Desde el momento en que Israel anunció el inicio de una operación en Gaza para responder al ataque de Hamas del 7 de octubre, la gran pregunta era: ¿Cómo quedaría la Franja después de la venganza israelí?
Más de siete meses después, nadie tiene la respuesta, pero la presión crece sobre el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. No sólo la comunidad internacional lo cuestiona sobre su estrategia y su plan posguerra. Si el ataque de Hamas, que dejó más de mil muertos en Israel y cientos de personas tomadas como rehenes, logró que los políticos israelíes cerraran filas con Netanyahu a pesar de sus enormes diferencias de visión, la tregua llegó a su fin.
El ministro del gabinete de guerra, Benny Gantz, lanzó un ultimátum a Netanyahu: tener un plan sobre lo que hará con la Franja de Gaza, los rehenes, Hamas y demás, para el 8 de junio. De lo contrario, advirtió, se irá. Su voz se sumó a la del ministro de Defensa, Yoav Gallant, quien criticó la “no estrategia” de Netanyahu, y anticipó que rechazará el establecimiento de un régimen militar israelí (o incluso civil), en Gaza. El anuncio del fiscal de la Corte Penal Internacionl (CPI) de que ha solicitado la emisión de órdenes de detención contra Netanyahu y Gallant por crímenes de guerra complica aún más la situación.
Netanyahu ha dicho que la operación contra Hamas en Gaza no terminará hasta haber “erradicado” a la organización islamista e impedido que vuelva a ser una amenaza. ¿Cómo piensa hacerlo? Es una incógnita. Tras arrasar en el norte de Gaza, comenzó a atacar en el sur, adonde se refugiaron los palestinos que huyeron de la devastación inicial. Pero ahora, Israel vuelve a atacar el norte, alegando un reagrupamiento de Hamas, e insiste en que entrará a Rafah, en el sur, para acabar con el liderazgo de Hamas que allí se oculta.
La forma como Netanyahu ha operado en la actual guerra ha desatado una ola de críticas y desesperado incluso a su principal aliado, Estados Unidos, que ha amenazado con dejar de proporcionar armas. La extensión del conflicto en Medio Oriente hasta no se sabe cuándo exaspera al presidente Joe Biden, quien enfrenta críticas de los jóvenes por su apoyo a Israel, y de los republicanos y el lobby judío por sus críticas y amenazas a Netanyahu.
EU y otros países reclaman además a Netanyahu que, al terminar la ofensiva, no sea Israel el que controle Gaza, mucho menos instalar un control a manos del ejército.
Las familias de los rehenes también están desesperadas, exigiendo a Netanyahu rescatar a quienes están aún en manos de Hamas, o hacerse a un lado. Por toda respuesta, el primer ministro asegura que una tregua sería ceder la victoria a Hamas; que un plan como el de Gantz, que implicaría que una administración civil multinacional quede a cargo de Gaza tras la ofensiva para garantizar que Hamas no volverá, pero también que Israel no se quedará con el territorio, sería ceder la victoria a Hamas; que no entrar en Rafah, sería una victoria de Hamas. Para Netanyahu, son ecuaciones que terminan todas con el triunfo de la organización islamista y la derrota de Israel. El problema es que no ha mostrado, al menos en público, cuál es la estrategia, la ecuación con la que, según él, Israel triunfa y la guerra termina.
No ha dicho qué pasará con la Franja de Gaza de posguerra, cómo y si habrá reconstrucción. Menos si existe disposición de negociar sobre el problema de fondo: la existencia de un Estado palestino. El tiempo se le acaba a Netanyahu, igual que la paciencia, no digamos en el exterior, sino a nivel nacional. Las familias de los rehenes protestan; el enojo crece entre los israelíes contrarios a las políticas del premier, no sólo en Gaza, sino en Israel, y la “unidad” forjada a sangre y fuego por la incursión de Hamas en Israel se tambalea. Israel es una olla de presión, a punto de explotar.