Miami.— El es una tradición mexicana que ha rebasado fronteras, conmemoración internacionalmente exhibida, entre otras, a través de la película Coco, de Pixar, en la que, en sus mensajes, se dice que una persona muere realmente cuando es olvidada para siempre.

Es el caso de John y Jane Doe, mexicanos, latinoamericanos, hombres y mujeres migrantes. John y Jane Doe son el nombre genérico que reciben los migrantes fallecidos en la frontera del lado estadounidense y que, tras ser encontrados, su identidad se diluye en la inmensidad del desierto y de las montañas: sus cuerpos son hallados sin documentos y quedan en el limbo, sin identidad, sin altar, sin rezos ni velas, sin visitas ni pláticas, sin lágrimas ni risas.

Tras ser levantados del lugar donde fallecieron, son llevados al forense y “se les práctica la autopsia de ley para determinar la causa de muerte”, explica a EL UNIVERSAL el vocero del grupo The Forensic Border Coalition (TFBC), “y también se busca información que ayude a identificar a la persona, se toman sus huellas dactilares, una muestra de ADN, características físicas y pertenencias personales”. TFBC explica que toda la información recabada se sube a diversas bases de datos nacionales e internacionales.

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Quizá la foto de alguno de esos migrantes sea puesta en algún altar al lado de alguno de sus platillos favoritos, pero nadie sabrá dónde se encuentra. Pasados determinados años sin ser reclamados, serán enterrados y sus tumbas marcadas o, en algunos condados, son enviados a fosas o cremados y su contenedor también marcado; las marcas sirven por si aparece alguna coincidencia con su ADN.

“Los esfuerzos para intentar identificar a los migrantes sin nombre continúan, después de ser enterrados o cremados, a través de las muestras de ADN”, señala la vocería de TFBC, “se contacta a quienes estén buscando a familiares y se les pide una muestra de su ADN o de algún familiar y en algunos casos, se han logrado identificaciones”.

Los forenses suben la información de los migrantes a diversas bases de datos nacionales e internacionales. Foto: Especial
Los forenses suben la información de los migrantes a diversas bases de datos nacionales e internacionales. Foto: Especial

Hay cuatro condados en el sur de Estados Unidos con el mayor número de migrantes muertos sin identificar. En Texas, Brooks es señalado por el alto número. El de Hidalgo es otro. En Arizona se reporta al de Pima. En California, el condado de Imperial. Varias organizaciones colaboran para identificar a los indocumentados: Colibrí Center for Human Rights, en Tucson, Arizona, que está en contacto con las autoridades del condado de Pima.

La guatemalteca María González contó a este diario que su hermano salió de su país en busca de una mejor vida para su familia. “En un momento ya no supimos de él, dejó de comunicarse y me llené de angustia. Desde ese momento busqué quién pudiera ayudarme a ubicarlo, no sabía si estaba vivo o muerto. Después de dos años, el Centro Colibrí dio con los restos de mi hermano con mi ADN. Fue muy doloroso, pero al menos lo habíamos encontrado para llevarlo a casa y poder despedirnos de él”.

Otra organización que también ha encontrado familiares es South Texas Human Rights Center, que opera desde Falfurrias. “Yo perdí a mi esposa en el desierto de Arizona, ahora lo sé porque logramos ubicarla. Ella quería lograr un mejor futuro para nuestros hijos. Pasó el tiempo y no sabía nada de ella”, comentó el mexicano Juan Rodríguez. “Entonces comencé a buscarla, vine a la frontera y esta organización en Falfurrias se comunicó con sus similares, pidieron una muestra de ADN de uno de mis hijos y gracias a Dios apareció su cuerpo; por lo menos mis hijos y yo pudimos despedirnos de ella y podemos visitarla en su tumba”. Border Angels, desde San Diego, California, también ayuda.

En TFBC fomentan y trabajan para mejorar las prácticas de identificación de restos humanos, al igual que el Programa de Identificación Humana que provee la Universidad de Baylor, en Texas.

“Mi hijo se fue en busca del famoso sueño americano, estaba muy ilusionado, pero nunca pudo iniciarlo”, cuenta la mexicana Rosa Martínez; “pasaron meses y no sabía de él y de plano me fui a la frontera a tratar de buscarlo, parecía imposible. Pero me recomendaron contactar con unos médicos forenses y si no es por ellos, jamás hubiera encontrado a mi hijo y menos traerlo a México y enterrarlo”.

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La situación de los John y las Jane Doe se convierte en un recordatorio, señalan analistas, sobre las consecuencias mortales de las actuales leyes migratorias estadounidenses y la urgente necesidad de modificarlas y hacerlas más humanitarias.

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