Joseph Robinette Biden Jr

. debe pensar que a la tercera va la vencida.

Tres décadas después de su primer intento (frustrado) de llegar a la Casa Blanca, Joe Biden se presenta a las elecciones presidenciales como el líder en las encuestas, índices de popularidad altísimos (en parte gracias al legado de la memoria que todavía queda del mandato que compartió con Barack Obama ) y confianza extrema de que, esta vez sí, podrá ser el nominado de su partido y acabar con el régimen de Donald Trump.

Estar en una posición tan predominante le ha situado a la defensiva, y es consciente de ello. Desde hace meses ha tenido que hacer frente a todas las debilidades como candidato que tiene, con ataques y heridas que no solo le han obligado a posponer su decisión de presentarse sino que muestran serias dudas que sea él finalmente el elegido para la carrera presidencial.

Biden es el primero en las encuestas (tanto en las primarias demócratas como en las generales contra Trump), pero es el segundo más viejo en la carrera (sólo por detrás del senador socialista Bernie Sanders).

Su edad es, sin duda, uno de sus puntos más débiles. Sus 76 años (cumple 77 en noviembre) contrastan con el intento de renovación del partido demócrata y el aire de “novedad” que los electores siempre buscan.

¿Es el candidato para la época actual, donde el electorado pide una voz joven y progresista y él, más que ninguno, representa la orden antigua del partido, las reminiscencias del Senado del siglo pasado y de una presidencia de Barack Obama que queda perdida en la memoria de los idealistas?

Conseguir la coalición suficiente para alzarse con la nominación demócrata será la principal tarea. Biden es todo lo opuesto de lo que parece que quiere el partido: más juventud, más progresismo, más mujeres, más diversidad; él es un hombre blanco, moderado, y viejo.

La bandera de Obama y su legado, y la apelación a sus instintos de defensor de la clase media no se auguran suficientes. Nadie olvida las rémoras de su pasado.

La experiencia de 36 años en el Senado y dos mandatos como vicepresidente le dan un historial sin precedentes para un cargo para el que casi no tendría que ser entrenado. Pero, a su vez, le genera una carga de decisiones y eventos que le persiguen y le perseguirán sin freno.

Biden lleva meses pidiendo perdón por acciones de su pasado. Ya se ha arrepentido de su apoyo a legislación criminal que atacó principalmente a minorías, de su voto a favor de la guerra de Irak; ha sido atacado por no defender la desegregación racial en las escuelas del país hace casi medio siglo.

El más recordado y reiterado, sin embargo, que apareció incluso antes de la oficialización de la campaña, han sido las acusaciones de gestos excesivos e inadecuados con mujeres , algo especialmente dañino en la era del #MeToo.

A pesar de haber sido un defensor e impulsor de la lucha contra el acoso y abuso sexual, todavía le recuerdan su mal manejo de las audiencias sobre un posible acoso sexual del ahora juez del Supremo Clarence Thomas , el famoso caso Anita Hill.

lsm

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