Jenín, Cisjordania.- Flamean banderas negras de la Yihad Islámica en la entrada del campo de refugiados de esa ciudad del norte de los territorios ocupados, considerada por los palestinos la “capital de los mártires”. No hay nadie por las calles polvorientas, llenas de basura, chatarra y un clima muy denso, que se corta con cuchillo.
Las tiendas están cerradas, sólo se ven algunos perros, huele a quemado -quizás la basura- y en las rotondas, postes de luz, paredes descascaradas, saltan a la vista fotos, posters y pancartas con los rostros de miles de “shahid”, es decir, de los “mártires” que murieron aquí por la resistencia palestina.
El silencio es parecido al que precede una tormenta. Y en el ambiente se palpa rabia, el denominador común de toda Cisjordania, donde desde el 7 de octubre -cuando el ataque sorpresa del grupo terrorista Hamas que desde Gaza irrumpió brutalmente en el sur de Israel y trastocó todo-, las fuerzas israelíes mataron a 96 personas y arrestaron a más de 1000. Desde principio de año, en Cisjordania hubo casi 300 muertos, un número casi insignificante frente a la impactante cifra de más de 5 mil 87 muertos de Gaza, entre ellos 2055 niños y 1156 mujeres, según difundió el Ministerio de Salud local.
"No se metan en el campo de refugiados, es demasiado peligroso”, advierte Omar, nombre inventado de un contacto que pide no ser identificado, que trabaja en los servicios secretos de la policía palestina.
Jenín, ciudad de unos 35 mil habitantes que cuenta otros 24. mil más en el campo de refugiados homónimo en un área de menos de medio kilómetro cuadrado-, como toda Cisjordania, está gobernada por la Autoridad Palestina del presidente Mahmoud Abbas (Abu Mazen), cuyas banderas amarillas del partido Al-Fatah se ven flamear por las calles. Pero también es un bastión del movimiento de la Jihad Islámica palestina y del grupo terrorista Hamas.
En un ataque que Israel por primera vez lanzó desde el aire el domingo pasado, destruyó la mezquita Al-Ansar del campo de refugiados, porque escondía a una célula terrorista de Hamas y la Jihad Islámica que preparaba un atentado. El ataque dejó cinco muertos y un clima candente en esta ciudad, donde, según expertos, los jóvenes compiten con los de Nablus, que queda 42 kilómetros más al sur, para ver qué lugar es más heroico.
Jenín fue escenario de una cruenta batalla en la que murieron 23 soldados israelíes y 52 palestinos en abril de 2002, durante la segunda Intifada. Según Israel, desde su campo de refugiados, entre 2000 y 2002, salieron al menos 28 atacantes suicidas. Kamikazes que se inmolaron por la causa palestina y por la liberación de la mezquita de Al Aqsa de Jerusalén -el tercer sitio más importante para los musulmanes después de La Meca y Medina-, cuya cúpula dorada puede verse en el fondo de los carteles con los rostros de los mártires.
Pero Jenín, considerada la ciudad más emblemática de la resistencia palestina, volvió a estar en las primeras planas en julio pasado. Entonces el ejército israelí lanzó una ofensiva militar antiterrorista que no se veía desde hace veinte años, con ataques con drones-misiles y al menos 2 mil soldados.
Fue una incursión para eliminar “infraestructura terrorista” que dejó 12 palestinos muertos, cien heridos, incluso mujeres y niños y miles de desplazados, que venían reclamando las fuerzas de ultraderecha del gobierno de Benjamin Netanyahu para defender a los cerca de 500 mil colonos (settlers) de Cisjordania, cada vez más extremistas y violentos con sus vecinos palestinos. En verdad, ya en enero había habido en Jenín una incursión antiterrorista que dejó al menos 8 muertos, que Hamas, en el poder en Gaza, había prometido vengar.
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En estos días de shock por una nueva guerra que desencadenó el brutal ataque sorpresa de Hamas desde Gaza, no son pocos los que acusan a Netanyahu de haber desatendido lo que se estaba cocinando ahí, en Gaza, por haberse en cambio concentrado -con medios y tropas-, en esta zona, como le reclamaban los colonos.
Llegar hasta Jenín desde Jerusalén es complejo. Son unos 150 kilómetros, pero hacen falta tres horas. Entre puestos de control, bloqueos de caminos y muros de cemento que rodean las decenas de asentamientos -especies de barrios cerrados rodeados de banderas israelíes y militares armados hasta los dientes que se han multiplicado en los últimos años-, la ruta, aunque desierta, no es fácil. Es más, es peligrosa. Como cuando atravesamos Huwara, un poblado fantasma, donde evidentemente ha habido enfrentamientos. Huele a quemado, se ven contenedores dados vuelta, tiendas destrozadas y patrullas de soldados israelíes en alerta. “¿Ustedes están con los árabes o con los israelíes?”, pregunta un soldado que detiene a los periodistas, mientras a lo lejos se oye un disparo.
El paisaje es bíblico: recuerda los libros de catequismo de la infancia. Desértico, con montañas y colinas llenas de piedras y olivares, típicas de Samaria, la región que recorrió Jesús. Los poblados palestinos se reconocen por los minaretes de sus mezquitas y la desolación. Todo está cerrado. No hay casi tránsito, la gente está encerrada en su casa mirando por tv la masacre de Gaza, acumulando bronca.
Como nuestro auto, marcado con cintas negras que indica que somos prensa, tiene chapa israelí, nuestro chofer no oculta su preocupación. “Nos pueden tirar piedras viendo la chapa israelí”, advierte. “Pueden pensar que somos infiltrados, todos sospechan de todos aquí”.
En Burqin, poblado en las afueras de Jenín famoso por tener una iglesia bizantina que dicen que es la tercera más antigua del mundo, también hay posters con rostros de “shahid”, mártires. No hay nadie en la calle.
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“Estamos lejos de Gaza, pero la situación es un reflejo de lo de Gaza”, dice a La Nación Nada, wedding planner de 40 años que no trabaja desde el comienzo de una guerra que cambió dramáticamente su vida. “De noche duermo dos horas y me despierto con la voz de los soldados israelíes… ¿Qué vida es esta? No sabemos qué va a pasar dentro de una hora, qué va a pasar mañana, cada día es peor que el anterior… La otra noche acá fue un infierno, se oían disparos, estruendos, los soldados israelíes con blindados pasaron por acá antes del ataque a la mezquita”, cuenta. Madre de dos varones, Karam (11) y Farez (18), Nada es cristiana ortodoxa y dice que vive aterrada.
“Cada dos días hay alguien que muere, un mártir, hay luto y aumenta la rabia. La situación es muy peligrosa y tengo miedo. Mi hijo mayor va a la Universidad de Nablus y temo siempre que le pase algo porque siempre hay ataques de colonos. Mi hijo de once tiene un día clases, otro no y tampoco puede hacer vida normal”, cuenta. Muy limpia, su vivienda, en un primer piso, está repleta de crucifijos, imágenes de Jesús y rosarios. En Burqin hay 17 mil musulmanes y 68 cristianos, cuenta Nada. Hasta ahora se llevaron bien. Pero teme que el escenario degenere y cambie si llegan a tomar el poder grupos fundamentalistas, como la Yihad islámica y Hamas, que podrían imponer la sharía, la ley islámica.
“Lo que pasó en Gaza puede pasar acá, pero nosotros no estamos con Hamas ni con ningún otro grupo, somos palestinos. Yo no quiero que mueran ni palestinos, ni israelíes y le enseñé a mi hijo mayor a no meterse en problemas, a respetar siempre al prójimo, amar a todos”, asegura.
En el centro de Jenín, Osama, dueño de un café abierto pero sin clientes, no quiere hablar de política. Tiene miedo, como todo el mundo. Pero dice que puede hablar como ser humano. “Cuando de noche miro por televisión lo que pasa con los niños y las mujeres de Gaza, lloro. Estamos geográficamente lejos, pero estamos cerca. Y el miedo es que acá pase lo mismo y que esto se convierta en una jungla”.
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