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Madrid.— El médico epidemiólogo Fernando García López, presidente del Comité de Ética de la Investigación del Instituto de Salud Carlos III de Madrid, considera que la llamada inmunidad de rebaño con la que algunos científicos pretenden atajar la crisis sanitaria, es una iniciativa arriesgada y temeraria.
El profesor universitario, portavoz de la Asociación Madrileña de Salud Pública y Master in Health Science por la Johns Hopkins University, señala en entrevista con EL UNIVERSAL que el número de enfermos y muertos por Covid-19 es tan elevado que desaconseja hacer experimentos naturales para enfrentar un fenómeno grave, que carece de precedentes.
Los firmantes de la declaración Great Barrington proponen reemplazar los confinamientos generalizados por una estrategia de “protección focalizada”, que evite los daños físicos y mentales de la cuarentena. ¿Qué le parece esta propuesta que aboga por la llamada inmunidad de rebaño?
—Tenemos sociedades lo suficientemente avanzadas como para no dejar que el virus campe a sus anchas, sin ningún tipo de control. Apostar por la inmunidad de rebaño, que no tiene suficiente apoyo científico, me parece algo arriesgado y temerario, habida cuenta del desconocimiento que tenemos de la pandemia, que es un fenómeno inédito. En el caso del Covid-19, la proporción de gente que se ha contagiado ha sido muy pequeña, pero ha ido acompañada de muchos enfermos y fallecidos. Para alcanzar la inmunidad de rebaño, 70% de contagiados tendría que haber superado la infección. No quiero ni pensar en los muertos que dejaríamos atrás si el virus llegara a circular libremente.
Pero en principio no suena tan disparatado buscar la inmunidad colectiva protegiendo a los grupos de mayor riesgo y dejando que el resto de los ciudadanos, menos vulnerables y que muestran síntomas leves en caso de ser infectados por el virus, sigan haciendo su vida normal, adoptando las precauciones elementales...
—Para empezar, desconocemos lo que dura la inmunidad, porque están apareciendo casos de reinfecciones. Si la inmunidad dura nueve o 12 meses y dejamos que el virus circule, mucha gente de la que ha sobrevivido podría fallecer en una segunda infección. En ese contexto de libre circulación del virus, protegiendo a ciertos sectores como los mayores de 65 años y los que padecen patologías previas o tienen factores de riesgo, estaríamos creando un escenario donde estarían recluidos los mayores y los jóvenes haciendo vida normal. Pero ese confinamiento sería muy difícil de mantener, porque al fin y al cabo es muy fácil que los jóvenes pasen la infección a sus padres o abuelos. Es poco viable mantener aislado a un grupo sin contar con el resto de la sociedad. Hasta ahora, los países que han intentado aplicar políticas de inmunidad de rebaño se han enfrentado al fracaso.
¿Cuáles son las alternativas a la inmunidad colectiva?
—La solución pasa por aplicar medidas de salud pública, entre ellas, reforzar la atención primaria para detectar masivamente los casos con rapidez y poder ais- larlos y, desde luego, muchos rastreadores para poder localizar a los contactos estrechos y que guarden cuarentena. Esto supondría mantener unos niveles pequeños de propagación del virus, mientras la población toma medidas, como mantener la distancia de seguridad, usar la mascarilla, evitar los espacios concurridos, ventilar los espacios interiores y lavarse a conciencia las manos. Estas son las principales vacunas.
En el caso de la pandemia, y con las economías temblando, la inmunidad de rebaño puede seguir siendo tentadora para muchos gobiernos...
—No hay una oposición entre salud y economía. Precisamente para que la economía salga adelante y la gente pueda sobrevivir tiene que haber sistemas, fundamentalmente de salud pública, que puedan controlar el virus. Cuando hablamos de confinamiento estamos hablando, sobre todo, del fracaso de las medidas que adoptan los gobiernos para prevenir y gestionar eficazmente la pandemia.