liberal y la posibilidad de un gobierno de Trudeau en minoría, a las 10:08 de la noche de Montreal, el Palais de Congrès del centro de la ciudad quebequesa, sede de la fiesta postelectoral liberal, estaba medio desierto. Escasos 100 simpatizantes empezaron a aplaudir y vitorear al grito de: “Four more years” (cuatro años más), en inglés, en una zona predominantemente francófona.
Los escasos seguidores que se apiñaron en la sede de la fiesta electoral de los liberales eran imagen clara de un Partido Liberal desangelado y que quedó medio frío, contento por mantener el control del gobierno pero contrariado por la pérdida de la mayoría. Con el paso de los minutos se acumularon los simpatizantes y fanáticos del primer ministro, en una fiesta donde se podía oler a alcohol pero escaso en energía y vitalidad. Predominaban más los huecos de la pequeña sala de conferencias que el entusiasmo por una noche electoral en la que consiguieron un resultado mejor del esperado.
Justin emuló a su padre Pierre en su primera reelección. En 1972, el padre del actual primer ministro perdió la mayoría parlamentaria conseguida cuatro años antes, pero consiguió mantenerse en el poder: pasó de 154 a 109 diputados, perdiendo siete puntos porcentuales de voto y 45 representantes de un golpe.
Esa sombra de victoria amarga le persiguió durante toda la campaña y, a pesar de todo, era el mejor dentro de los peores escenarios. Con las encuestas en empate técnico durante los 40 días de viaje por el país solicitando el voto, y con una imagen en desgaste y una popularidad bajando en picada, no podía pedir nada mejor que conservar el liderazgo del país, con una sangría menos dolorosa que la que sufrió su padre hace más de cuatro décadas.
Acertaron las encuestas con una precisión casi milimétrica en el resultado parejo en número de votos entre los dos principales partidos (su previsión de reparto de escaños falló ligeramente). En ese sentido, Trudeau se “aprovechó” el sistema electoral canadiense, al que prometió cambiar sin cumplir nunca el compromiso. La repartición de escaños benefició a su formación. Los conservadores, a pesar de adelantarlo en número y porcentaje de votos, no vieron su empuje recompensado en representantes en Ottawa.
El país está ahora a la expectativa de un futuro que antes de las votaciones se veía con muchas dudas e incertidumbres, pero que tras la noche electoral quedó clarísimo.
No hay duda de que Trudeau será el encargado de intentar formar gobierno. No hay tradición en Canadá de crear gobiernos de coalición, con miembros de dos partidos dentro de un mismo gabinete, por lo que lo más probable es que los liberales de Trudeau vayan busquen alianza en el Nuevo Partido Democrático (NDP) del sij Jagmeet Singh, los grandes derrotados de la contienda, quizá víctimas de una oleada de voto útil hacia los candidatos del premier.
A la medianoche no había todavía resultados definitivos sobre el reparto final de escaños en la Cámara de los Comunes. Nada hacía dudar que Liberales y NDP sumarían para llegar a los 170 representantes necesarios para alcanzar la mayoría de la cámara.
Singh, quien en las últimas semanas había tenido un incremento de la popularidad inesperada, finalmente sucumbió. Su formación terminó cediendo una docena de representantes. Antes de las elecciones, había dudas de si los resultados obligarían a Trudeau a buscar o la simpatía de los Verdes o el más difícil pero más robusto apoyo de los nacionalistas del Bloc Quebequés.
Francófonos recuperan influencia. Los francófonos de Québec fueron los grandes ganadores de la contienda, recuperando según todas las proyecciones la influencia y la presencia que otrora habían tenido. Los nacionalistas regresaron a controlar casi la región a excepción de la ciudad de Montreal: incluso se atrevieron a pelear la primera posición en votos con los liberales de Trudeau.
Los Verdes también mejoraron sus resultados. Nada extraño tras una campaña en la que la crisis climática dominó todo el debate político. El tema ambiental fue el principal tema de conversación y precisamente uno de los puntos débiles de Trudeau, quien se presentaba como un firme defensor de las políticas “verdes” mientras compraba para el estado un nuevo oleoducto.
La rabia acumulada por esta “traición”, especialmente entre los más jóvenes, fue clave para entender la anécdota que marcó el momento de votación del premier en un centro comunitario de Montreal. A la entrada y salida del recinto, al que acudió acompañado de toda su familia (mujer y tres hijos), un par de jóvenes lo increparon al grito de: “Criminal climático”. Trudeau, con su halo habitual y con una sonrisa en la cara, se limitó a saludar a todos lados con un “bonjour” de cortesía.