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“Tengo miedo de estar aquí adentro —en el Centro de Convenciones de Houston — y tengo miedo de estar afuera”, asegura “Pedro”, quien nos pidió el anonimato para dar la entrevista. Es un padre de familia indocumentado que tuvo que dejar su casa y buscar refugio con su familia en medio de la tragedia de Harvey, el huracán convertido ya en depresión tropical .
“Estábamos en la casa y comenzó la lluvia, yo seguí muy atento las noticias y cuando menos me di cuenta la planta baja de la casa comenzó a inundarse y en menos de una hora ya tenía el agua a la cintura”, describe con angustia este padre de familia, quien de inmediato reunió a su esposa y dos hijos —un varón de 12 años y una niña de 10—.
“Tenía improvisada una lanchita, como una balsa pues, y la saqué como pude, subí a mi familia y a remar”, cuenta con una triste emoción este indocumentado originario de Zacatecas y dedicado a la construcción en Houston, Texas. “Cuando terminé de subirme yo a esa como balsa improvisada, ya el agua me llegaba al cuello”; fue el sábado 26 de agosto.
Como a la media hora de estar tratando de remar, pero más bien a la deriva por las calles inundadas de su barrio, pasó una lancha con oficiales de la Guardia Costera que los rescató.
“Nos levantaron, nos subieron y nos dieron unas cobijas para taparnos y unos como gorros y capas de plástico. Sólo nos preguntaron si estábamos bien y nos calmaron; iba una chica muy amable, igual de empapada que nosotros, no estaba uniformada y nos ayudaba con la traducción para quienes no hablamos bien inglés. Iban otras personas que también habían rescatado y en el camino subieron algunos más y nos llevaron adonde ya podíamos pisar, aunque el agua seguía como hasta las rodillas y de ahí caminamos un poco a un vehículo que nos trajo a este lugar [el albergue], relata “Pedro” a EL UNIVERSAL.
Al llegar al Centro de Convenciones de Houston los recibió personal de la Agencia Federal de Prevención de Desastres de Estados Unidos (FEMA) y de la Cruz Roja Americana.
“Nos pidieron que nos registráramos con nuestros nombres, dirección, teléfono. Preguntaron si estábamos bien, si teníamos alguna enfermedad, si tomábamos algún medicamento y cosas así; muy amables, nunca nos preguntaron nuestro estatus legal en el país y eso me tranquilizó”, dice este padre de familia, quien de inmediato fue asignado a un área con su familia y recibieron ropa seca para cambiarse.
Sin embargo, no se confía. “Sé por las noticias que agentes federales de ‘ICE’ —Departamento de Aduanas e Inmigración de Estados Unidos— se aprovechan luego de estas cosas y vienen a buscarnos para detenernos”, dice angustiado. “Mis hijos nacieron aquí, pero mi esposa y yo estamos sin papeles y eso es lo que me da mucho miedo”, asegura.
De cualquier manera “Pedro” y su familia saben que no tienen de momento más opción que permanecer en el refugio hasta que los reubiquen, si es el caso y “nos tienen que seguir ayudando hasta que haya trabajo otra vez; casi no tengo dinero y pues tal vez nos vayamos a otra ciudad, pero ahorita no tenemos cómo movernos. En algún momento regresaré a mi casa a ver qué quedó ahí y qué sirve, pero prácticamente vamos a tener que comenzar de cero” dice con los ojos llorosos. “Mientras haya vida hay esperanza”, concluye.
Héroes urbanos
En medio de las grandes tragedias se tejen historias de personas comunes que deciden ayudar a sus semejantes, aun por encima de su propia seguridad. Es el caso de Vanessa Castillo, una mujer de 27 años nacida en Santa Mónica, California, y asentada en Houston hace apenas ocho meses. Ella ayudó a la Guardia Costera como intérprete de los hispanos rescatados que no hablan inglés.
“Decidí ayudar porque en momentos así la desesperación a la hora de querer comunicarte y no poder hacerlo puede traer confusiones incluso muy lamentables; la desesperación puede hacer que alguna persona pierda el control y termine arrestado”, dice Castillo, licenciada en Comunicación, con maestría en Administración de Empresas y casi un doctorado en Leyes. “Es muy triste ver todo lo que está sucediendo en Texas y particularmente en Houston”, dice con actitud seria.
“Varios de los rescatados son indocumentados, pero trato de calmarlos y explicarles que, aunque estarían en su derecho —los agentes de ICE— no hay ningún caso que hasta el momento se haya reportado para pensar que van a ponerse a detener a personas sin papeles”, dice esta profesionista quien asegura que esta labor la hace con mucho aprecio y cariño a la gente.
“Todos, sin importar origen o nacionalidad o raza, edad o sexo, estamos en una situación de vida o muerte; sería inaudito que hiciéramos alguna diferencia en este momento”, reconoce Vanessa. “Además hay que comprender que todos estamos en riesgo, nosotros en esa labor —en la lancha—, los oficiales de la Guardia Costera y de todos los departamentos de policía, todos están arriesgando sus vidas de distintas maneras por ayudar”.
También habló de la negativa de muchas personas a abandonar sus bienes, y que pudo costarles la vida. “Me tocó ver y escuchar cómo muchas personas no querían salirse de sus autos o de sus casas; no entiendo cómo en una situación tan dramática son capaces de darle valor a lo material por encima de la vida misma”, señala Vanessa. “Lo más difícil es convencer a este tipo de personas que dejen sus pertenencias y busquen refugio” asegura, y agrega, “en este tipo de casos sí queda claro qué raza o género son más renuentes a dejar sus pertenencias, pero obviamente no lo voy a decir, no es el momento”.