San José. – Un papa polaco y dos religiosos católicos nicaragüenses delimitaron cuatro décadas de la turbulenta historia del cristianismo en Nicaragua.
Hincados y de cara al Sol, los nicaragüenses—el obispo de Matagalpa, monseñor Rolando Álvarez, y el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal (1925—2020)—heredaron instantes emblemáticos a la vida católica de su país, al igual que el Papa Juan Pablo II (1920—2005) tras aterrizar hace 40 años—4 de marzo de 1983—en Nicaragua.
“Cuídense de los falsos profetas. Se presentan con piel de cordero, pero por dentro son lobos feroces”, alertó el Papa ese día en una tribuna ante una enardecida multitud nicaragüense que le abucheó en una plaza de Managua en el apogeo de la revolución sandinista e izquierdista que, por las armas, ganó el poder en 1979 en Nicaragua y, vía electoral, lo perdió en 1990.
Un testigo cercano fue el ex guerrillero nicaragüense Daniel Ortega, líder de la ex guerrilla del izquierdista Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), en ese momento coordinador de una junta de gobierno que asumió el poder en Nicaragua en 1979 y, desde 2007, presidente de esa nación por cuatro quinquenios consecutivos.
En la tribuna, Ortega observó al Pontífice ante la multitud regida por el libreto sandinista.
La masa humana reprochó al Papa por callar ante el saldo mortal de la guerra que el presidente de turno de Estados Unidos, Ronald Reagan (1911—2004), lanzó a partir de 1981 contra el régimen del FSLN al acusarlo de ser “cabeza de playa” de la expansión comunista de Cuba y la entonces Unión Soviética (desapareció en 1991) con las guerrillas en Centroamérica.
El pasado martes, y en una arenga en Managua que remitió a la alerta papal del lobo feroz y la piel de cordero, Ortega confesó: “Yo no creo ni en los papas ni en los reyes”.
Curas, obispos, cardenales y papas “son una mafia”, recalcó.
Al proponer que, “si vamos a hablar de democracia”, el pueblo cristiano pueda decidir y elegir a curas, obispos, cardenales y papas “y no la mafia que está organizada en el Vaticano”, defendió la intensa represión que lanzó contra los opositores y que incluyó cacería y prisión de jerarcas católicos.
La primera visita del polaco Karol Wojtyla a Nicaragua—la segunda y última fue en febrero de 1996—fue marcada por otro hecho. Tras tocar y besar suelo nicaragüense en 1983, caminó al lado de Ortega por la pista del aeropuerto internacional Augusto César Sandino, de Managua, para saludar al gabinete y se topó con Cardenal como ministro de Cultura.
El poeta y cura se hincó y tomó la mano de Juan Pablo II para besarla. El Papa reaccionó molesto y se la retiró. Con el Sol de frente, Cardenal le pidió la bendición y Wojtyla le apuntó con el dedo índice de su mano derecha e increpó: “Antes tiene que reconciliarse con la Iglesia”.
Cardenal sonrió. La regañada ratificó el malestar papal con la teología de la liberación, abrazada por Cardenal y varias generaciones de sacerdotes católicos latinoamericanos y caribeños como opción a favor de los pobres en América Latina y el Caribe.
Afianzada en la década de 1960, fue acogida por las guerrillas izquierdistas que surgieron en América en ese decenio para combatir a las dictaduras derechistas militares pro—Washington. Juan Pablo II la condenó como piel de cordero que oculta lobos feroces.
La escena de 1983 en el aeropuerto pasó a la historia, al igual que la de monseñor Álvarez en agosto de 2022 en una acera de la ciudad de Matagalpa, capital del norcentral departamento (estado) nicaragüense de Matagalpa.
En la crisis por las protestas contra Ortega y su esposa, la vicepresidenta Rosario Murillo, que estallaron en 2018 para exigir democracia y libertad y que la pareja atribuyó a un golpe de Estado terrorista de la oposición y de EU, Álvarez se unió como obispo de Matagalpa al repudio de la decisión oficialista de clausurar radioemisoras católicas en agosto pasado.
La Curia Metropolitana de Matagalpa fue cercada por la policía nicaragüense. Álvarez enfrentó el asedio, salió del encierro y, sin miedo, se hincó, de cara al Sol, en una acera… flanqueado por policías.
En un escenario de represión policial en Nicaragua, monseñor Rolando Álvarez, obispo nicaragüense, se arrodilló en agosto anterior en una acera junto a efectivos policiales. Foto: Diócesis de Matagalpa.
Detenido en agosto y confinado en Managua a arresto domiciliario, el 10 de este mes, por rechazar unirse el día anterior a 222 presos políticos nicaragüenses que el dúo presidencial desterró a EU y le quitó la nacionalidad, fue despojado de su ciudadanía, declarado traidor a la Patria y sentenciado a 26 años y cuatro meses de cárcel por conspirar, desacato a la autoridad, funciones agravadas y propagar noticias falsas.
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