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Washington.— El Senado de Estados Unidos ya es a todos los efectos la Corte que debe juzgar al presidente Donald Trump, y los primeros compases del juicio al mandatario mostraron la enorme división partidista que va a dominar (y domina) el país, una grieta tan descomunal que incluso convirtió una audiencia casi preliminar en una pugna agria por la normativa que debe regir el proceso de impeachment.
Estados Unidos no es el mismo país que vivió en 1999 el juicio político a Bill Clinton, y que fue capaz de aprobar de forma unánime las reglas del juego contra el entonces presidente. La animadversión entre las partes es brutal, y este martes, en una sesión maratónica de más de nueve horas, las acusaciones entre litigantes fueron imparables.
Aunque la sesión era sólo para establecer qué reglas cumplir en el juicio contra Trump por abuso de poder y obstrucción al Congreso debido a presuntas presiones al gobierno de Ucrania, se convirtió en una batalla campal partidista. Mientras los demócratas acusaron los republicanos de no permitir un juicio justo al “ocultar” nuevos documentos y testimonios (y, por tanto, “la verdad”), los republicanos y la Casa Blanca negaron esa afirmación, asegurando que todo cumple lo necesario en un proceso que no debería existir porque el presidente “no ha hecho nada malo”.
“Creemos que tras las presentaciones iniciales la única conclusión será que el presidente no ha hecho nada malo”, dijo Pat Cipollone, líder del equipo de defensa del presidente, “y que los artículos de impeachment no se acercan ni por asomo al estándar requerido por la Constitución”.
Los senadores estuvieron enclaustrados sin poder hablar, sin aparatos electrónicos (aunque una decena violó la normativa con relojes inteligentes) y sólo pudiendo beber agua o leche. Algunos se durmieron grandes porciones de la jornada.
Para el demócrata Adam Schiff, líder de los congresistas que actúan como fiscales, la normativa propuesta por el jefe de los senadores republicanos, Mitch McConnell, hace que sea “imposible un juicio justo”, por lo que apoyarla significaría un golpe duro para la credibilidad del proceso. “Si el Senado vota privarse de testigos y documentos, el juicio terminará con los argumentos iniciales”, añadió, dejando sin nuevas pruebas y ninguna investigación la decisión de determinar si Trump es culpable o no de las acusaciones de abuso de poder y obstrucción del Congreso en la trama ucraniana.
La presión, demócrata y del sector republicano más moderado, consiguió sólo dos cambios en las normas que McConnell filtró la noche del lunes: que las 24 horas de argumentos de cada parte se puedan repartir en tres y no dos días como quería el republicano (permitiendo que las sesiones a partir de este miércoles sean de ocho horas y no de 12), y la admisión de las evidencias investigadas por la Cámara Baja. En cambio, se rechazó pedir a la Casa Blanca más documentos o pruebas; también a la Oficina de Presupuesto y citación del jefe de gabinete interino Mick Mulvaney.
Los demócratas expresaron su interés de poner sobre la mesa cada uno de los nombres y agencias y departamentos de gobierno de los que quieren tener más información en relación a la trama de Ucrania. McConnell trató de agrupar todos los nombres, pero el líder de la minoría demócrata, Chuck Schumer, se negó.
La resolución, hasta el cierre de esta edición pendiente de votación, no detalla si habrá testigos en el juicio. Para los demócratas, la oposición republicana a que se presenten más documentos o testigos es una estrategia para “encubrir” al mandatario, esconder documentos que darían luz al caso contra él.
No tuvieron éxito ayer, pero quizá haya lugar para un resquicio de luz que lleve al milagro que cambie el guión que parece marcado de inicio. Y es que unos pocos senadores republicanos —quizá la más vocal de ellos Susan Collins—, dijeron que es muy probable que, más adelante en el juicio, pidan testigos para ser interrogados, lo que daría un giro de 180 grados a un proceso que parece visto para sentencia antes de empezar, especialmente por la colusión de los líderes republicanos con la Casa Blanca para armar la defensa y las declaraciones de McConnell en el sentido de que no es posible una resolución diferente a la absolución presidencial.
Trump vivió la primera jornada desde Davos, ciudad suiza, donde insistió en que el juicio es un “fraude” que “no va a ir a ningún lugar porque no pasó nada”.