Washington.—El proceso de primarias demócratas está visto para sentencia y el exvicepresidente Joe Biden ya siente el peso de la candidatura presidencial en sus espaldas. La mínima duda que quedaba sobre si Biden sería el rival de Donald Trump en las elecciones de noviembre se disipó por completo tras su victoria aplastante en el “mini supermartes” vivido ayer, en el que no dio opción de resurrección a un senador Bernie Sanders urgido de demostrar que todavía tenía alguna opción de triunfo.

El camino de Sanders se ha estrechado tanto que está prácticamente desaparecido. Su mejor baza era hacer un buen papel en Michigan, lugar en el que en 2016 renació con una remontada aplastante en un estado bisagra en las presidenciales. Biden, que lleva una marcha marcial imparable desde hace un par de semanas, no le dio opción: no sólo se llevó Michigan, sino que lo arrasó en Missouri y lo vapuleó en Mississippi, en este último llevado en volandas por un masivo voto afroamericano.

Al cerrar esta edición, no se tenían resultados de los otros tres estados en juego: Dakota del Norte, Washington y Idaho.

Las señales son nefastas para el senador autoproclamado socialista. Es cierto que todavía queda 62% de delegados por repartir, y que la diferencia en el número de apoyos tampoco es tan abismal. Pero desde el Supermartes de hace una semana la tendencia de Sanders es a la baja, con encuestas nacionales que lo sitúan cerca de 20 puntos por detrás de Biden, y con un margen de maniobra ínfimo con un calendario electoral poco propicio.

En vistas de los malos resultados, Sanders decidió no salir a valorar la situación en la noche electoral, lo que desató especulaciones sobre el fin de su candidatura. Sus asesores, sin embargo, aseguraron que está listo para el debate de este domingo.

Un debate que, por cierto, se verá afectado por la crisis del coronavirus: los organizadores decidieron que se hará sin público, una situación nueva para los candidatos.

El coronavirus también tocó a la noche electoral de ayer, obligando a cancelar la fiesta que Biden tenía preparada para evitar contagios. Volvió a Philadelphia donde tiene su sede central, y de ahí se erigió como un líder presidenciable, comedido, cortés, refinado, unificador.

“Necesitamos un liderazgo presidencial que sea honesto, honrado, confiable y firme”, dijo el exvicepresidente, “y me esforzaré por dar a la nación este liderazgo”.
El mensaje de Biden estaba pensado para dejar claro que las primarias se acabaron, que salió vencedor. Y lo primero que debe hacer es unir al partido, extremadamente dividido en las almas que representa él (la moderación) y Sanders (el progresismo). “Quiero agradecer a Bernie Sanders y sus seguidores por su incansable energía y su pasión. Compartimos un objetivo común. Y juntos vamos a vencer a Donald Trump. Lo derrotaremos juntos”, exhortó Biden.

No queda ninguna duda que será el candidato. El Partido Demócrata lo está abrazando desde hace semanas, envolviéndolo de exrivales y grandes figuras del ‘establishment’. Algunos nombres exigieron al partido que dé por terminadas las primarias, a pesar de que la carrera siga en pie.

Las fuentes de financiamiento ya no esconden que su temor a Sanders se han evaporado y pueden apoyar al exvicepresidente sin pudor. “Las matemáticas son claras”, tuiteó Guy Cecil, el presidente del “super PAC” Priorities USA, el más importante grupo de acción política demócrata con enorme capacidad económica, grupo que gastó 133 millones de dólares en ayudar -de forma infructuosa- a la victoria de Hillary Clinton hace cuatro años.

Biden, tras mucho sufrimiento y después de revivir en el último suspiro, por fin podrá dedicarse a lo que quería hacer desde el principio de su candidatura: enfocarse en exclusiva a su batalla contra Trump.

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