El pasado 26 de junio, la saga de Julian Assange, el fundador de WikiLeaks que puso en jaque al gobierno de Estados Unidos al revelar documentos secretos sobre las guerras de Irak y Afganistán, quedó en libertad, tras llegar a un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos.
Su liberación puso fin a una saga que comenzó en 2010, cuando Assange filtró más de 700 mil documentos confidenciales sobre actividades militares y diplomáticas de Estados Unidos en Irak y Afganistán, entre otros países. Los documentos revelaban desde abusos cometidos con prisioneros iraquíes y afganos hasta conversaciones de diplomáticos que generaron polémica en los países donde se encontraban desplegados.
Assange se convirtió en uno de los hombres más perseguidos por la Justicia estadounidense, que le imputó 18 cargos por delitos de espionaje e intrusión informática, acusando que con su filtración, posible gracias a Chelsea Manning, analista de inteligencia del ejército que le filtró los documentos a Assange, y quien pasó siete años en la cárcel, el australiano puso vidas en riesgo, al revelar nombres y datos de personas que participaron en una diversidad de operaciones.
Assange fue detenido en Londres en diciembre de 2010 y recluido sin posibilidad de fianza, a la espera de evaluar si procedía su extradición a Suecia, donde era requerido por cargos de agresión sexual.
Un juez le otorgó libertad bajo fianza en febrero de 2011, mientras se resolvía su caso. Pero cuando le fue denegada su apelación a la extradición, en junio de 2012 Assange pidió refugio en la embajada de Ecuador en Londres. El entonces presidente ecuatoriano, Rafael Correa, le otorgó asilo declarándolo “perseguido político”, luego de que el activista australiano expresara su temor de que una extradición a Suecia fuera sólo el pretexto para entregarlo a la Justicia estadounidense que, aseguraba, podría condenarlo a muerte por los delitos que le imputaba.
La estancia de Assange en la embajada fue de todo, menos tranquila. El gobierno de Ecuador denunció una serie de injerencias del australiano, y el de Estados Unidos lo acusó de querer intervenir en las elecciones estadounidenses de 2016, apoyado por Rusia, una versión que él siempre rechazó.
Al mismo tiempo, se reveló que Assange mantenía una relación romántica con una abogada, Stella Moris, con quien concibió dos hijos durante su asilo.
Aunque en mayo de 2017 Suecia puso fin a sus investigaciones sobre Assange, seguían activas las acusaciones de Estados Unidos. Sin embargo, tras denunciar reiteradas violaciones por parte del asilado al derecho internacional, el gobierno de Lenín Moreno le retiró la oferta de asilo y, tras obtener garantías por parte del gobierno británico de que no entregaría a Assange a un país donde pudiera enfrentar “tortura o la pena de muerte”, permitió a la policía británica entrar a la embajada y detener al activista.
Fue encerrado en la prisión de máxima seguridad de Belmarsh, desde donde luchó desde el primer momento contra su extradición a Estados Unidos. En 2021, se casó con Stella.
Días antes del 26 de junio, comenzó a circular la versión de un acuerdo con la Justicia estadounidense que, finalmente, se hizo realidad. Assange fue trasladado a las Islas Marianas -no confiaba en llegar a un tribunal en suelo continental estadounidense-, donde se declaró culpable de un solo cargo por violar la ley de espionaje de Estados Unidos, y fue condenado a 62 meses de prisión, aunque al considerarse el tiempo cumplido en Belmarsh, se consideró la sentencia anulada.
De inmediato, Assange viajó a Canberra, en Australia, en un avión que logró subsidiar gracias al apoyo de sus seguidores, que reunieron el dinero para ello, y desde entonces vive allá, lejos del foco público. Su condena le impide pisar suelo estadounidense, o denunciar a sus captores.
Amado y considerado “héroe” por muchos, mientras que genera rechazo entre quienes lo consideran “falso adalid” del periodismo -no es periodista- que buscaba llamar la atención, su liberación también fue motivo de polémica. Pero esta vez, unos y otros expresaron su preocupación por la forma en que ocurrió, por sentar un mal precedente en términos de libertad de expresión, en tiempos peligrosos para el periodismo.
“El periodismo no es un crimen, es el pilar de una sociedad libre e informada", subrayó en su momento Stella Assange.
En octubre pasado, Assange rompió finalmente el silencio. “No soy libre hoy porque el sistema funcionó, sino porque, tras años de encarcelamiento, me declaré culpable de haber hecho periodismo", aseguró.
Dijo esperar que su testimonio pueda "ayudar a aquellos cuyos casos son menos visibles pero que son igual de vulnerables", y denunció que existe cada vez "más impunidad, más secretismo, más represalias por decir la verdad y más autocensura". “¡La lucha sigue!”, concluyó.
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