James Earl Carter Jr., mejor conocido como Jimmy Carter, es frecuentemente descrito como un “mejor expresidente” de lo que fue presidente. “Mi nombre es Jimmy Carter. A lo largo de mi vida, he sido agricultor, oficial naval, maestro de escuela dominical, amante de la naturaleza, activista por la democracia, constructor, gobernador de Georgia y ganador del Premio Nobel de la Paz. Y de 1977 a 1981, tuve el privilegio de ser el 39 presidente de los Estados Unidos”, se describió en 2021.
De 100 años (los cumplió el 1 de octubre pasado), y convertido en el expresidente estadounidense más longevo en la historia del país, Carter falleció este domingo, tras un historial de problemas médicos que incluyeron un tratamiento contra el cáncer, en 2015, en el hígado, que después se extendería al cerebro. Se encontraba bajo cuidados paliativos y le sobrevivió poco más de un año a su esposa Rosalynn, fallecida el 19 de noviembre de 2023. A pesar de su frágil estado de salud, él asistió al funeral de ella.
Podría decirse que el destino, y la tenacidad colocaron a Carter en el camino de la presidencia. El “rey del cacahuate”, como se le conocía por heredar la granja de su padre en Plain, Georgia, donde se cultivaba este producto pudo haber hecho de ese negocio su vida, pero él quería hacer carrera en la Armada. Entró a la Escuela de Submarinos, pero la muerte de su padre, en 1953, dio un viraje a su vida y a la de su esposa Rosalynn, con quien se casó en 1946.
Su origen sureño marcó su visión antirracismo. Amigo de Bob Dylan, le tocó ver los efectos del Watergate y de la Guerra Fría. Fue justo su antisegregacionismo lo que lo convirtió en gobernador demócrata de Georgia, tras las elecciones de 1970.
Sin embargo, más allá de Georgia, donde antes de ser gobernador fue senador, nadie conocía a Carter. Lo que normalmente sería una desventaja, jugó a su favor. Eran años turbulentos en EU. Gerald Ford se había convertido en presidente tras la renuncia de Richard Nixon en medio del escándalo de espionaje de Watergate y con la rabia por la guerra de Vietnam aún fresca.
Carter se vendió como lo que era, un outsider. Prometió que “siempre diría la verdad” y que pondría fin a la “presidencia imperial”. Y los estadounidenses, hartos de la politiquería, de las mentiras y de la falta de carisma de Ford, se abocaron por el demócrata desconocido. Casi lo echa a perder: una entrevista para Playboy, donde expresó sin tapujos su visión acerca del sexo y admitió sus “pecados de lujuria”, escandalizó a los cristianos conservadores.
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Aun así, se convirtió en el presidente 39 de Estados Unidos. Carter asumió el poder cuando el país estaba sumido en una profunda estanflación: estancamiento económico sumado a una inflación. La crisis económica era el tema de mayor preocupación y esa, aseguró el demócrata, sería su prioridad.
No era sencillo, y tampoco lo fue su relación con el Congreso. Quería liberar a la nación de la dependencia del petróleo extranjero, desregular los precios del crudo en el país. Pero la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) pensaba distinto y fijó un cártel de precios que provocó una inflación galopante.
A nivel internacional, Carter comenzó con el pie derecho. En el otoño de 1978, logró reunir al primer ministro israelí, Menachem Begin, y al presidente egipcio, Anwar el-Sadat, para una cumbre en Campo David. El resultado: el 17 de septiembre, se anunció un acuerdo por el que Israel devolvió los territorios del Sinaí ocupados desde la Guerra de los Seis días (1967). A cambio, Egipto reconoció el derecho de Israel a vivir en paz.
Menos elogios recibió su reconocimiento de la China comunista, o su negociación de nuevos acuerdos para el control de armas con los soviéticos, en medio de la guerra en Afganistán, que hicieron alzar las cejas a los republicanos.
El beso incómodo
Un año antes del acuerdo de Campo David, Carter protagonizó un momento vergonzoso que hasta el día de hoy, no se olvida en el Palacio de Buckingham. En 1977, viajó a Londres para una reunión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y fue invitado por la reina Isabel II a una cena. Pero cuando le presentaron a la monarca, se acercó y le dio un beso en la boca. Ella nunca se lo perdonó. “Nadie ha hecho eso desde que mi esposo murió”, diría Isabel II, fallecida en 2022.
Crisis de los rehenes y el papel de México
Con todo, el mayor fracaso de su gobierno sería la crisis de los rehenes de 1979 en Irán. En octubre de aquel año, el sha de Irán, Mohamed Reza Pahlevi, viajó a Nueva York para atenderse del cáncer que padecía. El 1 de noviembre, el ayatola Ruholahh Khomeini aprovechó para deponer al gobierno, acusando a Pahlevi de ser un “títere” de Estados Unidos.
Carter ofreció refugio al sha, luego de que el gobierno mexicano, encabezado por José López Portillo, se negara a recibir de vuelta a Pahlevi, quien hizo escala en México en su viaje a Estados Unidos. México argumentó que no quería verse inmerso en la crisis con Irán, y enfureció a Carter.
El refugio a Pahlevi llevó al régimen iraní a animar a los estudiantes islamistas a asaltar la embajada de EU. Tomaron como rehenes a 52 ciudadanos estadounidenses. Carter se negó a negociar con Irán y en 1980 avaló un fallido plan de rescate. “Fue mi decisión intentar la misión de rescate, y fue mi decisión cancelarla cuando surgieron problemas”.
Antes de dejar el cargo, comenzó a negociar su liberación, pero la toma de rehenes desplomó la poca popularidad que le quedaba y en las elecciones de 1980 perdió con Ronald Reagan, quien terminó de sellar el acuerdo con Irán para que los rehenes fueran liberados, en enero de 1981. Los rehenes fueron enviados a Alemania, desde donde partieron a Estados Unidos.
Carter, quien a lo largo de su vida escribió 27 libros, dejó la presidencia, pero no la política. Defensor de los derechos humanos, decidió crear la Fundación Carter, desde donde apoyó una serie de causas filantrópicas: de la construcción de viviendas para los pobres a la promoción de los derechos humanos, la lucha por la terminación de conflictos en Medio Oriente, Sudán, Etiopía, Bosnia. También fungió como observador internacional para verificar la transparencia de comicios en distintas partes del mundo, de Panamá y Nicaragua a Zambia, Venezuela y México.
El esfuerzo le valió, en 2002, el Premio Nobel de la Paz y fue lo que rehabilitó su imagen. Más, porque mientras él luchaba por la paz, el entonces presidente George W. Bush planeaba la guerra en Irak, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, alegando, falsamente, que el presidente Saddam Hussein poseía armas de destrucción masiva.
“Como cristiano y como presidente que sufrió duras provocaciones en crisis internacionales, me familiaricé a fondo con los principios de una guerra justa, y está claro que un ataque sustancialmente unilateral contra Irak no cumple estas normas”, advirtió entonces.
Pese a su edad y salud, Carter se convirtió en una voz abiertamente crítica del presidente Donald Trump en su primer gobierno. Incluso lo calificó de “ilegítimo” cuando se reveló la injerencia rusa en la campaña presidencial de 2016, y le exigió “decir la verdad, para variar”, cuando la presidencia de Trump fue impugnada por acusaciones de que abusó del cargo al presionar a Ucrania para que investigara a su rival demócrata, Joe Biden.
Kim Fuller, sobrina de Carter, aludió a una cita del exmandatario cuando se informó, en febrero de 2023, de su decisión de abandonar definitivamente el hospital y recibir cuidados paliativos en casa. “Tengo una vida y una oportunidad de hacer que sirva para algo. Soy libre de elegir ese algo… Mi fe me exige que haga todo lo que pueda, donde pueda, cuando pueda, durante todo el tiempo que pueda”. A Carter le sobreviven sus cuatro hijos: Jack, Chip, Jeff y Amy, 11 nietos y 14 bisnietos.