Lo que para el mundo es una crisis, para Benjamin Netanyahu es una “oportunidad”. Su momento de desviar la atención de las protestas y el rechazo a su gobierno y de tratar de unir a los israelíes frente a los ataques de Hamas y Hezbolá.

Netanyahu ha respondido con toda la fuerza de que es capaz, sin importar cómo puede inflamar una región eternamente volátil. Lo importante, desde su punto de vista, es mostrarse como el único líder fuerte que puede encabezar Israel y mantenerlo “a salvo”.

Es la misma respuesta que dan todos los líderes autócratas cuando se sienten acorralados: frente a una crisis, haz grande otra, muéstrala como un peligro para la seguridad nacional y aplástala.

Netanyahu conoce a la perfección la receta. Irán, Hamas, Hezbolá, Siria, pagarán “un alto precio” por sus agresiones. Lo ha repetido cada que le ha resultado conveniente; 2019, 2020, 2021 o 2023.

Esta vez, la crisis se produce tras las protestas multitudinarias que hicieron tambalear su gobierno por una polémica reforma judicial con la que, a decir de la oposición y de millones de israelíes, Netanyahu sólo busca acumular más poder. Netanyahu tuvo que ceder y suspender, por ahora, la reforma. Pero está empeñado en que, de un modo u otro, vea la luz. Por eso la crisis que se desató después le cayó como anillo al dedo.

Todo comenzó con palestinos atrincherándose en la mezquita de Al Aqsa, tercer lugar sagrado del Islam. Israel respondió con una violenta redada que desató las críticas internacionales y luego vino una andanada de ataques de parte de Hamas, en Gaza, y Hezbolá, en Líbano.

El gobierno de Netanyahu respondió con furia, con una lluvia de misiles para destruir túneles de Hamas en Gaza y Líbano. Hamas, a su vez, lanzó una andanada de cohetes contra Israel, que en su mayoría fueron interceptados. En medio de la lucha, como siempre, quedan atrapados israelíes y palestinos; previsiblemente, vendrán más restricciones para los palestinos y más sufrimiento de ambos bandos.

Netanyahu es ajeno a ello. Busca afianzar su imagen de líder fuerte. Pero por ahora, no parece que esté funcionando. Aunque menos visibles, las protestas contra la reforma judicial se mantienen, y los israelíes, a decir de las encuestas, no confían en la gestión de “Bibi”, ni en que su “mano dura” sea la mejor respuesta frente a la situación actual

El problema es que pocas voces moderadas se dejan oír en Israel. Y desde Estados Unidos, la respuesta no pasa de la misma frase de siempre de “apoyamos una solución de dos Estados, por la vía pacífica”. Hace mucho que no hay verdaderos esfuerzos por acercar a israelíes y palestinos, que no se dan pasos con miras a una paz que tanta falta hace. Los líderes de gobierno están demasiado ocupados con sus propios conflictos, como frenar a China, o al imperio, según el lado desde el que se mire. Mientras tanto, los conflictos israelí-palestino, el norcoreano, el de Yemen, el de Armenia-Azerbaiyán se mantienen, sin que alguien vuelva sus ojos, con el riesgo de que en cualquier momento, se salgan de control.

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