Mundo

Huérfanos de la Yihad: rechazo y soledad

Al menos 3 mil 704 niños sobreviven en campos de refugiados y en prisiones

Una menor, en un campo de refugiados en Hasakah, en Siria. En el lugar hay al menos 300 familias, incluyendo a viudas e hijos de combatientes del Estado Islámico. Fotos/MURTAJA LATEEF. EFE
30/06/2019 |00:42Luis Méndez / Corresponsal |
Redacción El Universal
Pendiente este autorVer perfil

Madrid

Los combatientes del Estado Islámico (EI) que murieron en Siria e Irak dejaron tras de sí centenares de huérfanos que sobreviven malamente en prisiones y campos de refugiados ante la desidia internacional. Entre ellos están los hijos de los yihadistas oriundos de Europa y otros países que decidieron incorporarse a la causa del extremismo islámico llevándose con ellos a los menores, que quedaron desamparados cuando sus padres cayeron en las trincheras.

No existe un cálculo exacto de cuántos niños con estas características permanecen en los campos de refugiados de Siria o Irak, pero el Centro Internacional para el Estudio de la Radicalización (ICSR) cifra en 3 mil 704 los menores nacidos en el extranjero que fueron llevados a diversos territorios del EI por sus padres o cuidadores, a los que habría que sumar los hijos nacidos posteriormente en la zona de conflicto.

Newsletter
Recibe en tu correo las noticias más destacadas para viajar, trabajar y vivir en EU
Huérfanos de la Yihad: rechazo y soledad

La ONG Save the Children apunta que la situación en los campamentos del norte de Siria es particularmente grave y enfatiza que muy pocos menores han sido repatriados a sus países de origen desde que los fundamentalistas islámicos comenzaron a replegarse en 2017.

Francia, Noruega, Holanda, Bélgica, Suecia, Alemania o Reino Unido, de los que eran originarios parte de los yihadistas extranjeros que sucumbieron en la guerra, se muestran reacios a recibir masivamente a los huérfanos, a pesar de que tendrían derecho a adquirir la nacionalidad de sus padres en el supuesto de que hubieran nacido en territorios controlados por el EI.

Desde edades tempranas, los menores habrían sido convenientemente adoctrinados por los fundamentalistas islámicos, tanto a nivel sicológico como militar, lo que representa un peligro potencial para cualquiera que los acoja, según advierten los países más reticentes.

Sin embargo, las organizaciones humanitarias argumentan que es preferible asumir el “riesgo controlado” que supone el regreso de estos huérfanos, frente a la alternativa de que se consuman en prisión o desfallezcan en los campos de refugiados.

Para Carlos Echeverría, especialista en terrorismo yihadista y profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), el proceso de retorno de los menores a Europa es, en cualquiera de los casos, sumamente complejo.

Ambiente hostil

Huérfanos de la Yihad: rechazo y soledad

El tema es complicado y tiene varias aristas morales y jurídicas, según el experto, porque se trata de un escenario repleto de violencia y caos en el que tampoco existen documentos para acreditar debidamente la nacionalidad de los menores y proceder a su inmediata repatriación. “Los retos son tremendos para cualquier Estado democrático, puesto que el retorno implica también que haya familias de acogida, escuelas, educadores sociales, sicólogos, entre otros servicios que se deben prestar a los menores”, puntualiza el profesor universitario.

“La salida la vamos a ir viendo paso a paso, porque son los Estados los que tienen la competencia en materia de filiación, de nacionalidad y de seguridad interior. Están muy preocupados porque se les plantea algo a lo que no estaban acostumbrados. Va a llevar tiempo”, concluye el académico de la UNED.

La presión terrorista está disminuyendo en Europa y buena parte del mundo occidental, pese al problema de los retornados (adultos y menores) que no ha supuesto la peligrosidad que se preveía, destaca el politólogo Ignacio Cembrero. “El EI ha sido derrotado y, si algún día resurge algo parecido, es probable que rebrote la movilización y algunos de los que regresaron puedan retomar las armas, pero al día de hoy la inexistencia de un polo de atracción tan poderoso como el EI significa una bajada de la intensidad terrorista”, agrega este experto en yihadismo, autor de varios libros sobre el Islam.

Mientras las naciones implicadas debaten qué hacer con los hijos de los extremistas islámicos que murieron en combate, los menores más afortunados están siendo entregados a cuentagotas a algunos de los países europeos de los que eran oriundos sus padres.

Apenas una treintena de huérfanos han sido repatriados recientemente por Francia, Alemania, Bélgica, Suecia y Reino Unido.

Algo más generosa se ha mostrado Rusia, el país que después de Túnez tenía más connacionales en las filas del Estado Islámico, unos 4 mil según las autoridades de Moscú que, de forma pionera, han gestionado el retorno desde Siria e Irak de más de un centenar de menores en los últimos dos años, algunos de ellos acompañados de sus madres.

De cualquier modo, las cifras son insignificantes para la magnitud de la tragedia.

Frente a las trabas administrativas y las reservas de los gobiernos por repatriar a menores en su mayoría indocumentados y que suponen un riesgo potencial por su entrenamiento terrorista, destaca el arrojo de algunos familiares que están luchando para que los pequeños vuelvan a sus países de origen.

Sobre todo abuelos de muy distintas latitudes, que perdieron a sus hijos y que no se resignan a perder también a sus nietos.

Algunos de ellos lo han conseguido tras continuados esfuerzos, como el chileno-sueco Patricio González que batalló durante cinco meses para rescatar a sus siete nietos, atrapados en un campo de refugiados de Siria después de perder a sus padres que militaban en las filas del EI.

González emigró en los años 80 a Suecia, donde contrajo nupcias con una oriunda. El matrimonio tuvo una hija, Amanda, que creció en el país nórdico y que a los 17 años se convirtió al islam para iniciar un proceso de radicalización que sus progenitores ignoraban. Tres años más tarde, Amanda conoció a su futuro marido, Michael Skramo, con el que se trasladó a Gotemburgo para formar su propia familia.

En 2014, Amanda avisó a sus padres que se iba de vacaciones a Turquía con su esposo y sus cuatro hijos con la intención velada de incorporarse al EI y asentarse con los suyos en territorios bajo control de los yihadistas, donde la pareja tendría otros tres niños.

Skramo, quien en los países nórdicos había trabajado en el reclutamiento de terroristas para el EI, murió en 2018 en una refriega contra militares sirios. Y Amanda falleció el pasado mes de enero, fecha que marcó el inicio de la odisea del abuelo para recuperar a los siete huérfanos que habían ido a parar a un campo de refugiados.

Tras inacabables gestiones encaminadas a presionar al gobierno sueco para que actuara y un viaje al campamento sirio donde se encontraban los niños, enfermos y desnutridos, según su propio relato, Patricio consiguió en mayo pasado que las autoridades locales autorizaran el traslado de los menores a Irak para posteriormente viajar con él a Suecia, país que accedió a concederles la nacionalidad.

El desenlace de este episodio protagonizado por un abuelo con coraje es algo excepcional, frente al abandono en el que se encuentran centenares de huérfanos de milicianos del EI que a duras penas subsisten en los campos de refugiados.

Los menores fueron arrastrados por sus padres a una situación extrema, prolongando en otros países su condición de víctimas, lo que según las organizaciones humanitarias balconea todavía más a los gobiernos, sobre todo europeos, que tratan de evadir responsabilidades a la hora de proporcionar cobertura legal a los hijos de los yihadistas muertos en combate.

Te recomendamos