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Un bajo perfil y su desdén por las improvisaciones caracterizan a Juan Guaidó, quien en apenas unas semanas pasó de ser un gran desconocido a presidente proclamado de Venezuela y el mayor desafío, hasta el momento, para el régimen de Nicolás Maduro. Justo esos rasgos, además del azar, contribuyeron a colocarlo en la posición que hoy ocupa.

El joven de 35 años, de quien pocos venezolanos sabían algo más allá de que era diputado de la Asamblea Nacional —de mayoría opositora— y luego su presidente, hoy llama a líderes mundiales para obtener su apoyo y pide al ejército se una a su causa y abandone la del “usurpador”, como llama a Maduro.

El “muchacho” de quien Maduro dijo que “jugaba a la política” comenzó desde abajo. Originario de La Guaira, en el estado de Vargas, Juan Gerardo Guaidó Márquez no sólo no proviene de una familia de mucho dinero, sino que en diciembre de 1999 perdió su casa, al igual que miles de venezolanos, en la peor tragedia natural que ha sufrido Venezuela en décadas: una serie de deslaves que dejaron como saldo miles de muertos y destrucción generalizada en esta población costera.

Guaidó vivía ahí con su familia, incluyendo cinco hermanos menores. El gobierno de Hugo Chávez había comenzado apenas 10 meses atrás, en febrero. Pero Juan nunca quiso ser visto como víctima y se declaró “sobreviviente”, palabra que hoy recupera en su lucha.

Al menos en dos ocasiones tuvo la oportunidad de irse de Venezuela. Wilmer Guaidó, padre del hoy presidente proclamado, contó al diario español El Mundo que cuando decidió irse a ganar la vida a Tenerife España, en 2003, le propuso a su hijo viajar con él. Pero Juan no quiso, quería terminar la escuela en Venezuela. “Él ya estaba con los movimientos estudiantiles en la Universidad Católica Andrés Bello y allí conoció a Leopoldo López”, quien era, hasta ahora, el líder más visible de la oposición venezolana y quien se encuentra bajo arresto domiciliario.

La segunda vez, por su carrera de ingeniero —tiene dos maestrías en administración pública—, que terminó en esa universidad, se le ofreció un empleo que lo llevaría a México. Tampoco quiso. “Quería iniciar el cambio aquí”, recordó Juan Carlos Michinel, coordinador operativo de Voluntad Popular, quien habló con The New York Times.

Enraizado.

“Él nunca ha querido irse de este país. Está enraizado en su tierra”, dijo su madre, Norka del Valle Márquez.

Los reflectores no eran lo suyo. Tampoco los discursos. Pero sabía trabajar en equipo, según sus conocidos. Su bajo perfil no le impidió ser activo en la política, primero en oposición al chavismo y luego, a Maduro, el heredero de Chávez. Y en la guerra contra la corrupción —se ha enfrentado igual a la petrolera estatal PDVSA que a la constructora brasileña Odebrecht—.

Comenzó siendo estudiante, cuando se unió en 2007 a un grupo de universitarios que se lanzó en manifestaciones masivas en contra de Chávez, quien pretendía con un referéndum reformar diversos artículos de la Constitución con la idea de que el presidente no sólo tuviera más poder, sino que pudiera reelegirse indefinidamente. El mandatario fue derrotado en la consulta.

Fundador de VP

. Dos años más tarde, con López y otras figuras venezolanas, Guaidó fundó el partido Voluntad Popular (VP). En 2011, este joven espigado, de cabello oscuro, silencioso, fue elegido diputado suplente en la Asamblea Nacional por VP. Cinco años más tarde, se convirtió en titular.

En febrero de 2014, estallaron las protestas contra Maduro. Guaidó participó en ellas; sin embargo, el liderazgo lo asumió López, su mentor, quien terminó preso, acusado de instigar la violencia, y hoy vive bajo arresto domiciliario.

Guaidó dio una muestra de carácter en 2015, cuando se unió a una huelga de hambre para exigir que el gobierno pusiera fecha a las legislativas venezolanas. La levantó al lograr su objetivo, y ya entonces, hizo un llamado a los venezolanos para asistir masivamente a las urnas. “Volvamos a trabajar unidos por un mejor país”.

Se estrecha el cerco.

En los comicios para la Asamblea, efectuados en diciembre de ese año, la oposición arrasó. Y ahí se definió el futuro de Guaidó, porque los partidos acordaron que se rotarían la dirigencia parlamentaria. A Voluntad Popular le tocó 2019. El cerco del régimen sobre la oposición se estrechó. Con López preso, Henrique Capriles se convirtió en el rostro de la disidencia, sin lograr unirla. Comenzó la persecución de otros líderes de VP. Uno de ellos, Freddy Guevara, se refugió en la embajada de Chile; otro, Carlos Vecchio, huyó a Estados Unidos.

Así, por azar, al llegar 2019 le tocó a Guaidó asumir la dirigencia de la Asamblea. Además de un reto mucho mayor: ¿Cómo enfrentar a Maduro?

Guaidó optó por recabar el mayor apoyo internacional posible y aprovechó el rechazo generado por las elecciones de mayo de 2018 en las que se reeligió Maduro. Pero eso no bastaba, así que ha apostado por fracturar el principal bastión del régimen: el ejército, al que hoy ofrece una amnistía en caso de que decidan abandonar al “usurpador” y ponerse, dice, “del lado de la Constitución”.

¿Por qué Guaidó? Existen varias razones: la primera, que es un rostro fresco, en un país donde los venezolanos están cansados de los pleitos y divisiones de los líderes disidentes. Su esposa, Fabiana Rosales, periodista e influencer venezolana, con quien tiene una hija de 20 meses, incluso era más conocida que él.

“Ser periodista en tiempos de dictadura, donde decir la verdad o pensar diferente es un delito, no es nada sencillo, pero ser periodista y saber que estamos del lado correcto de la historia para lograr una mejor Venezuela es tan gratificante que espanta todos los miedos”, ha dicho ella en público. Y es la visión que le aporta a Guaidó.

En segundo lugar, el joven político, quien el 28 de julio cumplirá 36 años, es un ciudadano común. “Guaidó tiene una combinación de muchos tipos de venezolanos: es alguien que con mucho esfuerzo llegó a la universidad, y sus padres con mucho esfuerzo le pudieron pagar una buena universidad”, comentó a medios venezolanos una de sus compañeras de estudio.

En tercer lugar, odia la improvisación. Según sus compañeros, tanto como ama el béisbol. Así que, cuando el 23 de enero se proclamó presidente encargado de Venezuela, lo hizo después de haber diseñado una estrategia.

Sin embargo, el desafío es gigantesco. Por un lado, el régimen de Maduro, respaldado por las Fuerzas Armadas y una Asamblea Constituyente constituida a modo del gobierno, que desconoce el actuar de la Asamblea Nacional. Por el otro, una oposición fragmentada. “Es fácil para la oposición articularse circunstancialmente alrededor de demandas de salida de Maduro, pero el verdadero reto es unirse en torno a una estrategia real, un plan de acción y un liderazgo único”, señaló el analista venezolano Luis Vicente León. A eso hay que sumarle una sociedad decepcionada, harta de la política y de los políticos y ocupada en sobrevivir en medio de la crisis económica que vive el país. Y el apoyo internacional parece, hasta ahora, insuficiente como medida de presión.

El futuro de Guaidó y de Venezuela es incierto. Él mismo admite que es muy posible que termine preso, como le sucedió a López, pero se mantiene firme. En una entrevista con The Guardian, dijo que Venezuela tiene una oportunidad única de “dejar atrás el caos. La frustración se ha convertido en esperanza. La gente se atreve a soñar de nuevo”.

En otro momento, aludió al mote que él mismo se puso: “Somos sobrevivientes y vamos a sobrevivir porque creemos y estamos convencidos de que Venezuela tiene que ser mejor… si atrapan a Juan Guaidó, va a surgir otro, porque esta generación no descansa y no va a descansar”.

Los venezolanos que volvieron a salir a las calles, con la esperanza, esta vez sí, de que el régimen de Maduro esté llegando a su fin, tienen una sola respuesta para Guaidó: “No lo conocemos. Pero ojalá no nos defraude”.

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