Bruselas.- La pandemia por coronavirus, la mayor emergencia sanitaria registrada en el último siglo, exhibió la incapacidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para coordinar una respuesta colectiva a una amenaza que pone en riesgo a la humanidad.
Que sus 196 Estados miembros actuaran por la libre ante el Covid-19 no fue por directivas y procedimientos inexistentes, tampoco por falta de transparencia o determinación por parte de la dirección de la máxima autoridad global en la materia.
Los cierres unilaterales de fronteras, así como las recomendaciones altamente peligrosas, como inyectarse desinfectante o someterse a terapias de luz como tratamiento para la enfermedad, fueron consecuencia de la falta de pactos vinculantes, instrumentos de control y la resistencia a darle a la organización los poderes y reconocimiento requerido para asumir el liderazgo que hoy se le reclama.
“Los Estados miembros deben preguntarse qué tipo de autoridad sanitaria global quieren y cuál debe ser su alcance ante el estallido de futuras crisis sanitarias”, dice a El UNIVERSAL Tim Reed, director Ejecutivo de Health Action International.
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“Los países tienen enfrente a un líder global, pero ni siquiera lo han notado, por lo que tienen que decidir qué quieren: ¿algo para golpear y que no arroje resultados o están dispuestos a darle dientes y transferir las capacidades de respuesta nacional?
“Sólo pueden reformar la institución si están dispuestos a pagar por ello y dedicarle el espacio y tiempo que requiere esa transformación, aunque probablemente éste no sea el momento”, refiere.
Una responsabilidad fundamental e histórica de la OMS ha sido la gestión de la acción mundial contra la propagación internacional de los padecimientos. En 2005 fue dotada de un reglamento sanitario internacional, cuya finalidad es “prevenir la propagación internacional de enfermedades, proteger contra esa propagación, controlarla y darle una respuesta de salud pública proporcionada y restringida a los riesgos para la salud pública, evitando al mismo tiempo las interferencias innecesarias con el tráfico y el comercio internacionales”.
Fue precisamente bajo ese reglamento que el 31 de enero, el director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, declaró el brote de neumonía identificado por vez primera en la ciudad china de Wuhan como una “emergencia de salud pública de importancia internacional”.
Después de haber tenido en cuenta la opinión de un Comité de Emergencias y de conformidad al instrumento internacional establecido, Ginebra prosiguió formulando las recomendaciones temporales correspondientes, al tiempo que ofreció su colaboración para evaluar la idoneidad de las medidas de control en los Estados parte.
Pero al presenciar que la pandemia de Covid-19 se aceleraba a niveles exponenciales —en 67 días para diagnosticar los primeros mil casos, en 11 días se detectaron 2 mil personas infectadas y en sólo cuatro días se rebasó la barrera de los 300 mil afectados—; los países comenzaron a implementar sus propias intervenciones.
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Ni siguiera los socios de la Unión Europea (UE) se resistieron ante la tentadora apuesta. Teniendo a Italia como el enfermo más grave fuera de Asia, los países europeos abandonaron el principio de colectividad y actuaron en solitario.
España y Francia se aislaban del mundo, mientras que Alemania prohibía las exportaciones de material médico: Bélgica aplicaba la fórmula del harakiri económico, al tiempo que su vecina Holanda mantenía sus tiendas abiertas.
La autoridad científica aconsejaba la estrategia de rastrear, diagnosticar y aislar, en un momento en que Reino Unido apelaba como solución a la “inmunidad de rebaño”, que buena parte de la población se volviera inmune tras contraer la enfermedad.
Ese fenómeno se repite en la etapa del levantamiento de las medidas de confinamiento decretadas para frenar la enfermedad. En Europa, cada nación avanza conforme a su propio calendario: Austria abrió sus pequeños comercios el 14 de abril; dos semanas después los peluqueros y masajistas volvieron a la actividad en Suiza; Bélgica relajó por primera vez sus medidas de confinamiento el 4 de mayo, y el 11 de mayo Francia entró a su denominada fase uno.
A pesar de que la OMS ha sido consistente en su ejercicio desde el primer día en que alertó sobre la existencia de un caso atípico de neumonía en territorio chino, entre los países ha prevalecido el principio de “sálvese quien pueda”. “Cada país tiene una agenda política paralela a la agenda sanitaria. [Donald] Trump y [Boris] Johnson han tratado de mostrarse fuertes, mientras que los alemanes asumieron liderazgo desde su propia trinchera siguiendo gran parte de las líneas directrices de la OMS”, afirma Reed.
“Los países han respondido con sus propios recursos, capacidades y políticas. Por lo que es importante que la OMS salga de esta crisis con un plan para que en el futuro los países no actúen por su cuenta y traten de apegarse a ciertas líneas directrices.
“Esto evitaría la proliferación de ideas falsas como el recomendar como cura la inyección de un desinfectante [como hizo el presidente Trump[, y la implementación de estrategias opuestas, como ocurrió en Reino Unido, que inició el proceso apostando por la inmunidad colectiva”, menciona.
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De acuerdo con el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades, Reino Unido, el último en iniciar con la estrategia de identificar y aislar, es el país con mayor número de casos clínicos y muertos por Covid-19 en Europa, con más de 229 mil y 33 mil respectivamente.
Sin autoridad
Cada vez que hay un relevo en la jefatura, los vientos de cambio soplan en una organización que se creó en 1948 como un órgano de asesoría técnica para mejorar la salud en el planeta. Con el exministro de Salud de Etiopía Tedros Adhanom no ha sido la excepción desde su arribo en mayo de 2017.
Asegura que a raíz del brote de ébola en la República Democrática del Congo y la respuesta “tenaz, puntual y en su mayor parte exitosa”, la OMS ha asumido un papel de liderazgo en la evaluación y mejora de la preparación de los sistemas de salud en todo el mundo, principalmente a través de procesos como la Evaluación Externa Conjunta y otras herramientas de simulación y monitoreo de las capacidades sanitarias.
“Si se piensa que la respuesta actual es mala, podría haber sido aún peor sin estas inversiones, pero siendo la OMS una burocracia, es en sí misma muy grande y difícil de manejar. Lo que debe suceder, y hasta ahora ha sido lento, es la necesidad de aclarar cuál es realmente su papel en emergencias y tiempos de paz.
“No tiene una autoridad independiente real. Se supone que los Estados miembros deben escuchar a la OMS como un organismo coordinador y líder en salud mundial, pero en este brote hemos visto que incluso las obligaciones legales estipuladas en la Regulación Internacional de la Salud son hechas a un lado, especialmente por los países más poderosos”, dice a este diario.
A la guerra sin recursos
Los expertos coinciden en que el desafío de cambiar o mejorar la OMS radica en la falta de recursos y su dependencia en las aportaciones de los Estados miembros; es decir, por un lado, carece dramáticamente del dinero requerido para cumplir con la magnitud del trabajo que la comunidad internacional espera que realice, y al mismo tiempo los Estados miembros no están dispuestos a aportar los recursos para que cumpla con las expectativas.
La falta de inyección financiera por parte de esas naciones ha permitido un aumento de la participación del sector privado y, por tanto, un incremento de su influencia en la OMS, en ocasiones en perjuicio de la participación de la sociedad civil.
“La estructura de financiamiento de la OMS debe ser reformada, pero no sé cómo. Vemos que cuando a los países más poderosos no les gusta lo que hace el organismo responden amenazas e intimidación. Esto no debe ocurrir.
“Es necesario un mecanismo diferente que haga menos dependiente a la OMS de los distintos climas políticos en los países. También se requiere mayor transparencia sobre los dineros que recibe y gasta”, señala Erondu.
Considera que un organismo de supervisión externo a la ONU podría generar confianza en los países para que aporten más recursos, y permitirle a la organización fortalecer las áreas en las que es débil, como es el rubro humanitario.
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“Espero que la actual situación reactive el debate sobre cuál es verdadero mandato de la OMS y sus poderes, especialmente ante emergencias sanitarias. Necesitamos más que una organización diplomática”, subraya la especialista.
La crisis que viene
“Si no estás conmigo, estás en mi contra”. Ese simple razonamiento que caracteriza a las superpotencias, desde siempre, ha acompañado a la OMS.
En sus primeros años, la entonces República Popular de Polonia del premier Józef Cyrankiewicz, anunció su retiro de la organización acusándola de “haberse rendido a los Estados imperialistas y en particular a Estados Unidos”, mientras que el senador estadounidense Joseph McCarthy, denunció en 1950 que había “sido infiltrada por comunistas”.
Siete décadas después, en medio de la primera pandemia por coronavirus, la OMS se encuentra en medio de otra tóxica confrontación geoestratégica, entre China y Estados Unidos. El presidente estadounidense, Donald Trump, acusa a la organización de actuar pro-China durante la pandemia que comenzó en la ciudad china de Wuhan en diciembre.
Reed señala que, a través de las conferencias ante los medios, Adhanom trata ser transparente y mostrar liderazgo, pero sus esfuerzos se han visto minados por la administración del presidente estadounidense, en un acto deliberado para tratar de tapar la mala gestión de la crisis.
“Lanzar acusaciones a la Organización Mundial de la Salud ha sido una salida muy baja para tratar de eludir responsabilidades. No hemos visto a muchos países actuar de la misma manera, pero es de esperar que así ocurra una vez que pase la crisis.
“Estaríamos ante una situación muy peligrosa, en la que conforme salgan a relucir los errores cometidos, los países intenten ocultarlos tratando de responsabilizar a la OMS. Lo hemos visto en el pasado, así que no hay duda de que habrá un contragolpe y la institución debe estar preparada para ello”, argumenta.
El experto afirma que si los países llaman a investigar la forma como la OMS ha actuado en la pandemia, también deberán someterse al mismo procedimiento a nivel nacional.
“Si deciden lanzar la piedra, primero deberán examinar su propia actuación”, apunta Reed.