En los últimos meses América Latina nos despierta con sobresaltos. Observamos una sucesión de crisis políticas en varios países y el hilo conductor es la expresión de hartazgo en la calle mediante grandes y sostenidas manifestaciones. Pero no todo cabe en la misma bolsa por lo que vale la pena hacer un mapeo. En principio, vemos dos tipos de crisis diferentes: aquellas cuya motivación más inmediata es de índole político-institucional y aquellas cuyo disparador son motivaciones económicas.

En el primer grupo se encuentra la crisis constitucional en Perú generada por el choque entre el Ejecutivo y el Congreso, por la cual durante un par días se jugó con la idea de que habría dos presidentes. La cosa se zanjó hasta ahora por la vía institucional y habrá elecciones para un nuevo Congreso el próximo enero. También en este grupo se inserta la crisis en curso en Bolivia, suscitada por los estrechos resultados en primera vuelta de la elección presidencial. El presidente Morales se declaró vencedor pero el candidato Mesa denuncia fraude y el juego sigue abierto en la medida en la que el gobierno ha sugerido una auditoría de la votación y los opositores movilizan una resistencia en las calles.

En estos casos el factor explicativo más importante es la lucha por el poder entre grupos políticos rivales. Y, si uno pudiera detenerse en los pormenores, encontraría que detrás hay dos elementos de debilitamiento institucional que aquejan también a otros países: la corrupción incrustada en el sistema político (Perú) y la incapacidad de generar mecanismos de sucesión en los liderazgos personalistas (Bolivia). Pero lo cierto es que estas crisis no son atribuibles en lo inmediato a la situación económica: Perú y Bolivia presentan crecimiento sostenido en los últimos años e incluso en 2018: 3.6% y 4.3% respectivamente. Además, en Bolivia específicamente, el MAS ha tenido éxito en la inclusión social y simbólica de sectores populares.

Ira y hartazgo, la frustración que tronó en las protestas en AL
Ira y hartazgo, la frustración que tronó en las protestas en AL

Estos casos tienen algunas cosas en común. La primera es que en el origen de estas movilizaciones hay un elemento de espontaneidad: son una explosión de hartazgo y revuelta ciudadana, en principio no articulada por una dirigencia política específica. Crecen como bola de nieve cuando un sector agraviado (transportistas en Ecuador, estudiantes en Chile) inspira a otro a movilizarse y así sucesivamente. No vemos, por ejemplo, a los partidos de oposición como los referentes o voceros de la protesta callejera, ni como aquellos capaces de encauzarla. En todo caso a los ciudadanos enardecidos se sumaron después organizaciones sociales: de pueblos indígenas, de estudiantes, de empleados, de pensionados, colectivos de artistas y sindicatos. El tema es que la espontaneidad de arranque y la pronta difusión hablan de un clima de malestar latente que requiere de una sola mala decisión para desbordarse.


Sorpresa y torpeza

El segundo rasgo en común es que los líderes políticos no supieron leer, en la primera hora, el tamaño de la frustración y de la rabia acumulada. Se atrincheraron en su decisión sin medir el pulso real de la insatisfacción o sin que les importara. Tomaron medidas que suponían técnicamente razonables para percatarse después de que resultaban políticamente inviables. El grado de sorpresa y de torpeza en la respuesta revelan una desconexión importante entre la clase político-partidista (y las instituciones del Estado) y la sociedad.

El tercer rasgo en común es el lenguaje de violencia institucional. En su desconexión con la cuestión social, los gobernantes ubicaron el tema como un problema de seguridad pública y hasta de seguridad nacional. Sus primeras respuestas fueron el estado de excepción, el toque de queda, los militares y las policías usando la fuerza de manera desproporcionada. Sólo atinaron a poner argumentos de fuerza sobre la mesa y a aludir a la conspiración extranjera. Con ello tiraron gasolina al incendio: se multiplicó la convicción popular de que son sordos ante reivindicaciones legítimas que tienen que ver con el nivel de vida y la dificultad cotidiana de grandes mayorías.

El cuarto elemento es que, por razones diferentes, los gobernantes han asumido por ahora y afortunadamente que la represión continua y generalizada no es una opción. Retiraron las medidas que gatillaron la protesta y abrieron espacios de diálogo. Hicieron bien. Pero una vez que el incendio se propaga, se requiere de mucho trabajo político e incluso imaginación o ideas poderosas para apagarlo.

Ante estos focos rojos todos los gobiernos latinoamericanos deben tomar nota. Las movilizaciones en la calle para reclamar soluciones seguramente van a continuar ya que forman parte del repertorio de lucha social de nuestros países y hoy se facilitan por la comunicación inmediata y las redes sociales, las cuales además alimentan el “efecto demostración” allende fronteras. Pero, sobre todo, porque viene época de vacas flacas en las economías latinoamericanas y todos los gobiernos (de izquierda y de derecha) tendrán que realizar ajustes. En muchos países estos ajustes aumentarán la brecha entre las expectativas de la gente y los resultados económicos que obtienen, ya que suceden después de un ciclo económico expansivo en donde fue posible disminuir la pobreza y elevar el nivel de consumo. Cuando la gente ya experimentó algún grado de mejoría en su bienestar económico, experimenta más frustración al sentirse retroceder.

Esa frustración va a estar en nuestras calles, pero no tiene necesariamente que escalar hasta poner en jaque a los gobiernos. Si algo podemos aprender de Ecuador y Perú es que el malestar está acunándose y basta poco para desatar la furia. Que los partidos políticos deben intentar reconectarse con la población. Que los excesos al momento de mantener el orden público sólo alimentan la deslegitimación de la autoridad. Que los gobiernos tienen que estar atentos a distribuir los costos del ajuste de manera que no afecte desproporcionadamente a la clase media y clases populares, como ha sucedido en tantas ocasiones. Y que las élites económicas deben poner de su parte para evitar el callejón sin salida.

*Profesora-investigadora en Departamento de Estudios Internacionales del ITAM.

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