Más Información
MC se pronuncia tras agradecimiento de alcaldesa de Coalcomán a “El Mencho”; “nada impide que se investiguen los hechos”, dice
Gobernador de Michoacán exige investigar antecedentes de alcaldesa de Coalcomán; pide que renuncie a su cargo
Sheinbaum descalifica reportaje del NYT sobre producción de fentanilo; “no son creíbles las fotografías”, dice
Sheinbaum desconoce documento de Morena que advierte sobre revueltas por dichos de Trump; “no sé quién lo hizo”, dice
Último fin de semana del 2024 registra 171 asesinatos: SSPC; en promedio mataron a 57 personas por día
A los 19 años, Sam Ballard tenía el mundo a sus pies: joven, carismático y talentoso, se erigía como un prometedor jugador de rugby. Hasta que una reunión con sus amigos cambió su rumbo y paralizó, de la manera más inesperada, su destino.
Lo que en un inicio sería un divertido y entretenido fin de semana con amigos, terminó por convertirse para Ballard en el inicio de un doloroso proceso que tan solo tendría fin ocho años después, con su muerte.
Según contó Jimmy Galvin, un amigo del joven, se encontraban departiendo en su casa en Sidney, Australia, en 2010. Todo eran risas, entretenimiento y vino hasta que, de repente, una babosa se acercó arrastrándose por el patio de concreto y se posó ante las miradas indiscretas de los invitados.
Lee también: "¡Rápido, mi novia se muere!": Polémica en Colombia por paramédicos que atendieron muñeca de trapo
Impulsado por la fanfarronería adolescente o, quizás, por la presión social, Ballard tomó, ese día, una decisión que cambió su vida: agarró la babosa, la metió a su boca y, sin pararse a pensar en las consecuencias, la tragó.
“Estábamos sentados aquí, disfrutando un poco de la noche de apreciación del vino tinto, tratando de actuar como adultos. Y luego surgió la conversación: ‘¿Debería comerla?’ Y luego Sam se fue y bang, así fue como sucedió”, relató Galvin en diálogo con Lisa Wilkinson de The Sunday Project.
Aunque el haberse comido no le trajo consecuencias en su salud inmediatamente, sí lo hizo después. El joven australiano comenzó a experimentar debilitamiento y, más tarde, un fuerte dolor en las piernas que lo llevó a sospechar que tenía esclerosis múltiple, al igual que su padre.
Lee también: "Que todos tengan un lugar para cagar": la promesa de un candidato en Argentina
Cuando por fin contó a su madre que se había comido una babosa, ella esta restó importancia a la advertencia con tan solo cinco palabras. “Nadie se enferma por eso”, dijo la mujer en su momento.
Poco después, Ballard tuvo que ser trasladado de urgencia al hospital Royal North Shore Hospital, ubicado en Sidney. Allí permaneció 420 días en coma, después de contraer meningoencefalitis eosinofílica, una rama de la meningitis. Cuando despertó, descubrió que había quedado tetrapléjico.
Los médicos señalaron que los síntomas de Ballard no eran compatibles con esclerosis múltiple y, muchos menos aún con afecciones pasajeras o de menor gravedad.
En realidad, el joven desarrolló la enfermedad del gusano pulmonar de rata, a raíz de haber consumido la babosa, que estaba infectada, de acuerdo con CNN. La angiostrongiliasis, también conocida como enfermedad del gusano pulmonar de rata, es un parásito que habita principalmente en ratas. No obstante, también puede infectar caracoles y babosas cuando entran en contacto con las heces de roedores infectados.
Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) explican que, aunque solo pasa en situaciones poco usuales, las personas pueden llegar a infectarse al comer babosas o caracoles crudos que, a su vez, tienen este parásito.
Aunque pasa muy pocas veces, existe la posibilidad de que el gusano pulmonar de rata cause una infección del cerebro llamada meningoencefalitis eosinofílica. Este fue, precisamente, el caso de Sam Ballard.
“Las personas con esta afección pueden tener dolores de cabeza, rigidez en el cuello, hormigueo o dolor en la piel, fiebre, náuseas y vómitos. El tiempo entre comer la babosa o el caracol y enfermarse suele ser de 1 a 3 semanas”, detalla NSW Health.
El diagnóstico que recibió Ballard cambió su vida para siempre. Pasó de tener una vida social activa y practicar deporte a ser incapaz de comer sin un tubo o de moverse por sí solo. De repente, necesitaba atención las 24 horas al día, los siete días de la semana.
Su madre, junto con el resto de allegados y familiares, estuvo al frente del proceso de Ballard. “Estaba devastado, cambió su vida para siempre, cambió mi vida para siempre. El impacto es enorme”, señaló la mujer, de acuerdo con el periódico británico Metro.
El joven pasó tres años en el hospital, antes de ser dado de alta. Aunque la enfermedad no afectó sus facultades mentales, sí repercutió de manera considerable en su aspecto físico y calidad de vida, tanto así que de la institución médica tuvo que salir en una silla de ruedas motorizada.
Ocho años después del incidente, Sam Ballard murió, producto de complicaciones en su salud. Su obituario online lo describe como “un verdadero luchador y héroe para su hermano menor, Joshua, y su hermana Melanie”.
Pese a los difíciles momentos que pasó, nunca estuvo solo. Contó tanto con el apoyo de su familia como con el de sus amigos, quienes lo alentaban, respaldaban y cuidaban. “Sus últimos días fueron los más felices y estaba rodeado de una habitación llena de amor”, concluyó su obituario.
* El Grupo de Diarios América (GDA), al cual pertenece EL UNIVERSAL, es una red de medios líderes fundada en 1991, que promueve los valores democráticos, la prensa independiente y la libertad de expresión en América Latina a través del periodismo de calidad para nuestras audiencias.
Suscríbete aquí para recibir directo en tu correo nuestras newsletters sobre noticias del día, opinión, planes para el fin de semana y muchas opciones más.
vare